Bruno Marcos
Domingo, 17 de Enero de 2016

Adiós a la poesía

Es normal que la poesía habite hoy en las catacumbas y hasta que casi la totalidad de la sociedad la dé por muerta. La poesía romántica, postromántica y moderna se instaló mayoritariamente en un pensamiento negativo.

 

Pensar en lo malo por venir, recordar lo traumático y rememorar la felicidad con nostalgia son garantías de una infelicidad que nadie desea, nadie de los que han contestado afirmativamente a aquella pregunta inicial y fundamental con la que Camus abriera su `Mito de Sísifo´: "¿merece la vida ser vivida?". Cuando se ha decidido vivir y se van asumiendo compromisos como desempeñar un trabajo, crear una casa, fundar una familia, tener hijos, sellamos un pacto con la existencia con el cual la poesía va teniendo menos cabida en nuestra vida intelectual. Hasta cierto punto se la podría considerar nociva, un pensamiento negro que no procura higiene mental y que no construye nada sino que más bien roe los cimientos de la frágil arquitectura psicológica que nos mantiene en pie cada día. La poesía antigua a veces moralizante, a veces épica, escapa a esta patología precisamente porque ayudaba en la percepción del mundo y, por lo tanto, en la supervivencia. Es como si la poesía se hubiera retirado hacia las moribundias definitivamente y sólo tuviera sentido en sus parajes cercanos, cuando sólo la belleza del lenguaje puede salvarnos.

 

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