Claro García
Miércoles, 09 de Diciembre de 2015

De qué hablamos cuando hablamos de Astorga

Hace años, viajando por el profundo y desolado Oeste de Estados Unidos decidimos abandonar las carreteras principales y adentrarnos en el desierto. Ante nosotros se abrían caminos polvorientos, espacios momificados por el sol. El aire era de una densidad insoportable y reverberaba en la tierra calcinada provocando espejismos, figuras que no existían: un lago, una montaña, una formación rocosa o una gigantesca serpiente de cascabel. Comenzaba a caer la tarde. Dentro del coche, la fruta se había cocido. Teníamos agua, pero no sabíamos dónde nos encontrábamos. Estábamos perdidos en una tierra del color de la sangre y bajo un cielo inmóvil e infinitamente azul. Perdidos en la nada. 

 

Y entonces la vimos. La cabaña resultaba diminuta en aquella abrasadora inmensidad. Cuando entramos, buscando el cobijo de la única sombra en cincuenta millas a la redonda, una hermosa muchacha india nos invitó a pasar a lo que ella denominó ‘Gran Museo’. Al parecer, aquella destartalada cabaña albergaba parte de la cultura de la nación india que habitó aquel territorio gigante y magnífico que yo conocía de las películas de John Wayne, las películas de ‘indios y vaqueros’ que había visto de niño en los cines de Astorga. 

 

La pequeña habitación, el pequeño Museo que nos mostró la joven india, apenas contenía un viejo uniforme de caballería, un ‘Winchester’, un arco, un traje indio y una ‘Singer’, una máquina de coser exactamente igual a la que todavía utilizaba mi madre. La joven se sentía orgullosa de ella. Probablemente se trataba de la primera máquina de coser que llegó al viejo Oeste. 

 

Hoy me pregunto qué hubiese sido capaz de hacer aquella chica si en vez de un rifle, de un raído uniforme y de una máquina de coser hubiese podido mostrarle al mundo el Palacio, la Catedral, las murallas, el Jardín, el Ayuntamiento, el Museo del Chocolate, el Museo de los Caminos, el Camino en sí, y el paisaje luminoso y cambiante de Maragatería. 

 

Tenemos que ver Astorga con los ojos del corazón y del deseo. Así es como la verán los demás. El Palacio no es un Palacio; es fantasía. Donde hay murallas veo aventura, y miro nuestro cocido maragato y lo que veo en realidad es nuestra forma de entender el mundo. Nos veo a nosotros. Veo el mundo al revés. Un mundo que apetece.

 

¿Qué es Astorga? ¿Cuál sería su concepto publicitario? ¿Qué es lo que de verdad deberíamos contar de Astorga para transmitir su atractivo turístico y para posicionarla en el mundo? ¿Qué nos diferencia? ¿Qué nos hace únicos? ¿Qué dirías tú de Astorga? ¿Qué sientes de verdad cuando miras hacia tu interior? ¿Puedes expresarlo en palabras? ¿Y en una sola palabra?

 

Debemos reaccionar y recuperar el tiempo perdido. Creo que hemos comenzado a  hacerlo. Nos lleva ventaja gente que tiene mucho menos que nosotros pero que lo vende muy bien. Imaginaos que en vez de un desierto, un rifle y una máquina de coser aquella chica india hubiese tenido lo que tenemos nosotros. Imaginaos que hubiese tenido Astorga.

 

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