Tropiezo ergo camino
Érase una vez… una mariposa que libaba el polen de las flores que había en un prado al que había llegado unos meses antes. Se encontraba a gusto allí. Aquel prado era su mundo; era todo lo que necesitaba para poder decir que estaba bien y que la vida se portaba bien con ella, pues antes de llegar allí había estado en otro prado en el que una tormenta de granizo a punto estuvo de costarle la vida, pues sus frágiles alas quedaron desgarradas y solo a fuerza de voluntad y sabiendo que con nadie podría contar para sobreponerse a su desgracia sino era con ella misma, consiguió recuperarse lo suficiente como para poder marcharse a buscar otra pradera en la que no hubiera tormentas que la pudieran dañar.
Encontró ese nuevo prado tras un agotador día de vuelos zigzagueantes y de hábiles maniobras para evitar terminar en el estómago de algún ‘colirojo’ de los muchos que en esa época de cría surcaban al aire incesantemente buscando comida para sus polluelos. Ya en su nuevo hogar, decidió un día volar, curiosa, hasta lo que parecía la ribera de un río cercano. Voló sin otra pretensión que la de ver qué había por allí. Lo que pudo ver no fue solo el río, sino, al otro lado, una pradera llena de flores de los más variados colores y aromas embriagadores que excitadas captaban sus antenas.
Aquella pradera parecía no tener fin. Era casi lujuriosa. Decidió agitar sus alitas y volar un poquito por la pradera, pero sin alejarse. Libó de aquellas flores, las más cercanas, y nunca hasta entonces sus antenas habían disfrutado de tales aromas ni su espiritrompa de tales sabores. Era una delicia increíble. Se dejó embriagar por todo ello, y el deseo de seguir disfrutándolo se fue instalando en su corazoncito de mariposa. El deseo de gozar de toda la pradera, de aquel jardín celestial, el deseo de quedarse allí y no regresar a su pradera era muy pero que muy fuerte. Quería instalarse allí para siempre pero, en una de sus cabriolas, su mirada, orientada por sus antenas, se fijó en la pradera del otro lado del río, en la que era su casa sin tormentas de granizo desde hacía meses, en la que se sentía dichosa y donde pensaba morir cuando le tocara, que sería pronto, pues siempre se ha sabido que la vida de las mariposas es corta, y entonces se preguntó si realmente deseaba volver allí.
¿Volvería a la pradera anterior? ¿Sería suficiente para ella todo lo que había tenido y podría seguir teniendo en su vieja pradera? Sí. ¿Por qué no? Pero… después de lo que había visto y probado en la del otro lado del río y eso que apenas había libado de las flores más cercanas, le apetecía muchísimo. La pradera de siempre la había tratado bien, apenas había cardos, las flores no eran muchas, pero sí las suficientes como para no quejarse, así que… Volvió a mirar a uno y otro lado del río. Su pradera de siempre parecía llamarla: “Ven, vuelve, que sin tu aleteo no soy nada, no sé de qué sirvo, vuelve para que puedas seguir libando mis flores, vuelve”. La otra le decía: “Apenas has libado mis primeras flores y habiendo sido las más cercanas, las más pequeñas, te han hecho disfrutar como hasta ahora nunca lo habías hecho. Mira más lejos y verás cuánto polen maravilloso, cuántos aromas hay esperándote, cuánto disfrute te espera, pero… las flores no pueden volar hacia ti. Eres tú la que has de volar hacia ellas y si lo haces, todas y cada una de ellas te darán lo mejor de sí, pero…solo será si tú lo quieres". No sabía qué hacer. Era muy difícil tomar una decisión. Por un lado se sentía obligada con su antigua pradera y por el otro le atraía con fuerza la nueva y todo lo que prometía. ¿Qué hacer? Sin darse cuenta estaba volando sobre el río, muy cerca del agua y al mirar hacia abajo pudo verse reflejada en ella. Se fijó en sus alas, en sus delicadas alas y aún pareciéndole que eran preciosas y fuertes como para permitirle volar lejos, se dijo que quizás no lo eran tanto y que por eso eran las apropiadas para su antigua pradera. Ella sabía que se engañaba. Sabía que sus alas eran preciosas y que estaban llamadas a llevarla muy lejos por aquella nueva y florida pradera. ¿Por qué seguir engañándose? ¿Por qué permitir que se atrofiaran y languidecieran volando por la anterior pradera solo porque en ella estuvo aceptablemente bien? Se posó sobre una pequeña flor y se quedó dormida. Entonces soñó, pues también siempre se ha sabido que las mariposas sueñan, soñó con sus alas y que no pasaría mucho tiempo hasta que empezaran a decolorarse, incluso a debilitarse y quizás, cuando deseando vivir intensamente lo que le restara de vida, ya no fueran capaces de hacerla cruzar el río y puede que hasta el viejo prado ya no la satisficiera y … miraría entonces hacia atrás y se daría cuenta de que había vivido una vida mediocre, y que todas sus habilidades, sus deseos, sus ilusiones, su realización como mariposa, solo se habían quedado en eso, en deseos y que ahora el tiempo había trocado en frustraciones, desengaños e impotencia. Y todo eso ¿por qué? En aquel sueño, el viento le trajo la respuesta: "Porque no te has considerado en lo que vales, mariposa; porque aceptaste que fuera la pradera la que orientara tu vida y no tú la que decidieras qué hacer con ella; porque tuviste miedo a cruzar el río sin retorno; porque tuviste miedo a ser dichosa volando por aquel mundo nuevo de aromas y colores, porque no llegaste a entender que nada debías al pasado y que tus alas solo las podías mover tú y nadie más". La mariposa se despertó, pues el viento había agitado la flor y… entonces se decidió. Ya tenía razones para tomar una decisión, la decisión de volver a la antigua pradera o la de aventurarse por la nueva pradera. Levantó sus ojos al cielo, agitó con fuerza las alas, sintió la fuerza con la que la elevaban y voló libre, sin ataduras del pasado, y cruzó el río.
Nunca se supo si se quedó en la nueva pradera o si, habiéndose dado cuenta de que podía volar muy, muy lejos si así lo deseaba, había seguido volando buscando otras nuevas.
Moraleja:
Si no vives tu vida, alguien la vivirá por ti y puede que no te guste.
Si no te valoras a ti mismo, nadie te valorará como mereces.
Si te conformas con lo fácil, nunca podrás disfrutar del goce de conseguir lo difícil.
Si no levas el ancla que te mantiene amarrada en el puerto del pasado, no podrás navegar hacia nuevos y luminosos horizontes.
Érase una vez… una mariposa que libaba el polen de las flores que había en un prado al que había llegado unos meses antes. Se encontraba a gusto allí. Aquel prado era su mundo; era todo lo que necesitaba para poder decir que estaba bien y que la vida se portaba bien con ella, pues antes de llegar allí había estado en otro prado en el que una tormenta de granizo a punto estuvo de costarle la vida, pues sus frágiles alas quedaron desgarradas y solo a fuerza de voluntad y sabiendo que con nadie podría contar para sobreponerse a su desgracia sino era con ella misma, consiguió recuperarse lo suficiente como para poder marcharse a buscar otra pradera en la que no hubiera tormentas que la pudieran dañar.
Encontró ese nuevo prado tras un agotador día de vuelos zigzagueantes y de hábiles maniobras para evitar terminar en el estómago de algún ‘colirojo’ de los muchos que en esa época de cría surcaban al aire incesantemente buscando comida para sus polluelos. Ya en su nuevo hogar, decidió un día volar, curiosa, hasta lo que parecía la ribera de un río cercano. Voló sin otra pretensión que la de ver qué había por allí. Lo que pudo ver no fue solo el río, sino, al otro lado, una pradera llena de flores de los más variados colores y aromas embriagadores que excitadas captaban sus antenas.
Aquella pradera parecía no tener fin. Era casi lujuriosa. Decidió agitar sus alitas y volar un poquito por la pradera, pero sin alejarse. Libó de aquellas flores, las más cercanas, y nunca hasta entonces sus antenas habían disfrutado de tales aromas ni su espiritrompa de tales sabores. Era una delicia increíble. Se dejó embriagar por todo ello, y el deseo de seguir disfrutándolo se fue instalando en su corazoncito de mariposa. El deseo de gozar de toda la pradera, de aquel jardín celestial, el deseo de quedarse allí y no regresar a su pradera era muy pero que muy fuerte. Quería instalarse allí para siempre pero, en una de sus cabriolas, su mirada, orientada por sus antenas, se fijó en la pradera del otro lado del río, en la que era su casa sin tormentas de granizo desde hacía meses, en la que se sentía dichosa y donde pensaba morir cuando le tocara, que sería pronto, pues siempre se ha sabido que la vida de las mariposas es corta, y entonces se preguntó si realmente deseaba volver allí.
¿Volvería a la pradera anterior? ¿Sería suficiente para ella todo lo que había tenido y podría seguir teniendo en su vieja pradera? Sí. ¿Por qué no? Pero… después de lo que había visto y probado en la del otro lado del río y eso que apenas había libado de las flores más cercanas, le apetecía muchísimo. La pradera de siempre la había tratado bien, apenas había cardos, las flores no eran muchas, pero sí las suficientes como para no quejarse, así que… Volvió a mirar a uno y otro lado del río. Su pradera de siempre parecía llamarla: “Ven, vuelve, que sin tu aleteo no soy nada, no sé de qué sirvo, vuelve para que puedas seguir libando mis flores, vuelve”. La otra le decía: “Apenas has libado mis primeras flores y habiendo sido las más cercanas, las más pequeñas, te han hecho disfrutar como hasta ahora nunca lo habías hecho. Mira más lejos y verás cuánto polen maravilloso, cuántos aromas hay esperándote, cuánto disfrute te espera, pero… las flores no pueden volar hacia ti. Eres tú la que has de volar hacia ellas y si lo haces, todas y cada una de ellas te darán lo mejor de sí, pero…solo será si tú lo quieres". No sabía qué hacer. Era muy difícil tomar una decisión. Por un lado se sentía obligada con su antigua pradera y por el otro le atraía con fuerza la nueva y todo lo que prometía. ¿Qué hacer? Sin darse cuenta estaba volando sobre el río, muy cerca del agua y al mirar hacia abajo pudo verse reflejada en ella. Se fijó en sus alas, en sus delicadas alas y aún pareciéndole que eran preciosas y fuertes como para permitirle volar lejos, se dijo que quizás no lo eran tanto y que por eso eran las apropiadas para su antigua pradera. Ella sabía que se engañaba. Sabía que sus alas eran preciosas y que estaban llamadas a llevarla muy lejos por aquella nueva y florida pradera. ¿Por qué seguir engañándose? ¿Por qué permitir que se atrofiaran y languidecieran volando por la anterior pradera solo porque en ella estuvo aceptablemente bien? Se posó sobre una pequeña flor y se quedó dormida. Entonces soñó, pues también siempre se ha sabido que las mariposas sueñan, soñó con sus alas y que no pasaría mucho tiempo hasta que empezaran a decolorarse, incluso a debilitarse y quizás, cuando deseando vivir intensamente lo que le restara de vida, ya no fueran capaces de hacerla cruzar el río y puede que hasta el viejo prado ya no la satisficiera y … miraría entonces hacia atrás y se daría cuenta de que había vivido una vida mediocre, y que todas sus habilidades, sus deseos, sus ilusiones, su realización como mariposa, solo se habían quedado en eso, en deseos y que ahora el tiempo había trocado en frustraciones, desengaños e impotencia. Y todo eso ¿por qué? En aquel sueño, el viento le trajo la respuesta: "Porque no te has considerado en lo que vales, mariposa; porque aceptaste que fuera la pradera la que orientara tu vida y no tú la que decidieras qué hacer con ella; porque tuviste miedo a cruzar el río sin retorno; porque tuviste miedo a ser dichosa volando por aquel mundo nuevo de aromas y colores, porque no llegaste a entender que nada debías al pasado y que tus alas solo las podías mover tú y nadie más". La mariposa se despertó, pues el viento había agitado la flor y… entonces se decidió. Ya tenía razones para tomar una decisión, la decisión de volver a la antigua pradera o la de aventurarse por la nueva pradera. Levantó sus ojos al cielo, agitó con fuerza las alas, sintió la fuerza con la que la elevaban y voló libre, sin ataduras del pasado, y cruzó el río.
Nunca se supo si se quedó en la nueva pradera o si, habiéndose dado cuenta de que podía volar muy, muy lejos si así lo deseaba, había seguido volando buscando otras nuevas.
Moraleja:
Si no vives tu vida, alguien la vivirá por ti y puede que no te guste.
Si no te valoras a ti mismo, nadie te valorará como mereces.
Si te conformas con lo fácil, nunca podrás disfrutar del goce de conseguir lo difícil.
Si no levas el ancla que te mantiene amarrada en el puerto del pasado, no podrás navegar hacia nuevos y luminosos horizontes.