Bruno Marcos
Martes, 17 de Noviembre de 2015

París no se acaba nunca

Cuando uno se acerca al libro de Ernest Hemingway espera encontrar lo que dice en su título: París era una fiesta. Pero la fiesta que retrata no se parece en un principio a lo que entendemos hoy por eso. Ernest recorre las calles y los cafés y pasa hambre y frío, conoce a Picasso y a Ezra Pound, a Scott-Fitzgerald y a casi todos cuando aún no eran ni Picasso, ni Ezra Pound, ni Scott-Fitzgerald todavía. Su fiesta son los cafés como el de los Amateurs donde todos estaban borrachos de vino porque nadie era lo suficientemente rico como para pedir los cócteles de nombres exóticos. Allí se metía a escribir cuentos que nadie le compraba. Era el París lluvioso y primaveral de la biblioteca circulante de la librería Shakespeare & Company, en la que Sylvia Beach le prestaba libros y era bonita y alegre e inteligente y creía en él porque era capaz de escribir sus cuentos aunque nadie los leyera.

 

Ese París fue para Hemingway el escenario perfecto de su juventud. "Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven —le escribe a un amigo—, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue."

 

Lo que hemos sentido asesinar algunos estos días allí ha sido precisamente eso, la fiesta, la fiesta de la vida y la juventud, aquello que da gran parte del sentido que tiene la existencia. Pero como dice Ernest al final de su libro de París:

 

"París no se acaba nunca y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importamos lo trabajoso o fácil que fuera llegar allí. París siempre vale la pena, y uno recibía siempre algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices."

 

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