Andrés Martínez Oria
Domingo, 17 de Enero de 2016

Deformaciones de la realidad

“Modo de representar deformante”. La observación siempre modifica el objeto observado, recuerda Italo Calvino en el capítulo dedicado a la multiplicidad en sus imprescindibles Seis propuestas para el próximo milenio. Pero a veces se acude, para exagerar la deformación y conseguir así una posibilidad más de conocimiento, a un prisma deformante, como hacía Galdós en el capítulo XXIV de Doña Perfecta o como reclamaba Valle-Inclán en su teoría del esperpento, en la escena duodécima de Luces de bohemia. En el primer caso, Rosario ve a los que están conspirando contra la vida de Pepe Rey a través de la cristalera de una puerta que deforma sus rostros hasta animalizarlos de manera grotesca y premonitoria; una manera de representar el mal. En el segundo, Valle-Inclán proponía ver a los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos que había en un escaparate del callejón del Gato, en el viejo Madrid, para observar mejor, en su deformación, los rasgos caracterizadores del objeto. Se pasa así de la forma objetiva a la forma subjetiva de representar, lo que exige una nueva percepción, más atenta y crítica. Esto ya lo había hecho muchísimo antes nuestro Miguel de Cervantes, al observar las cosas desde un punto de vista distorsionado por la locura, que vemos en los casos del licenciado Vidriera y del bueno de Alonso Quijano. Nuestra cumbre literaria, que es el Quijote, arranca, pues, de una estética deformante. Una lástima que Italo Calvino no hubiera tenido en cuenta esos antecedentes. De todas las maneras, la deformación artística debe valer también para no hacer lo mismo en la realidad. No nos dejemos engañar.

 

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