Luis Miguel Suárez Martínez
Domingo, 03 de Enero de 2016

La poca fortuna de un poeta entre generaciones

Para conmemorar los cincuenta años de la publicación de 'La Ciudad' aparecía a finales de 2015, en el sello Bartleby una nueva edición con prólogo de Tomás Néstor Martínez Álvarez y con epílogo de Juan M. Molina Damiani, responsable asimismo de la fijación del texto de los poemas.
Diego Jesús Jiménez residió en su infancia en Priego (Cuenca) y en su adolescencia en la capital conquense. En los setenta fundó la colección de poesía Alfar de Editora Nacional, de la que fue despedido en 1977 por su defensa de las libertad durante la transición a la democracia. Consiguió el premio Adonais en 1964 por La ciudad. Con Coro de ánimas obtiene en 1968 su primer Premio Nacional de Literatura. En 1997 obtiene por segunda vez el Premio Nacional de Poesía por Itinerario para náufragos. Como pintor realizó su primera exposición pública en junio de 1991 en la galería Kreisler de Madrid.

Diego Jesús Jiménez, La ciudad. Prólogo de Tomás Néstor Martínez. Apuntes críticos de Juan M. Molina Damiani. Madrid, Bartleby Editores, 2015.

 

 

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Diego Jesús Jiménez (Madrid, 1942-2009) pertenece, por edad, a la 'Generación del 68' o 'de los setenta', dentro de la que también se integran los novísimos. Sin embargo, su línea poética resulta más próxima a la de algunos componentes de la generación anterior (Claudio Rodríguez, Eladio Cabañero, Carlos Sahagún, Jesús Hilario Tundidor, Rafael Soto Vergés…) que a la de aquellos. Aunque cuenta en su haber con algunos de los galardones más importantes —el Premio Nacional de Literatura (en dos ocasiones) y el Nacional de la Crítica, el Adonais, etc.—, su obra, en la que sobresalen títulos como Coro de ánimas (1968), Fiesta en la oscuridad (1976), Bajorrelieve (1990) o Itinerario para náufragos (1996), no ha alcanzado la difusión que de su calidad cabría esperarse; y, de forma inexplicable, su nombre está ausente en buena parte de las antologías más actuales y difundidas de poesía contemporánea.'En 1964, cuando, a pesar de su juventud, ya había publicado tres libros poéticos, obtiene el prestigioso Premio Adonais con La ciudad, que verá la luz al año siguiente. Su aparición coincide con un periodo decisivo en la lírica española, inmersa en un proceso de renovación que tendrá su cara más visible apenas un año después con la publicación de Arde el mar (1966), obra emblemática de la nueva promoción de jóvenes poetas, consagrados por Castellet en su célebre antología Nueve novísimos poetas españoles (1970). Diego Jesús Jiménez no participa de esa particular sensibilidad veneciana de los más significados de sus coetáneos —que en un primer momento monopolizan la representación generacional—, pero sí de ese propósito más generalizado de renovación del lenguaje poético.

 
En realidad, los novísimos no van sino a extremar un proceso renovador ya iniciado en el primer lustro de la década de los sesenta por algunos integrantes de la generación anterior y otros de la suya propia relacionados con los anteriores como el propio Jiménez. Fueron estos, en efecto quienes iniciaron la superación del paradigma poético realista, que en sus distintas variantes, había predominado en la literatura española desde la posguerra. 
La ciudad es un buen ejemplo de ello. Los veinte poemas del libro —el primero de carácter preliminar—, ordenados en cinco “rondas” sucesivas (“Ronda del agua”, “Ronda de la noche”, “Ronda del aire”, “Ronda de las piedras” y “Ronda de los hombres”) mostraban una meditada estructura que otorgaba al conjunto un carácter unitario y orgánico. Partiendo de la propia realidad, surgía ahora una poesía de marcado signo irracionalista, con ciertas vetas de simbolismo, que, sin incurrir en un lenguaje barroco —y sin excluir incluso el léxico más cotidiano— mostraba igualmente una innegable preocupación formal. Por otra parte, resultaba perceptible el dominio del ritmo, con un logrado empleo del encabalgamiento. Por último, la factura irracionalista podía velar ciertos detalles, pero dejaba observar la presencia de ciertos temas recurrentes: de forma destacada, la indagación en la memoria personal para reconstruir momentos y paisajes de la infancia, que contrastan con la realidad presente. En su conjunto, el libro revelaba a un poeta dueño ya de un notable oficio.

 

 

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Para conmemorar los cincuenta años de su publicación aparecía a finales de 2015, en el sello Bartleby una nueva edición con prólogo de Tomás Néstor Martínez Álvarez y con epílogo de Juan M. Molina Damiani, responsable asimismo de la fijación del texto de los poemas. En su esclarecedor estudio introductorio, titulado “Entradas a la ciudad” (pp. 7-46), el profesor Martínez Álvarez, especialista en la obra del poeta pricense —al que dedicó su tesis doctoral, parte de la cual publicada en forma de libro fue reconocida con el XI Premio Internacional 'Gerardo Diego' de Investigación Literaria—, analiza el contexto del poemario y nos ofrece dos de sus posibles lecturas, ambas igual de sugestivas: una en clave platónica y otra en clave mística; aunque se trata claro está, en este caso, de una mística 'civil o laica' (p. 12). 


Por su parte, el profesor Molina Damiani, también acreditado especialista en el autor, aborda en sus 'Apuntes críticos sobre La ciudad de Diego Jesús Jiménez' (pp. 119-148) sobre todo las cuestiones ecdóticas o textuales del poemario. Como aquí se aclara, más de la mitad de sus composiciones han experimentado, a lo largo de los cincuenta años transcurridos desde su primera edición, diversas enmiendas (supresiones, añadidos, cambios varios…, aparte de las correcciones de las inevitables erratas). No se reflejan aquí esas variantes, pues no se trata de una edición crítica; pero sí se ofrece completa noticia de los diversos lugares (antologías, estudios, revistas y cuadernos) donde se han reproducido los poemas. Por último, de cada uno de ellos, se señala la procedencia de la versión adoptada, que incluye todas las correcciones previstas en su momento por el autor y que hasta ahora no se habían incorporado. De manera que esta nueva edición fija de forma definitiva el texto de La ciudad, lo que sin duda le añade un aspecto de especial interés.

 

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