Un cuento de navidad
Desde luego, no soy una de esas personas que creen en la inspiración. En la vocación, sí. Y en su necesario desarrollo mediante el trabajo constante que, claro, requiere su pizca de esfuerzo. El tiempo que una persona podría dedicar a tareas más cómodas, que en su justa medida, no digo yo que no, son totalmente loables, de pronto se tiene que ver invertido en mantenerse sentado frente a una mesa vacía, con un papel o un ordenador-da igual el medio-, y empezar a juntar palabras, una detrás de otra, lenta y, muchas veces, dolorosamente.
No, yo no soy una de esas personas que creen en la inspiración. Sí, en cambio, en el trabajo, y en la satisfacción de lo bien hecho (seamos prudentes, de lo hecho). Y porque, precisamente, la escritura cuesta (nos referimos a lo espiritual del término), nunca viene mal cierta dosis de motivación externa. Sobre todo si hablamos de niños de no más de 11 años.
Por eso he aplaudido siempre el Concurso de Cuentos de Navidad. Cuando yo mismo era un niño, como participante; ahora, como lector entusiasta de los relatos enviados. Qué sano para nuestra ciudad tener este pequeño espacio de creación donde, por al menos una vez, un niño va a imaginar y escribir un relato. En estos tiempos de historias ya hechas y masticadas, en que toda actividad de ocio está marcada por una cómoda pasividad, es elogiable esta iniciativa de motivación para la escritura creativa.
En la duda, el hecho de que el susodicho mantenga la pretendida vocación, si la hubiere. Pero, al menos, que no sea porque no se ha intentado. Desde luego, siempre quedarán los frutos: varias decenas de relatos cada año. Los de mayor calidad, por cierto, suelen ser los de los más pequeños. Una desbordante imaginación que, en muchas ocasiones, viene acompañada de un incipiente talento narrativo. Muestra de ellos son los de este último año. Un primer premio y dos Accésit para su categoría dan cuenta de ello.
Así que no, yo no creo en la inspiración. Sí en la vocación, y en iniciativas como este clásico certamen navideño que apuestan por, cuando no encender, motivar y premiar el esfuerzo y el trabajo literario de jóvenes que, quizás a raíz de ello, mantengan en el futuro tan saludable hábito.
Desde luego, no soy una de esas personas que creen en la inspiración. En la vocación, sí. Y en su necesario desarrollo mediante el trabajo constante que, claro, requiere su pizca de esfuerzo. El tiempo que una persona podría dedicar a tareas más cómodas, que en su justa medida, no digo yo que no, son totalmente loables, de pronto se tiene que ver invertido en mantenerse sentado frente a una mesa vacía, con un papel o un ordenador-da igual el medio-, y empezar a juntar palabras, una detrás de otra, lenta y, muchas veces, dolorosamente.
No, yo no soy una de esas personas que creen en la inspiración. Sí, en cambio, en el trabajo, y en la satisfacción de lo bien hecho (seamos prudentes, de lo hecho). Y porque, precisamente, la escritura cuesta (nos referimos a lo espiritual del término), nunca viene mal cierta dosis de motivación externa. Sobre todo si hablamos de niños de no más de 11 años.
Por eso he aplaudido siempre el Concurso de Cuentos de Navidad. Cuando yo mismo era un niño, como participante; ahora, como lector entusiasta de los relatos enviados. Qué sano para nuestra ciudad tener este pequeño espacio de creación donde, por al menos una vez, un niño va a imaginar y escribir un relato. En estos tiempos de historias ya hechas y masticadas, en que toda actividad de ocio está marcada por una cómoda pasividad, es elogiable esta iniciativa de motivación para la escritura creativa.
En la duda, el hecho de que el susodicho mantenga la pretendida vocación, si la hubiere. Pero, al menos, que no sea porque no se ha intentado. Desde luego, siempre quedarán los frutos: varias decenas de relatos cada año. Los de mayor calidad, por cierto, suelen ser los de los más pequeños. Una desbordante imaginación que, en muchas ocasiones, viene acompañada de un incipiente talento narrativo. Muestra de ellos son los de este último año. Un primer premio y dos Accésit para su categoría dan cuenta de ello.
Así que no, yo no creo en la inspiración. Sí en la vocación, y en iniciativas como este clásico certamen navideño que apuestan por, cuando no encender, motivar y premiar el esfuerzo y el trabajo literario de jóvenes que, quizás a raíz de ello, mantengan en el futuro tan saludable hábito.




