Fernando Iwasaki
Sábado, 19 de Diciembre de 2015

Fantasías textuales

'Fantasías Textuales' es la primera de las narraciones incluida en 'Seis o Siete cuentos libidinosos y tres poemas erotómanos', una publicación de Manual de Ultramarinos, en su colección sicalípticos, que salió allá por el mes de marzo y que motivó una performance en la puerta de un antiguo 'Club' de la capital leonesa. Incluye narraciones de Fernando Iwasaki, José Miguel López-Astilleros, Miguel Martínez Panero, Antonio Toribios, Bruno Marcos y Eduardo Moga . El libro está dedicado "A la memoria de Anita Ekberg, a quien tuvimos la ironía de llamar con un diminutivo, siendo un colosal monumento a la vida, a 'la doce vita'"


 

                                                                                                                             La actividad sexual de los hombres 

                                                                                                            no es necesariamente erótica. Lo es cada vez 

                                                                                              que no es rudimentaria, que no es simplemente animal. 

Georges Bataille

 

Tal como se lo había pedido, él no dejaba de repetir que nunca la olvidaría y que siempre se acordaría de ella. Y cada ‘nunca’ y cada ‘siempre’ atenuaban de verdad el dolor de su descubrimiento, cuando encontró las fotos de Ricardo con esa otra mujer. Qué fácil era deslumbrar a un hombre que nunca nos ve cocinando, sacudiendo y planchando, pensaba mientras le clavaba las uñas y Enrique se corría de nuevo, sollozando agradecido y jurándole que nunca la olvidaría y que siempre se acordaría de ella.

 

[Img #19657]

 

 

                                                                                      ***

 

En las películas basta una mirada o una tenue insinuación, para que dos desconocidos terminen haciendo el amor en un elevador o en cualquier pensión de mala muerte. Por eso elegí una mesa de esta cafetería de señoras cursis, para mirar con lánguida insistencia a las desconocidas que más me gustan. Al principio no me hacían caso y más de una se marchó ofendida, pero después de tantos años de venir todas las tardes, ahora son ellas las que me devoran con los ojos. Especialmente desde que corrió el rumor de que sólo soy un casto anciano que enloqueció de amor, cuando su novia murió atropellada antes de entrar a la cafetería. No sé cómo empezó todo, pero he terminado convertido en una leyenda urbana y sentimental. Mejor, porque en realidad me excita que me rebañen con la mirada, que fantaseen con mi vida y que me regalen sus poemas guarros. De joven me hubiera encantado acostarme con cualquiera de esas desconocidas, y ya de viejo me basta con saber que podría tirármelas a todas.

 

                                                                                    ***

 

Le molestaba que su marido le pidiera que se abrochara los botones del escote. 'Los hombres siempre le miran el sostén a las mujeres', insistía. Qué tontería. ¿A quién le iba a interesar la ropa interior de una ama de casa, con las chicas espectaculares que se ven por la calle o en las revistas de los quioscos? Sin embargo, un día sorprendió a un compañero de trabajo escudriñando entre sus senos y al mismo tiempo comprendió que los clientes sólo le hablaban a sus pechos. De la incomodidad pasó a la resignación, luego se dio cuenta de que saberse deseada le hacía sentirse más segura, y finalmente resolvió desabrocharse los ojales de la autoestima cada vez que salía de casa. Total, el único que no se daba cuenta si su sostén era de seda, encaje o leopardo, era el lacio de su marido. Y la primera vez que se lo quitó al llegar al trabajo, sus botones dejaron de ser invisibles.

 

                                                                                 ***

 

Nos conocimos en una de esas aburridas convenciones de la empresa. Nunca conversamos, jamás nos presentaron y ni siquiera estuvimos a solas más de dos minutos. Sin embargo, nadie me ha mirado antes así, con esa intensidad y aquel deseo conmovedor. En cada una de las sesiones yo era capaz de percibir los latidos de su presencia y el torrente de su respiración. La última noche coincidimos en el pasillo del hotel, mientras entraba a su habitación y yo salía de la mía. Fueron sólo unos fragmentos de sensual eternidad, pero todo era tan claro, tan explícito y tan verdadero... Ahora él sabe que existo y en cualquier lugar del mundo podrá reconocerme con sólo mirarme a los ojos.

 

Cuando escuchó la voz de mi marido cerró su puerta, pero entró en mis pensamientos para siempre.

 

 

[Img #19656]

 

 

                                                                               ***

 

En un bolso escondido entre las toallas lo encontré. Era un fajo amarillento de cartas de un ex-novio de mi esposa, que sinceramente no esperaba que ella conservara después de tantos años de casados. Leyendo las cartas deduje que ambos estaban de acuerdo en que la suya era una relación que no pasaba del plano sexual, e incluso él admitía que si no hubiera sido por las cosas que hacían y cómo las hacían, seguro que no habrían convivido ni seis meses juntos. Así, desde su soledad en una fría ciudad del norte, el antiguo novio se esforzaba en reconstruir los buenos momentos de sexo, y con palabras más bien vulgares le decía que extrañaba los gritos, las posturas, los corrimientos y las ‘reculaciones’ (este neologismo anegó mi cabeza de sórdidas imágenes) de mi mujer. Ya en las últimas cartas le deseaba suerte con el ‘empollón’ que había conocido en la universidad, y le reconocía que tenía razón, que no todo era “tenerla gorda y follar como Hulk”, porque también estaban las novelas, el cine y los talleres de literatura. “Ya tú me avisabas que preferías estar con un tipo profundo” -ensayó retórico- “aunque follara malamente”, remató resignado.

 

Guardé las cartas donde estaban y seguí empollando novelas, guiones y los manuscritos de los alumnos de mis talleres. De vez en cuando busco el bolso y las leo de nuevo para convencerme de que toda esa delirante sexualidad es posible, y me vuelvo a hundir en la depresión más absoluta. Ese tipo tenía razón: lo mío es la profundidad.

 

                                                                                   ***


Siempre llegaba la última a mis cumpleaños, con sus piernas larguísimas y sus labios pintados del mismo rojo de sus zapatos. El día que me apachurró contra sus tetas perfumadas, no me importó que el regalo que me trajo fuera repetido. Desde entonces sólo quiero que me apachurre otra vez. Seguro que papá también quería lo mismo, porque dice la abuela que se han escapado juntos. Pobre mamá, todo el día llorando. ¿Cómo le digo que yo también me quiero escapar con ella?

                                                          

                                                                               ***


“¿Te acuerdas cuando ibas a mi casa para estudiar?”, me preguntó con la misma sonrisa que me hechizó veinte años atrás. “¡Yo me moría por ti!”, me soltó de sopetón, como si no hubiera sido ya suficiente sorpresa encontrármela borracha en aquella fiesta, recién divorciada y tan espléndida como siempre. Sin embargo, hace veinte años yo creía que ella ni me miraba y que simplemente era inalcanzable. ¿Y justo ahora se le ocurría decirme que había muerto por mí? ¿Y mi esposa? ¿Y los chicos? Sabiéndose irresistible me dijo que tal vez fuera mejor así, reencontrarse de golpe con toda la experiencia de la edad, de la vida y del amor. Apelando a los últimos arrestos le respondí que mi recuerdo de ella era más hermoso tal como estaba, y que más bien podía escribir un cuento o una novela sobre los caprichos misteriosos del azar. “Sí, huevón”, me susurró antes de besarme. 

 

 

[Img #19655]

 

 

                                                                               ***

 

“Quiero que sepas todo sobre mí antes que nos casemos”, me dijo mirándome a los ojos. Y entonces me habló de la italiana de un fin de curso, de la compañera de asiento de un viaje a Barcelona, de la hermana de un amigo de la facultad, de la clarinetista de una orquesta de cámara y de la pintora que lo sometió durante años. Yo no le había preguntado nada, pero él quería que lo supiera todo. Desde entonces no tiene que pedirme nada porque ya sé cuáles son las cosas que más le gustan. Ojalá que algún día olvide a la del clarinete.

 

 


(Sevilla, 1995)

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.