Catalina Tamayo
Lunes, 02 de Noviembre de 2015

A propósito de España

“La historia de la infamia es universal”

                                                                                                                                                            Jorge Luis Borges

 

España es una gran nación, y lo es no porque alguien lo diga, por mucha autoridad que tenga, sino porque ha hecho cosas buenas para la humanidad. Esas cosas, cualquiera que esté interesado en este asunto las puede encontrar en los libros de historia: solo hay que leerlos. España descubrió América en 1492 y todos, los americanos y los europeos, salimos ganando. Sí, muchos españoles de aquella época fueron crueles con los indios, lo cual es condenable; pero no hubo genocidio como se ha dicho. Estos hombres cometieron esas barbaridades por su cuenta, no porque recibieran órdenes de los reyes de España. Todo lo contrario, Carlos I, después de escuchar las demandas de Bartolomé de las Casas y conocer las ideas del derecho de gentes de Francisco de Vitoria, promulgó el 20 de noviembre de 1542 las Leyes Nuevas, que no solo prohibían la esclavitud de los indios sino que además ordenaban que estos fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. También  por esa misma época, en 1521, los españoles dimos la vuelta al mundo y demostramos de manera empírica que la tierra es redonda, hazaña comparable a la llegada del primer hombre a la luna. Casi dos siglos después, en 1803, el Dr. Balmis llevó a cabo la primera expedición sanitaria internacional de la historia, sufragada íntegramente por el rey Carlos IV, con el fin de erradicar la viruela de todos los territorios españoles de ultramar. Este espíritu de generosidad será recogido en la constitución de 1812, que, a diferencia de las constituciones de otros países europeos, concede el carácter de ciudadanos a todas las gentes de ultramar: “Son ciudadanos aquellos españoles que por ambas líneas traen su origen de los dominios españoles de ambos hemisferios, y están avecindados en cualquier pueblo de los mismos dominios”, dice su artículo 28. Estas son algunas de las muchas razones que hay para sentirse razonablemente satisfecho –da reparo decir orgulloso– de ser español. Pero estar contento de ser español no implica odiar a los franceses, o a los alemanes, o a los ingleses; no implica odiar ni menospreciar a nadie. Quiero a España como quiero a mi familia, y al igual que me pasa con mi familia –en todas las casas se cuecen habas–, hay muchas cosas de España que no me gustan, que incluso me parecen vergonzantes, pero no por eso reniego de ella. España es mi patria. Seguro que la mayoría de los franceses dicen lo mismo de Francia y los alemanes de Alemania, y no por ello yo me siento amenazado. No solo eso, sino que además lo encuentro lógico.

                                                                                          

 

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