Mi pie y yo
Todo comenzó con un leve temblor en el meñique del pie izquierdo. Luego el temblor desapareció y ya no sentí nada. Era como si no tuviese dedo. No me preocupó porque llevaba años sin pensar en él. ¿Quién piensa habitualmente en el meñique de su pie?
Poco a poco la falta de sensibilidad se extendió al resto de los dedos, y luego a toda la extremidad. Sé que debería haber ido inmediatamente al médico, pero un amigo me dijo que lo de mi pie no era un problema médico, sino político.
-Tu pie se ha declarado independiente –aseguró.
Absurdo, pensé. ¿Cómo se iba a haber declarado independiente mi pie izquierdo? ¿Por qué? Siempre lo había tratado con respeto. Jamás le había ofendido. Llevábamos juntos toda la vida. Era mi pie, pertenecía a mi cuerpo; yo lo había visto crecer, le había cortado las uñas e incluso le había dado con piedra pómez.
-Habla con él –dijo mi amigo-. Siempre hay que dialogar, aunque sea con un pie.
No lo hice. Carecía de sentido. Un pie no te mira a los ojos cuando habla, y tampoco sabe escuchar. Dejé pasar el tiempo a ver si el asunto se arreglaba por si solo. Fue peor. El fin de semana sentí un hormigueo insoportable.
-Ya es tarde para hablar –afirmó mi amigo-. Tu pie está celebrando su independencia.
Tenía razón: mi pie se había independizado. Me resultaba imposible salir a comprar el pan porque mientras mi pie derecho avanzaba con paso airoso hacia el supermercado, el izquierdo retrocedía a casa, así que yo siempre estaba inmovilizado en mitad de algún sitio, incluso en los pasos de peatones, con los insultos que ello acarrea. Conducir se convirtió en una pesadilla. Conseguir que mi pie izquierdo accediera a pisar el embrague para cambiar de marcha exigía una agotadora ronda de negociaciones. Tanto es así que una vez tuve que venir desde Valladolid en primera. Respecto al baile, mientras mi pie derecho seguía el tango a la perfección, el izquierdo se lucía con el ‘break’, lo que provocaba un curioso caos. Lo más llamativo fue descubrir que mi pie izquierdo era ‘fan’ de Vetusta Morla mientras el derecho tiraba más por Pablo Alborán. Pensé en denunciarlo, y no por lo de Alborán, que cada uno es cada uno; además, no estaba seguro de que existieran leyes respecto al derecho a la independencia de los pies, y, por otra parte, llegué a pensar que tal vez mi pie había tenido razones para declarar su independencia: jugando al fútbol nunca chuté con la izquierda porque mi pierna buena era la derecha, y cuando me compraba zapatos siempre los probaba en el pie derecho. Era posible que mi pie se hubiese sentido desplazado, infravalorado, ofendido. No sé. ¿Quién sabe lo que en el fondo piensa un pie?
Sé que cometí errores, pero los estoy pagando. No es fácil llevar zapatos de distinto color; y aunque mi pie ya no piense como yo, a veces lo acaricio con mi mano derecha en la que, por cierto, he comenzado a sentir un leve temblor en el pulgar.
Ayer por la noche me hice el dormido. Mi mano derecha negociaba secretamente con mi pie izquierdo. Creo que nunca se me ha puesto peor cuerpo.
Todo comenzó con un leve temblor en el meñique del pie izquierdo. Luego el temblor desapareció y ya no sentí nada. Era como si no tuviese dedo. No me preocupó porque llevaba años sin pensar en él. ¿Quién piensa habitualmente en el meñique de su pie?
Poco a poco la falta de sensibilidad se extendió al resto de los dedos, y luego a toda la extremidad. Sé que debería haber ido inmediatamente al médico, pero un amigo me dijo que lo de mi pie no era un problema médico, sino político.
-Tu pie se ha declarado independiente –aseguró.
Absurdo, pensé. ¿Cómo se iba a haber declarado independiente mi pie izquierdo? ¿Por qué? Siempre lo había tratado con respeto. Jamás le había ofendido. Llevábamos juntos toda la vida. Era mi pie, pertenecía a mi cuerpo; yo lo había visto crecer, le había cortado las uñas e incluso le había dado con piedra pómez.
-Habla con él –dijo mi amigo-. Siempre hay que dialogar, aunque sea con un pie.
No lo hice. Carecía de sentido. Un pie no te mira a los ojos cuando habla, y tampoco sabe escuchar. Dejé pasar el tiempo a ver si el asunto se arreglaba por si solo. Fue peor. El fin de semana sentí un hormigueo insoportable.
-Ya es tarde para hablar –afirmó mi amigo-. Tu pie está celebrando su independencia.
Tenía razón: mi pie se había independizado. Me resultaba imposible salir a comprar el pan porque mientras mi pie derecho avanzaba con paso airoso hacia el supermercado, el izquierdo retrocedía a casa, así que yo siempre estaba inmovilizado en mitad de algún sitio, incluso en los pasos de peatones, con los insultos que ello acarrea. Conducir se convirtió en una pesadilla. Conseguir que mi pie izquierdo accediera a pisar el embrague para cambiar de marcha exigía una agotadora ronda de negociaciones. Tanto es así que una vez tuve que venir desde Valladolid en primera. Respecto al baile, mientras mi pie derecho seguía el tango a la perfección, el izquierdo se lucía con el ‘break’, lo que provocaba un curioso caos. Lo más llamativo fue descubrir que mi pie izquierdo era ‘fan’ de Vetusta Morla mientras el derecho tiraba más por Pablo Alborán. Pensé en denunciarlo, y no por lo de Alborán, que cada uno es cada uno; además, no estaba seguro de que existieran leyes respecto al derecho a la independencia de los pies, y, por otra parte, llegué a pensar que tal vez mi pie había tenido razones para declarar su independencia: jugando al fútbol nunca chuté con la izquierda porque mi pierna buena era la derecha, y cuando me compraba zapatos siempre los probaba en el pie derecho. Era posible que mi pie se hubiese sentido desplazado, infravalorado, ofendido. No sé. ¿Quién sabe lo que en el fondo piensa un pie?
Sé que cometí errores, pero los estoy pagando. No es fácil llevar zapatos de distinto color; y aunque mi pie ya no piense como yo, a veces lo acaricio con mi mano derecha en la que, por cierto, he comenzado a sentir un leve temblor en el pulgar.
Ayer por la noche me hice el dormido. Mi mano derecha negociaba secretamente con mi pie izquierdo. Creo que nunca se me ha puesto peor cuerpo.