Javier Huerta
Miércoles, 09 de Diciembre de 2015

Historia de una placa, o la maldición de los Panero (Folletón por entregas ) II

Imaginemos las razones que llevaron a Leopoldo Panero a escoger como lugar de residencia el número 35 de la calle Ibiza. Evidentemente, en la decisión debió contar mucho Felicidad, su esposa. No lejos de allí, en la calle Francisco Silvela, vivían sus padres. Pero me atrevo a suponer que las influencias de los amigos debieron ser más determinantes todavía. En el número 33 vivía también Dionisio Ridruejo. En el 34, Adriano del Valle. En el 1, Agustín de Foxá. Los tres, escritores de diversa condición y calidad pero unidos por haber hecho la guerra con Franco. 

 

Nunca estuve en el piso que habitaron, en régimen de alquiler, los Panero. En un reciente libro, olvidable por desmañado en las formas y gratuitamente procaz en el contenido, Luis Antonio de Villena refiere anécdotas varias ?casi todas de carácter sexual?, no sé si inventadas o fingidas, pues ya no queda ninguno de los Panero para contradecirle, ventajas de la muerte. El caso es que este antes exquisito y ahora chismoso escribidor afirma que muchas de esas correrías sexuales tuvieron como escenario el piso de los Panero; incluso, para mayor escarnio, el despacho del propio Leopoldo padre. Como los lectores advertirán, toda una delicadeza por parte de Villena, que aún se muestra satisfechísimo de aquel alarde heroico, follar entre los libros y papeles del denostado poeta. Pero volvamos a lo que nos trae aquí: el piso de Panero, un piso que nunca fue propiedad suya, porque los dineros nunca le alcanzaron para ello, a pesar de que los ignorantes todavía lo llaman el 'poeta oficial del Régimen'. Oficial, no sé, pero rico, desde luego que no.


Aquel piso ?parece que de tamaño medio? debía estar repleto de libros, y de sus paredes debían colgar muchos cuadros. Desde que Leopoldo tuvo como responsabilidad la comisaría de las Bienales de Arte Hispanoamericano ?todo un suceso en la España de posguerra?, tuvo trato frecuente con artistas: Salvador Dalí, Gregorio Prieto, Vázquez Díaz, Romero Escassi, Benjamín Palencia, José Caballero, Ortega Muñoz, Pascual de Lara, Álvaro Delgado, Vela Zanetti… Algunos de ellos ?Prieto, Delgado? retrataron en más de una ocasión a Leopoldo, a Felicidad, a Juan Luis, a Leopoldo María… Lo lamentable es que no sabemos el paradero de estas pinturas y dibujos. El de los libros es más fácil de saber. En las librerías de viejo y en Iberlibro suelen encontrarse de cuando en cuando ejemplares con dedicatorias autógrafas a Leopoldo Panero. Hay que decir que los hijos de Panero no son los únicos en deshacerse así de la herencia. Hace unos días tuve la oportunidad de hacerme con el ejemplar de Escrito a cada instante dedicado a Luis Rosales. Una lástima, en fin, la de este autoexpolio, perpetrado por unos herederos que, en muchas ocasiones, me han recordado el comportamiento de los hijos-lobos de don Juan Manuel Montenegro, el mayorazgo de las comedias bárbaras de Valle-Inclán. Y pienso con melancolía en el noble destino que los libros y los cuadros del poeta pudieron tener y no tuvieron por causa de esa rapiña incomprensible: su bellísima casa de Astorga, donde hoy lucirían con esplendor; de ilusiones también se vive.


(Continuará.)

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