Bruno Marcos
Lunes, 21 de Diciembre de 2015

¡Por no traicionar la infancia!

Hay en el nuevo libro de José Luis Puerto, `La casa del alma’, un pasaje que me conmovió hondamente. Es aquel en el que una persona ante la incómoda pregunta sobre si cree en Dios contesta que sí, que cree por no traicionar a su infancia. En el mismo instante en que lo leí me vino a la mente algo parecido, casi exacto, que yo había pensado, que me gustaría poder creer por fidelidad a mi madre.


Ella, como tantos españoles de la postguerra, probablemente encontró en la religión no sólo una respuesta existencial sino también un acercamiento al mundo de las ideas que estaba vedado en casi todo. Ya en la transición, cuando todas las cosas se empezaron a remover, recuerdo oírla defenderse afirmando que ella quería “creer a lo bruto”. No fue así. Una vez fallecida vinieron sus amigas a casa de mi padre y comentaron, como algo muy llamativo que era habitual para ellas, las preguntas tan comprometidas que le hacía al cura, las cuestiones tan controvertidas. Con todas las cosas que tuvo en su vida larga encontró tiempo para la compasión que la recorrió entera, desde niña hasta el lecho de muerte. Con esas amigas llevaba a cabo una actividad que, disfrazada de distracción, consistía en ir a dar consuelo y compañía a los que sufrían en la ciudad solos.


Tuvo José Luis Puerto el detalle de invitarme, hace pocos días, a presentar su libro y, sobre todo, a escuchar esos textos que ya había leído y que en su voz vivían más. Algunos desgarradores como aquel del pastor que se encargaba de ahorcar perros y cuyo nombre nadie volvió a pronunciar una vez muerto, otros mágicos como el de la anciana que se enamoró de su enfermero y abriendo la ventana de noche preguntaba a las estrellas: «¿qué me pasa?». El texto que describe a su padre aproximándose a él, cuando niño, sobre una caballería con un esbozo de sonrisa en un instante que hace al mundo parecer bien hecho, le pone a uno al borde del llanto al identificarse tanto con el padre como con el hijo.


Abra uno por donde abra este libro encuentra maravillas, por ejemplo, el ulular de los vientos que el abuelo llamaba «la madre de los aires», o el pájaro que entró en la casa y ascendió por ella hasta salir a los cielos llevándose el alma del hogar hacia todo lo que no entendemos.


Yo les recomiendo leer, antes o después de todos los libros de José Luis Puerto esta casa del alma, y también les recomiendo, si pueden, hacerse amigos de él.

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