Astorga y Evaristo F. Blanco en la Fundación Juan March
![[Img #19018]](upload/img/periodico/img_19018.jpg)
Quien no crea en la utopía, que se dé una vuelta por Castelló, 77, en Madrid. Es la sede de la Fundación Juan March, que desde 1955, es decir, hace justamente sesenta años, viene cumpliendo una misión cultural de primer orden: exposiciones de artes plásticas, centro de estudios sociológicos, conferencias y coloquios sobre las más diversas disciplinas, conciertos, una impresionante biblioteca de teatro y música contemporáneos.
Nada le piden a uno al entrar y, a cambio, sale uno transformado como si experimentara en sus carnes el efecto de la catarsis aristotélica. Recuerdo la epifanía que para mí supusieron en la década de los 70 los ciclos de conferencias, impartidos por maestros como Emilio Alarcos Llorach, Miguel Delibes… y Ricardo Gullón, por hablar de un ilustre astorgano. En aquella universidad, aun no siendo todo ni muchísimo menos malo (como ahora con injusta ligereza suele decirse), había carencias indudables en la explicación de las modernas corrientes del pensamiento crítico. Escuchar a Gullón aquellas lecciones sobre cuatro novelistas hispanoamericanos del llamado’ boom’ fue como penetrar en otro recinto del saber, alcanzar el aleph. Más tarde el admirado maestro dio otras charlas sobre Antonio Machado, la novela, y todo ello forma parte de un riquísimo material audiovisual que puede consultarse en la página web de la Fundación.
Años después, cuando me ocupaba en editar la obra completa de Leopoldo Panero, supe que el gran poeta había sido becario de la Fundación. La beca solicitada tenía como objetivo la finalización de La estancia vacía, el largo poema que Leopoldo había publicado en 1944, como se sabe 'annus mirabilis' de nuestra lírica contemporánea (Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, Sombra del Paraíso, de Aleixandre). El autor de Escrito a cada instante consideraba que aquel poema ?en el que tanto había del romántico Wordsworth? era solo un fragmento y que debía terminarlo. Pues bien, pidió la beca, se la dieron, pero el becario no cumplió lo prometido: jamás terminó el poema y, para cumplir con la justificación, llegó a 'engañar' incluso al comité seleccionador, presentando unos poemas ya publicados, que pueden leerse en un dosier conservado en la Biblioteca de la Fundación. En descargo de Panero diré que, entre sus papeles manuscritos, hay uno que lleva el título de La estancia vacía (segunda parte). Está lleno de tachaduras, de versos mal medidos, de otros muy afortunados pero que no debieron convencer a nuestro poeta, siempre exigente consigo mismo y muy pusilánime a la hora de publicar.
![[Img #19019]](upload/img/periodico/img_19019.jpg)
Y, por fin, un tercer astorgano, bien que póstumamente, alcanza la utopía marchiana. Se trata de Evaristo Fernández Blanco, perteneciente a la generación musical de 1927, o generación rota, como prefiere llamarla José Luis Temes, el músico actual que más ha contribuido a la difusión de la obra de Fernández Blanco. Con motivo de sus sesenta años de vida, la March programó un concierto este 4 de noviembre con piezas de Jesús de Monasterio, Julio Gómez, Fernández Blanco, Raquel Rodríguez, Tomás Garrido y Jorge Fernández Guerra: una feliz combinación de al menos cuatro generaciones de músicos contemporáneos; una excelente oportunidad para comprobar registros musicales diversos de la modernidad en el ámbito de la cuerda.
La pieza elegida por Temes e interpretada por la Camerata Capricho Español, integrada por intérpretes todos ellos muy jóvenes, es la Suite para cuerdas. En las 'Notas al programa' escribe: "Pocos compositores encarnan tan claramente como Evaristo Fernández Blanco la fractura que la creación artística española sufrió con la tragedia de la Guerra Civil". En efecto, las circunstancias políticas no ayudaron a Blanco, que antes de la contienda había buscado en Alemania el magisterio de Schönberg, y que en la posguerra hubo de ganarse la vida como músico del barcelonés Teatro Tívoli.
Como he escrito, Temes es uno de los grandes admiradores de la obra de Evaristo, en la que destaca la magistral Obertura dramática (1940), toda una síntesis musical de lo que fue la guerra. En el número 33 de Astorica puede leerse su ensayo sobre Blanco junto a los de otros musicólogos que colaboraron en el monográfico que al músico astorgano dedicó esta revista en 2014.
Quien no crea en la utopía, que se dé una vuelta por Castelló, 77, en Madrid. Es la sede de la Fundación Juan March, que desde 1955, es decir, hace justamente sesenta años, viene cumpliendo una misión cultural de primer orden: exposiciones de artes plásticas, centro de estudios sociológicos, conferencias y coloquios sobre las más diversas disciplinas, conciertos, una impresionante biblioteca de teatro y música contemporáneos.
Nada le piden a uno al entrar y, a cambio, sale uno transformado como si experimentara en sus carnes el efecto de la catarsis aristotélica. Recuerdo la epifanía que para mí supusieron en la década de los 70 los ciclos de conferencias, impartidos por maestros como Emilio Alarcos Llorach, Miguel Delibes… y Ricardo Gullón, por hablar de un ilustre astorgano. En aquella universidad, aun no siendo todo ni muchísimo menos malo (como ahora con injusta ligereza suele decirse), había carencias indudables en la explicación de las modernas corrientes del pensamiento crítico. Escuchar a Gullón aquellas lecciones sobre cuatro novelistas hispanoamericanos del llamado’ boom’ fue como penetrar en otro recinto del saber, alcanzar el aleph. Más tarde el admirado maestro dio otras charlas sobre Antonio Machado, la novela, y todo ello forma parte de un riquísimo material audiovisual que puede consultarse en la página web de la Fundación.
Años después, cuando me ocupaba en editar la obra completa de Leopoldo Panero, supe que el gran poeta había sido becario de la Fundación. La beca solicitada tenía como objetivo la finalización de La estancia vacía, el largo poema que Leopoldo había publicado en 1944, como se sabe 'annus mirabilis' de nuestra lírica contemporánea (Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, Sombra del Paraíso, de Aleixandre). El autor de Escrito a cada instante consideraba que aquel poema ?en el que tanto había del romántico Wordsworth? era solo un fragmento y que debía terminarlo. Pues bien, pidió la beca, se la dieron, pero el becario no cumplió lo prometido: jamás terminó el poema y, para cumplir con la justificación, llegó a 'engañar' incluso al comité seleccionador, presentando unos poemas ya publicados, que pueden leerse en un dosier conservado en la Biblioteca de la Fundación. En descargo de Panero diré que, entre sus papeles manuscritos, hay uno que lleva el título de La estancia vacía (segunda parte). Está lleno de tachaduras, de versos mal medidos, de otros muy afortunados pero que no debieron convencer a nuestro poeta, siempre exigente consigo mismo y muy pusilánime a la hora de publicar.
Y, por fin, un tercer astorgano, bien que póstumamente, alcanza la utopía marchiana. Se trata de Evaristo Fernández Blanco, perteneciente a la generación musical de 1927, o generación rota, como prefiere llamarla José Luis Temes, el músico actual que más ha contribuido a la difusión de la obra de Fernández Blanco. Con motivo de sus sesenta años de vida, la March programó un concierto este 4 de noviembre con piezas de Jesús de Monasterio, Julio Gómez, Fernández Blanco, Raquel Rodríguez, Tomás Garrido y Jorge Fernández Guerra: una feliz combinación de al menos cuatro generaciones de músicos contemporáneos; una excelente oportunidad para comprobar registros musicales diversos de la modernidad en el ámbito de la cuerda.
La pieza elegida por Temes e interpretada por la Camerata Capricho Español, integrada por intérpretes todos ellos muy jóvenes, es la Suite para cuerdas. En las 'Notas al programa' escribe: "Pocos compositores encarnan tan claramente como Evaristo Fernández Blanco la fractura que la creación artística española sufrió con la tragedia de la Guerra Civil". En efecto, las circunstancias políticas no ayudaron a Blanco, que antes de la contienda había buscado en Alemania el magisterio de Schönberg, y que en la posguerra hubo de ganarse la vida como músico del barcelonés Teatro Tívoli.
Como he escrito, Temes es uno de los grandes admiradores de la obra de Evaristo, en la que destaca la magistral Obertura dramática (1940), toda una síntesis musical de lo que fue la guerra. En el número 33 de Astorica puede leerse su ensayo sobre Blanco junto a los de otros musicólogos que colaboraron en el monográfico que al músico astorgano dedicó esta revista en 2014.