Juan Jacinto Fernández Pérez
Domingo, 17 de Enero de 2016

El maquis de un cura de aldea (II)

En esta segunda entrega Juan Jacinto ya nos cuenta el éxito de su primera acción mediadora, al salvar de ser fusilados a unos pobres mineros, lo que le iba a convertir en el intermediario oficioso de los maquis de la zona del valle.

 

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En aquel año hubo elecciones y formaron gobierno Lerroux y Gil Robles, presidentes respectivamente de los radicales y de la derecha republicana, hubo algo más de orden aunque fuese aparente.


En el año 1934 hubo otra revolución en Asturias, pero los de esta zona de León no fueron a la huelga: fue más grave que la del 33. Alcalá Zamora fue reemplazado por Azaña y de ministro de Gobernación nombraron a Casares Quiroga, siguió el malestar y abusos pero ya nos fuimos acostumbrando. Por fin llegaron las elecciones de febrero del año 1936, para entonces ya se había fundado la Falange en casi toda la nación y había varios choques. Fuimos todos a votar, aquello ya era de vida o muerte, hubo mítines de una y otra parte y los choques eran frecuentes.


En la provincia de León triunfaron las derechas y en la mayor parte de España, pero las boicotearon y empezaron las violencias. En aquellos meses ya no se podía salir a la calle. En todas las provincias se había fundado la Falange y había choques sangrientos, volvieron a empezar la quema de iglesias, en esta región la de San Vicente, anejo de Espanillo y la de San Juan de la Mata. En Vega hubo un choque sangriento entre falangistas y comunistas, muriendo un comunista. Prendieron a siete y los llevaron a Villafranca. El día 13 mataron en Madrid a D. José Calvo Sotelo, dicen que fueron los anarquistas de Casares Quiroga, o los de Prieto; para aquella noche tenían sentenciados a Gil Robles  y al Conde de Vallellano, pero no estaban aquella noche en Madrid; uno estaba en Biarritz y el otro en Santander. Aquello ya se agravó más y el día 17 se declaró el movimiento en África y el 18 en la Península. El día 18, domingo, me llamaron para administrar los sacramentos a una enferma en Burbia, dista aquel pueblo unos 14 kilómetros del valle. Al volver por el camino me dijeron lo que pasaba y que habían llevado presos a Ponferrada a los médicos Don César y Don Ernesto Terrón, al veterinario, al cartero y algunos más de la gente de orden.

 

Yo no me atreví a llegar al valle y me quedé unas horas en San Martín de Moreda que dista del valle dos kilómetros. Ya de noche me acompañó uno de aquel pueblo y me alojé en casa de una señora llamada Ángela Barrero, hermana de un sacerdote. Tuvieron miedo, eran varios de familia, pero como eran mujeres y no tenían ningún hombre, al amanecer marché para la rectoral y allí estuve unas horas. Sobre las dos de la tarde pasó un hombre y le dijo a mi hermana que si estaba en casa que marchase, que venían un ciento registrando las casas y requisando las armas y las caballerías para ir a otros pueblos. El caballo lo había dejado en San Martín y yo me marché para la casa de un vecino y allí estuve hasta la noche en que me fui a la casa de un minero y allí me llevó mi hermana la cena, y cuando estaba cenando llego otro minero que dijo que me escapase, pues la casa rectoral estaba toda ocupada, la estaban registrando, buscando el caballo. En la casa había poco que registrar, porque en el mes de mayo había mandado los muebles para la casa de mis padres. Yo aquella noche la pasé al sereno en un huerto próximo a la rectoral.

 

A la mañana siguiente, día 20, subí al monte cercano al pueblo y allí estuve 15 horas observando lo que pasaba, (mucho movimiento de unos pueblos para otros; me llevó allí mi hermana una botella de leche). A la noche bajé a unas viñas junto a un pajar, allí cené y después me guardé en dicho pajar contiguo a la vivienda del señor que tenía allí la hierba y que nos era fácil comunicarnos porque tenían entrada por el mismo callejón. Fui poco a estar con ellos, porque tenían niños pequeños y tenían miedo a que me descubriesen. Allí estuve hasta la noche del 25, día de Santiago.

 

 

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En aquellos días no pude decir misa ni atender las obligaciones. Aquel día por la noche que acompañado por un feligrés salimos para Villafranca, tuvimos que pasar por los pueblos de San Pedro de Olleros y Paradiña y aunque a mí me querían bien, no entramos en ellos. Al amanecer llegamos a Pobladura y allí pregunté cómo estaba la situación, pues yo arriba no pude saber nada. Tomamos chocolate en una fuente que estaba en medio del pueblo y luego vimos salir a un mozo que nos dio noticias malas, nos dijo que el día anterior los habían tratado mal. Después ya vimos a un amigo del que iba conmigo y nos dijo que Villafranca estaba tranquila, y otro viejo que me reconoció como sacerdote, me dijo que no tuviese miedo, porque si habían dado algunos trastazos era porque lo merecían por sus antecedentes malos. Llegamos a Villafranca y fui a parar a la fonda de Ruiz a donde acostumbraba a ir antes. Allí estaba Don Recesvinto Ruiz, párroco de Dragonte, hermano del fondista y me preguntó cómo no había bajado antes; que a los dos días del movimiento habían pasado las tropas mandadas por el comandante Manso, y que había liberado a todo El Bierzo y había subido hasta Fabero, y como los comunistas no habían hecho resistencia, se marchó con sus tropas al Alto de los Leones en Madrid.


Yo aquel día, 26 domingo, no pude decir misa porque había desayunado en Pobladura, y entonces el ayuno eucarístico obligaba desde las 12 de la noche. Fui a oírla a la iglesia de Los Paules y al salir se me presentaron unas señoras animándome y ofreciéndose. Allí estuvimos cerca de un mes varios sacerdotes, algunos maestros que eran de derechas, empleados de ayuntamientos, etc…Aunque en los pueblos importantes como Villafranca, Ponferrada y Bembibre y algún otro no había peligro, sin embargo en los pueblos rurales no podíamos estar. La Guardia Civil se había concentrado y no había defensa porque en dichos pueblos, sobre todo en esta zona, aún no estaba organizada La Falange.


El primero de agosto en mi parroquia, entraron en la iglesia y quemaron todas las imágenes, ropas, cruces, candelabros, etc, no dejaron nada más que el edificio con las paredes y el techo. Había algunas cosas de valor, una cruz toda de plata, algunas casullas de mérito, algunas imágenes antiguas y de bastante valor…En aquellos días se quemaron en todas las iglesias del arciprestazgo…


Habían puesto una bomba al puente Maomao, entre Toral y Quereño, pero la columna sólo se torció y el puente no se cayó y los trenes no pudieron pasar con los pasajeros y mercancías, la máquina la ponían en la cola, metían el tren en el puente y otra máquina lo enganchaba del otro lado, si venía de Toral lo enganchaba la de Quereño y si venía de Galicia el de Toral; por él pasé yo para La Rúa, pero ya no nos bajábamos del tren, únicamente quitaban la máquina. El intento de esto era que no pudiesen pasar las mercancías, armas etc para los nacionales, no quedaba más comunicación que por la carretera de Orense a Ponferrada y la general de la Coruña a Madrid y estas eran insuficientes en aquellos tiempos para los transportes que se necesitaban.


Estuve otros veinte días en mi pueblo y al cabo de ellos me escribieron que volviese porque aquello se había pacificado. Volví a mediados de septiembre y el día 24 del mismo mes, por la noche, rodearon el pueblo unos mil, iban en retirada, pero estuvieron en Ancares antes de marchar para Asturias. Mataron a Juan Álvarez y tuvieron presos a unos veinte, pero al amanecer llegaron fuerzas de Ponferrada y los falangistas de Vega de Espinareda y Fabero y no le hicieron frente, huyeron otra vez a Ancares y de allí pasaron a Asturias. Yo aquella noche había dormido en Vega.

 

 

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En la región pasaron varias cosas desagradables en estos meses, empezó la limpieza prendiendo a varios; por causa del puente fueron ajusticiados algunos en Ponferrada, también desaparecieron varios. La guerra ya no se podía detener. Llamaron a varias quintas del 30, 31, 32 y 33, pero algunos no se presentaron y otros marcharon para Asturias. En este ayuntamiento también se guardaron algunos, entre ellos unos cuantos de Moreda. En el mes de diciembre vinieron de Asturias dos enlaces para que fuesen a trabajar a las minas, marcharon en una noche, y al querer pasar en la Fornela llovía mucho y se volvieron, uno de ellos se extravió de los demás y los falangistas de Sésamo lo cogieron y le hicieron declarar en dónde estaban los otros y aquella noche los detuvieron en sus casas de Moreda; eran Francisco Guerra, Juan y Jaime Álvarez Alonso y Enrique Alonso. Los llevaron presos y después de los informes los condujeron a León; los informes fueron de los peores, y tres o cuatro noches quisieron fusilarlos. Estaban detenidos en San Marcos que era en donde estaban los más graves.

 

Por fin me pidieron informes a mí, si era verdad que eran comunistas, si habían quemado iglesias y otros crímenes. Yo les contesté que no tenían más delito que el de no haberse presentado a filas, pues la ignorancia que alegaban de no saber que los habían llamado no era verdad, porque se publicaron anuncios llamando la quinta y además el ayuntamiento los habría citado. Debido a mi informe los juzgaron y de León me mandaron un telegrama que no me entregaron hasta el día de la vista en que ya no tenía tiempo de llegar. El defensor quería suspenderla hasta que yo llegase, pero no lo concedieron porque eran muchas las causas que todos los días tenían y no se podían suspender. Los condenaron a treinta años. A los dos días me presenté y el juez me tomó declaración y aquellos cuatro eran los que peores informes habían tenido del alcalde, de Falange, de la Junta Vecinal y de la Guardia Civil, y los que mejor informe tenían del sacerdote. Le contesté que decía la verdad, que era falso que quemasen iglesias, que fuesen comunistas, que solo uno era minero y si quería trabajar tenía que tener el carnet como los demás mineros, que la única culpabilidad era el no presentarse a filas como los demás, que la causa de que todos los informes fueran malos era porque todos fueron según lo que mandó el alcalde.

(Cotinuará)

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