El entorno familiar del Maragato Cordero (VIII)
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Los 'santos' en casa de Cordero tenían mucha rimbombancia. A partir de la confitería excepcional que se preparaba, Luis tenía especial interés en que a su esposa se rindiera toda clase de admiraciones. Su padre Santiago Cordero estaba en Madrid y había que celebrarlo por lo alto: regalos, presentes, algunos ministros, y como no también poetas. La casa más postinera era la que había levantado la familia. Santiago Alonso Cordero era un perseguido político, pero también acaudalado.
De María Antonia Alonso Cordero ya sabemos que era imaginativa. Le gustaban los versos. Nada ha de extrañar por tanto que el 13 de junio se presentaran poetas a felicitarla.
Este año, su padre está en Santander. Ha habido sucesos recientes de orden político y gracias a la hospitalidad del cuñado Gabriel ha podido desenredarse de la trampa. Pero dos días antes de la onomástica escribe desde Santander con el objeto específico de “participaros que todos seguimos muy buenos en compañía de tío Gabriel y que anticipadamente te felicitamos por los días de tu santo, los que celebraremos sean tan felices cual deseamos”.
Luego habla de los hijos que tiene a su lado y de los que están aún con Mariquita en Madrid y que irán igualmente a Santander: “Tomasito sigue cada día más guapo y más robusto. Joaquinito y Santiago siguen aplicados a sus estudios, y todos desean tener el gusto de abrazarte luego en esta, lo que creemos sea luego, viniendo contigo mamá, Luisito y la Amalia, que vendrá bien, tanto para pasear a los alrededores de esta, como para llevaros a los baños. Todos dan los más expresivos afectos para tu Luis y demás amigos con besos a las pequeñitas, deseándoos la más completa salud y que visitéis a los amigos en nuestro nombre, haciéndoles presente nuestra memoria”. Y firman la carta Santiago Alonso Cordero, su cuñado Gabriel, Antonio y los cuatro hijos del primero, Victoria, Santiago Pío, Joaquín y Tomasito, el más pequeño.
María Antonia había hecho buenas migas con muchas francesas. Una de ellas es M. Perrard. La escribía a Arechevaleta, porque en aquellos días está allí la hija de Cordero. Le han contado Luis Franco y Paquito Alonso Franco los mareos hasta llegar a Burgos, sola ella. La carta abunda en diminutivos zalameros y se la ha escrito alguien. En Arechevaleta está mejor de salud porque le prueba el clima. Le pide que solo se acuerde de los baños. Hay un párrafo en que se dice: “Faltaría a mi deber si me olvidara de tributarla mi agradecimiento por el fino recuerdo que ha tenido al pasar por Burgos de mandarme el Cuento, cuyo es muy rico”. Perrard es una de las tiendas que se ha establecido en Casa de Cordero. No debe extrañar que ahora hable de dádivas de vestidos para el día de Santiago en que en Santander celebra su onomástico el Jefe de la Casa Alonso Cordero. Por eso en conspiración de silencio entre Perrard y otros de la casa enviarán a la cuñadita y primilla Victoria un vestido. ¡Cómo estará de guapa ella, ya casi ventiañera!
“Para el día del santo de papá mandaré con anticipación a hermanita Victoria un bonito vestido como el de la niña de Ramón Vázquez, pues es cosa de Luisito y mía, pues los que tenía dedicados a novedades aún no los he recibido, porque, sabe, tiene que venir por seguros y en la actualidad nadie quiere asegurar tanto en Bayona como en esta, porque las Aduanas están con mucho cuidado a causa de ciertos chascos que les han dado, por consiguiente ni a precios muy altos me quieren traer una grande partida de género que tengo en Bayona, que estoy sufriendo un quebranto grande porque me quedará por vender, y en caso de que venga luego, porque tengo dadas órdenes de que aprovechen cualquier ocasión favorable. El vestido que la mandamos no es obstáculo para tomar el que luego venga”.
Manda afectos de la doncellita y le habla igualmente de Don Manuel, su marido, preocupado por los sucesos “del Banco, porque aquello es una república en que no se entienden, y ayer han dejado a compañeros sin trabajo, sin saber él la suerte que le cabrá”. Firma M. Perrard.
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Aquí tenemos una bonita historia de aduana, de problemas bancarios, de regalos de hermanos para la jovencita de la casa que ha de estrenar el último grito de Perrard, por los veranos regios de Santander y San Sebastián.
Y así la carta que el 20 de julio le dirige a Arechevaleta su primito Francisco Alonso Franco se la entrega en San Sebastián. Le dice que estuvo con Clotilde, que le preguntó por su madre. A juicio de Paquito, Clotilde es juiciosa:
“Está estudiando en el Madrid de los calores y la profesora dice que va bien y que además hace ya primores con las labores de costura”. Recuerda a Pepita, la doncella que la acompaña, se alegraría de que se reponga de su quebrantada salud. Espera que lo pase bien en La Concha de San Sebastián, desde el monte Igueldo hasta el monte Ulía. Su madrastra saldrá el 21 para Santander. No hay que olvidar que su esposo Cordero está por entonces en Santander y que celebra el santo en la fiesta del apóstol. A la inmediata volverá a Madrid; pero transcribamos la prosa familiar de la carta del primo Paquito: “Mañana 21, a las ocho de la mañana, sale la mamá para Santander, con intención de volver luego; aún no ha salido de Madrid y ya tiene ganas de volver, y así su estancia será corta que mal le vendrá a Victoria a la que darás afectos si la escribes”.
María Antonia sigue en San Sebastián el 20 de agosto y escribe a su padre político Bernardino, en Madrid. La madre habla de la nieta que se ha quedado en la Corte. Hay recuerdos de la Pepa y otros para la Polonia y amigos. Ha sacado a Clotilde del colegio “para tenerla a su lado y llevarla al circo; eso deseo que lo haga pocas veces, porque si no se aficiona y querrá que la saquen todos los días y yo deseo se aplique para cuando yo vaya, ver los adelantos que tiene. Cuando escriba madre le dará usted mis recuerdos con besos a mi hija (debe de tratarse de Eloísa) y deseo me escribiera usted cuando tenga carta de cómo se hallan”.
De diciembre del 48 a julio del 49 es diputado por Astorga. En Madrid los Cordero han de hacer los buenos oficios de ‘recaderear’ a quien se le ocurra la moda madrileña. Quizá sean las hijas de Cordero cuando vienen a Astorga, por mejor vestidas, las que son árbitro de la elegancia cuando se pasean por la plaza o asisten a las procesiones de Semana Santa con el paso de San Juanín, de Cañinas, del ulcerado Jesús de Puerta de Rey.
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Y para esta época de la Semana Santa quería una amiga de María Antonia que le hubiera enviado un recado por medio de Alonso Gullón. Era la mantilla para lucirla en la visita a los monumentos, en Jueves Santo, por los conventillos, por las capillas y parroquias principalmente de intramuros. Pero no fue así. Conocemos una carta de este tipo en la que la astorgana María Forcelledo de Pineda se queja de que Gullón no le haya traído la mantilla negra que le pidió. La excusa que le da este es que no concretó el dinero que debía costar. Ella lo que realmente quería era “el fondo de la moda y la guarnición de encaje bueno, y no quería quitarle la libertad de comprar una cosa buena que yo hubiese pagado con gusto, pero ahora que sé que ha consistido en esto le diré que me tome una mantilla como de 600 reales. Pero por cinco más no deje de tomar una mantilla decente y lo mismo el traje del niño que sea de entretiempo, pero bien adornadito y elegante y si se lleva algún cuellecito o mangas, me lo manda”. No desea que sea azul porque ya posee dos en este mismo color. Sabemos que el niño de María de Forcelledo tiene tres años. Prefiere una gorra, porque ya le han comprado sombrero de paja y un cuello de guipuré de hilo. Luego la amiga se da cuenta de las impertinencias que ha podido acarrear la carta a la hija de Cordero y se lo dice. Todavía en una postdata, recuerda machaconamente que para el “traje del niño le doy amplias facultades para que Usted fije el precio que le parezca”.
Los 'santos' en casa de Cordero tenían mucha rimbombancia. A partir de la confitería excepcional que se preparaba, Luis tenía especial interés en que a su esposa se rindiera toda clase de admiraciones. Su padre Santiago Cordero estaba en Madrid y había que celebrarlo por lo alto: regalos, presentes, algunos ministros, y como no también poetas. La casa más postinera era la que había levantado la familia. Santiago Alonso Cordero era un perseguido político, pero también acaudalado.
De María Antonia Alonso Cordero ya sabemos que era imaginativa. Le gustaban los versos. Nada ha de extrañar por tanto que el 13 de junio se presentaran poetas a felicitarla.
Este año, su padre está en Santander. Ha habido sucesos recientes de orden político y gracias a la hospitalidad del cuñado Gabriel ha podido desenredarse de la trampa. Pero dos días antes de la onomástica escribe desde Santander con el objeto específico de “participaros que todos seguimos muy buenos en compañía de tío Gabriel y que anticipadamente te felicitamos por los días de tu santo, los que celebraremos sean tan felices cual deseamos”.
Luego habla de los hijos que tiene a su lado y de los que están aún con Mariquita en Madrid y que irán igualmente a Santander: “Tomasito sigue cada día más guapo y más robusto. Joaquinito y Santiago siguen aplicados a sus estudios, y todos desean tener el gusto de abrazarte luego en esta, lo que creemos sea luego, viniendo contigo mamá, Luisito y la Amalia, que vendrá bien, tanto para pasear a los alrededores de esta, como para llevaros a los baños. Todos dan los más expresivos afectos para tu Luis y demás amigos con besos a las pequeñitas, deseándoos la más completa salud y que visitéis a los amigos en nuestro nombre, haciéndoles presente nuestra memoria”. Y firman la carta Santiago Alonso Cordero, su cuñado Gabriel, Antonio y los cuatro hijos del primero, Victoria, Santiago Pío, Joaquín y Tomasito, el más pequeño.
María Antonia había hecho buenas migas con muchas francesas. Una de ellas es M. Perrard. La escribía a Arechevaleta, porque en aquellos días está allí la hija de Cordero. Le han contado Luis Franco y Paquito Alonso Franco los mareos hasta llegar a Burgos, sola ella. La carta abunda en diminutivos zalameros y se la ha escrito alguien. En Arechevaleta está mejor de salud porque le prueba el clima. Le pide que solo se acuerde de los baños. Hay un párrafo en que se dice: “Faltaría a mi deber si me olvidara de tributarla mi agradecimiento por el fino recuerdo que ha tenido al pasar por Burgos de mandarme el Cuento, cuyo es muy rico”. Perrard es una de las tiendas que se ha establecido en Casa de Cordero. No debe extrañar que ahora hable de dádivas de vestidos para el día de Santiago en que en Santander celebra su onomástico el Jefe de la Casa Alonso Cordero. Por eso en conspiración de silencio entre Perrard y otros de la casa enviarán a la cuñadita y primilla Victoria un vestido. ¡Cómo estará de guapa ella, ya casi ventiañera!
“Para el día del santo de papá mandaré con anticipación a hermanita Victoria un bonito vestido como el de la niña de Ramón Vázquez, pues es cosa de Luisito y mía, pues los que tenía dedicados a novedades aún no los he recibido, porque, sabe, tiene que venir por seguros y en la actualidad nadie quiere asegurar tanto en Bayona como en esta, porque las Aduanas están con mucho cuidado a causa de ciertos chascos que les han dado, por consiguiente ni a precios muy altos me quieren traer una grande partida de género que tengo en Bayona, que estoy sufriendo un quebranto grande porque me quedará por vender, y en caso de que venga luego, porque tengo dadas órdenes de que aprovechen cualquier ocasión favorable. El vestido que la mandamos no es obstáculo para tomar el que luego venga”.
Manda afectos de la doncellita y le habla igualmente de Don Manuel, su marido, preocupado por los sucesos “del Banco, porque aquello es una república en que no se entienden, y ayer han dejado a compañeros sin trabajo, sin saber él la suerte que le cabrá”. Firma M. Perrard.
Aquí tenemos una bonita historia de aduana, de problemas bancarios, de regalos de hermanos para la jovencita de la casa que ha de estrenar el último grito de Perrard, por los veranos regios de Santander y San Sebastián.
Y así la carta que el 20 de julio le dirige a Arechevaleta su primito Francisco Alonso Franco se la entrega en San Sebastián. Le dice que estuvo con Clotilde, que le preguntó por su madre. A juicio de Paquito, Clotilde es juiciosa:
“Está estudiando en el Madrid de los calores y la profesora dice que va bien y que además hace ya primores con las labores de costura”. Recuerda a Pepita, la doncella que la acompaña, se alegraría de que se reponga de su quebrantada salud. Espera que lo pase bien en La Concha de San Sebastián, desde el monte Igueldo hasta el monte Ulía. Su madrastra saldrá el 21 para Santander. No hay que olvidar que su esposo Cordero está por entonces en Santander y que celebra el santo en la fiesta del apóstol. A la inmediata volverá a Madrid; pero transcribamos la prosa familiar de la carta del primo Paquito: “Mañana 21, a las ocho de la mañana, sale la mamá para Santander, con intención de volver luego; aún no ha salido de Madrid y ya tiene ganas de volver, y así su estancia será corta que mal le vendrá a Victoria a la que darás afectos si la escribes”.
María Antonia sigue en San Sebastián el 20 de agosto y escribe a su padre político Bernardino, en Madrid. La madre habla de la nieta que se ha quedado en la Corte. Hay recuerdos de la Pepa y otros para la Polonia y amigos. Ha sacado a Clotilde del colegio “para tenerla a su lado y llevarla al circo; eso deseo que lo haga pocas veces, porque si no se aficiona y querrá que la saquen todos los días y yo deseo se aplique para cuando yo vaya, ver los adelantos que tiene. Cuando escriba madre le dará usted mis recuerdos con besos a mi hija (debe de tratarse de Eloísa) y deseo me escribiera usted cuando tenga carta de cómo se hallan”.
De diciembre del 48 a julio del 49 es diputado por Astorga. En Madrid los Cordero han de hacer los buenos oficios de ‘recaderear’ a quien se le ocurra la moda madrileña. Quizá sean las hijas de Cordero cuando vienen a Astorga, por mejor vestidas, las que son árbitro de la elegancia cuando se pasean por la plaza o asisten a las procesiones de Semana Santa con el paso de San Juanín, de Cañinas, del ulcerado Jesús de Puerta de Rey.
Y para esta época de la Semana Santa quería una amiga de María Antonia que le hubiera enviado un recado por medio de Alonso Gullón. Era la mantilla para lucirla en la visita a los monumentos, en Jueves Santo, por los conventillos, por las capillas y parroquias principalmente de intramuros. Pero no fue así. Conocemos una carta de este tipo en la que la astorgana María Forcelledo de Pineda se queja de que Gullón no le haya traído la mantilla negra que le pidió. La excusa que le da este es que no concretó el dinero que debía costar. Ella lo que realmente quería era “el fondo de la moda y la guarnición de encaje bueno, y no quería quitarle la libertad de comprar una cosa buena que yo hubiese pagado con gusto, pero ahora que sé que ha consistido en esto le diré que me tome una mantilla como de 600 reales. Pero por cinco más no deje de tomar una mantilla decente y lo mismo el traje del niño que sea de entretiempo, pero bien adornadito y elegante y si se lleva algún cuellecito o mangas, me lo manda”. No desea que sea azul porque ya posee dos en este mismo color. Sabemos que el niño de María de Forcelledo tiene tres años. Prefiere una gorra, porque ya le han comprado sombrero de paja y un cuello de guipuré de hilo. Luego la amiga se da cuenta de las impertinencias que ha podido acarrear la carta a la hija de Cordero y se lo dice. Todavía en una postdata, recuerda machaconamente que para el “traje del niño le doy amplias facultades para que Usted fije el precio que le parezca”.