Andrés Martínez Oria
Martes, 29 de Septiembre de 2015

Luis Alberto de Cuenca, Premio Nacional de Poesía

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La concesión el lunes a Luis Alberto de Cuenca del Premio Nacional de Poesía por su poemario ‘Cuaderno de vacaciones’ (Visor, 2014), además de merecido, nos toca de cerca, pues reside en Astorga uno de los mayores expertos en su obra, Luis Miguel Suárez, autor de una tesis sobre su poesía, galardonada por la Academia del Hispanismo con el I Premio Internacional de Investigación; un estudioso que en la actualidad prepara, para la editorial Reino de Cordelia, el segundo volumen de los artículos de prensa del poeta. 

 

Con este premio recibe Luis Alberto el reconocimiento definitivo de una trayectoria poética que viene de lejos. Desde que en 1971 publicara ‘Los retratos,’ ha ido dando a la luz una obra abundante y cuidada, aparecida en diferentes ediciones y antologías, recogida en ‘Los mundos y los días. Poesía 1970-2005’, a lo que hay que añadir lo que ha ido apareciendo luego, como este ‘Cuaderno de vacaciones’, ahora premiado.

 

La poesía de Luis Alberto es ya una obra ejemplar –¿podríamos decir clásica?–  por múltiples motivos. Empieza a principios de los setenta del siglo pasado dentro de la corriente generacional de los novísimos, caracterizada por un hermetismo que se asociaba además al gusto por lo erudito y culturalista. Evoluciona a finales de esa década hacia una mayor proximidad a las formas clásicas y el venecianismo entonces de moda, y ya en los ochenta inicia, con ejemplar coherencia, la marcha hacia una poesía distinta, que él mismo llama de “línea clara”, en busca de la claridad expresiva y la preferencia por un realismo de signo urbano, que llega hasta hoy.

 

Línea clara, que aprende de los clásicos con los que se ha familiarizado en sus estudios y traducciones, en especial Calímaco, a quien dedicó su tesis y ha traducido modélicamente. De él aprenderá precisamente a coger el pulso a una poesía de tono menor y ambiente cotidiano, que trata en el fondo los únicos temas que interesan al hombre, el amor y la muerte; una poesía elaborada con extremo cuidado formal, que no abandona nunca el detalle erudito, la ironía, las referencias intertextuales y el juego de la ‘variatio’ sobre temas anteriormente tratados. Humor, ingenio, finura, sin dejar por ello de ser transcendente, es lo que tenemos a raudales en el ‘Cuaderno de vacaciones’. Y quizá en esto, saber tocar lo profundo con apariencia leve, estriba uno de los mayores aciertos de su poesía.

 

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De Calímaco le llegan también las formas externas de su poética, el gusto por el epigrama, frecuentemente amoroso, casi siempre breve, que evita lo desagradable en beneficio de la agudeza, el humor y el distanciamiento sentimental. A esto hay que añadir la preferencia por la sencillez expresiva, a veces el giro coloquial y, siempre, esa gracia natural de los poetas grandes y espontáneos, como Lope o Lorca, que sabe conectar con el lector más diverso. Y todo, en eso consiste el milagro, sin dejar de ser exigente y cuidadoso hasta el extremo.

 

Todo en el poemario es ejemplar y delicioso. ¿Dónde poner los ojos? Podríamos, por ejemplo, leer esto y concluir:

 

La ciega y el lector

Me ha gustado muchísimo ‘Moll Flanders’ de Defoe.
¡Lees, además, tan bien! Pero tengo una idea:
dejemos la lectura por una noche, y llévame
al teatro, a una fiesta popular o, aún mejor,
a un baile de disfraces. Una noche en la calle
vale más que cien libros. Y cuéntamelo todo,
quiero saberlo todo de lo que ves ahí fuera.
Conviértete en mis ojos también para la vida
que respira en la calle. Léeme el mundo, amor,
pon luz en mi tiniebla con páginas reales.

 

  

 

 

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