Claro García
Domingo, 20 de Diciembre de 2015

El tren

A los de León siempre nos ha querido el tren. Es de la familia. Aquí el tren no viaja solamente por vías; viaja por la memoria. Todos los sueños que tuvimos de niños se subieron un día al tren, y el tren los llevó hasta donde de verdad querían ir. Nuestros trenes huelen bonito y saben a ausencia, a despedida, a cartas, a humo, a beso y a madrugada. Cuando te has subido a un tren jamás llegas a bajarte del todo. Los trenes son la aventura, el duermevela, el inventar historias que en su mayoría se convirtieron en realidad. Viajamos a veces con la frente en la ventanilla no por cansancio sino como signo de amistad con ese tren al que siempre hemos estado unidos y que nos acuna con movimientos de madre mientras nos canta la nana del tran tran.

 

Los trenes nos han protegido, nos han comprendido y nos han ayudado. Los conocemos desde siempre: el Rápido, el Mixto, el Expreso, el Jaimito… Mi tío Geijo se sabía todos los nombres de esos viejos amigos que hoy ya tienen nietos.

 

La máquina del tiempo es la que arrastra a los trenes. Por eso son mágicos. Por la mañana dices 'adiós' a la persona que quieres, y por la noche dices 'hola' en otro lugar del mundo a alguien a quien también quieres, aunque sea un desconocido. Los trenes te hacen mejor persona, y no es cierto que formen parte del paisaje: son el paisaje mismo.

 

Hasta los niños saben que los trenes son animales domésticos. Son sabios, existen desde hace millones de años y no tienen principio ni fin. Constituyen una religión, una forma de ser. Tienen vocación de eternidad y nos resumen muy bien: naces en un andén y te bajas en otro porque la existencia, en el fondo, se compone de estaciones. Si hay tren hay vida. Y es precisamente la vida lo que nos quieren quitar.

 

Villarejo de Órbigo, Villagatón-Brañuelas, Torre del Bierzo, Magaz de Cepeda… Suprimiendo el tren nos arrebatan los recuerdos, los abrazos, los amaneceres, la lluvia en los cristales, el pasado y el futuro. Nos arrebatan un amigo. Borran los pueblos, nos despojan de lo que fuimos, lo que somos y lo que llegaríamos a ser. Condenan al progreso a pasar de largo sin detenerse en el andén.

 

Por donde no pasa el tren no pasa la vida, y todo, a la larga, queda convertido en un paisaje muerto. Las personas, las cosas pequeñas que nos hacen grandes porque tienen alma.

 

Temo la noche eterna e inmóvil que amenaza al campo de León. Desaparece el tren y con él se irá el aire, el agua, la risa, las voces, las gentes, la luz. Desaparece el tren y quedará solo un desierto. Y cuando solo quede el desierto, nos lo quitarán también.

 

 

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