Violeta Serrano García
Domingo, 21 de Abril de 2013

Hoja de ruta número 1: Trasquilones y resguardos

Partir, dejar la casa, atreverse a reinventar el comienzo y a obviar la huida. No volver sobre mis pasos a pesar de la conciencia del desencanto. Saberme rota ante el espejismo del plan que se había construido en base a la curvatura de la última vértebra de mi espalda. Reprender el curso de la vida pasada reconociendo como hogar caliente el subterfugio de n’importe quelle pensión baldía. Confiar en la intrínseca capacidad de adaptación de esto que llamamos ser humano y dar por hecho, claro, que algo de aquello quedaba aún en mis rodillas.

Así tomé la ciudad: con nocturnidad y alevosía. Desde el vagón había visto balsas de arena y agua, escombros de mar tocando al gusano. Cuando el tren me escupió, las maletas habían crecido cuatro palmos por encima de mis huesos. El viento fue después: justo cuando quise asaltar la madrugada y la velocidad del aire me empujó a la nefasta cama que me sirvió de compañía.

[Img #2682]

Llegar, instalarse de nuevo. Hacer de cualquier escombro hospedaje para retomar la lluvia con indiferencia. Repensar las sonrisas y hacer oídos a testimonios otrora rechazados. Reescribir la historia de mis manos con la mirada impertérrita del niño ciego que reposa en ti, que se acumula en el bastión de mi desgana.

Así retomé el canto: con pesadumbre y resignación. Desde mi posición incómoda de mando. Me escabullí de mis consignas inamovibles para agradecer la mano que me daba de comer: cuando reiné en las horas de la prisión ya había aceptado y rechazado una y mil veces mi personal principio de incertidumbre.

Dormir, acostarse con el cuerpo rígido como la muerte y saber sin embargo que se está vivo y presto para tal fin irremediable. Llorar, crear llantos innobles en la decadencia de mi asilo. Comerme el miedo a las paredes desconchadas y a la abstinencia de copa de tinto y pitillo al uso a fin de remachar viejos versos olvidados.
Así me acostumbré al aroma de los pasillos putrefactos, a buscar poesía en las miradas de los párvulos trasnochados. Me cubrí de desidia para después sacudirme el polvo de promesas incumplidas. Supe, cuando noté la humedad de las sábanas de esparto aletargadas frente al pupitre que me servía de comedor, despacho y púlpito, que la suerte estaba echada y que sólo a mi correspondía saber jugar mis cartas.

En próximos capítulos les hablaré de la avasalladora verdad de las tempestades de viento que sacuden mi letargo y de la belleza de la rotundidad de un vestido rojo camuflando a la gitana que me habla francés caló… porque no todo está perdido, parce que ceci n’est pas ma vie… es la vida de alguien que habita en el lugar del que todo cuerdo quiso irse algún día.

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