El maquis de un cura de aldea (III)
Juan Jacinto Fernández testimonia en favor de unos mineros que iban a ser condenados de muerte y cuyo único delito era no haberse incorporado a filas, se les conmuta la pena por otra de 30 años de prisión que comenzaron a cumplir en la cárcel de Pamplona.
![[Img #20172]](upload/img/periodico/img_20172.jpg)
Fueron llevados al penal de Pamplona y allí se portaron muy bien y cuando se escaparon muchos de dicho penal, ellos se quedaron allí.
Yo me había encargado de todas las parroquias de los ayuntamientos del Valle de Finolledo y Paradaseca. Los demás sacerdotes se habían marchado y no quisieron volver. Tuve mucho que hacer porque algunas de ellas como en San Pedro de Olleros, hacía siete años que estaban todos los niños por bautizar. En el día de San José bauticé en aquella parroquia 39 y en una semana 97. Asistí a una docena de matrimonios que solo estaban por lo civil y en otras parroquias otros muchos. Todo esto lo hice sin interés alguno.
El alcalde que teníamos llamado Justo Álvarez Romero se dedicaba a sus negocios, el que andaba escapado y quería presentarse podía redimirse a unas 900 pesetas, a otros 1.000 y aún dicen que hubo alguno de 9.000. Dicen que tenía cómplices que le guardaban la espalda, unas 20.000 (porque después de la guerra le costó 10 meses de cárcel), algunos de los paganos estaban contentos porque habían salvado la vida.
En el año 1938 terminó lo de Asturias y los que eran de Lugo, León y de Asturias, la mayor parte se vinieron para esta región, sobre todo los pueblos al uno y otro lado de la cordillera. Esto fue un peligro grande para los pueblos.
Pusieron destacamentos en la mayor parte de los pueblos, pero la labor fue poca. Se trataba de una guerra civil y había partidarios de ambos lados. Los escapados se fueron extendiendo a los pueblos de importancia y tenían un espionaje bien montado. Hubo muertes de un lado y de otro. En esta región mataron al sacerdote de Valtuille y Fresnedo y los demás tuvimos que andar con mucho cuidado. Hubo varios choques en Villarbón, en uno de ellos se enfrentaron un falangista y un escapado llamado Julio García Mallo, dispararon uno contra el otro al mismo tiempo y se mataron los dos. En Paradaseca quemaron las fuerzas una casa con techo de paja, allí había unos cuantos de los escapados, los cogieron y los llevaron a Villafranca, pero allí les dijeron lo que tenían que hacer con ellos de regreso. En Paradaseca los esposaron a varios el uno con el otro, en un sitio llamado la Media y al querer dispararles se tiraron por un barranco y lograron escapar, y en el pueblo de Paradiña les limaron las esposas. Muchas anécdotas podía contar…Hubo varios choques…
Por fin en marzo de 1939 terminó la guerra, pero el malestar de los escapados continúa. Al poco tiempo de terminada, estaba en una fiesta en el pueblo de Villar de Acero y por la tarde, estando en una plaza en donde jugaban los bolos, y que algunos excombatientes nos estaban contando las peripecias de la guerra, un chico de unos doce años nos dijo que estaban allí los rojos, nombre con que conocían a los escapados. Todos sin decirnos nada unos a otros fuimos desapareciendo de allí. Llamé al chico y le pregunté los que eran y me dijo que solo era un asturiano, pero que por la noche venían más. Me retiré a la posada y la dueña me dijo que no tuviese miedo que solo era uno y que era muy bueno. En ese pueblo tenían unas cabañas en el alto del monte en donde guardaban los ganados desde abril hasta octubre y allí estaban los pastores y con ellos había alguno de estos escapados y uno de ellos era este que, animado por algunos jóvenes, bajó a la fiesta. Al poco tiempo, estando yo hablando con la dueña de la casa, llegaron todos los mozos y otros más que venían con los músicos y el rojo. Nos saludamos y me di cuenta que no era un cualquiera y me hizo su presentación, que se llamaba Manuel Bermúdez y que había sido comandante en Asturias, que era de Pravia y que había sido no recuerdo que empleo en el tren.
![[Img #20170]](upload/img/periodico/img_20170.jpg)
Después me dijo que quería hablar a solas conmigo y era para preguntarme por un feligrés mío llamado Manuel Rubio, que había sido teniente a sus órdenes, y por otro también teniente a sus órdenes y que era maestro de Paradaseca.
Fue entonces con los demás al baile, dio el fusil a un chico y se puso a bailar tan tranquilo. Nos dijo que a la noche que vendrían los otros, que él venía a preparar la cena, pero nadie apareció más que él.
Al día siguiente, cuando salía de misa marchaba otra vez con los pastores para el monte y me dio lástima y le dije a ver cómo había venido para estos sitios habiendo sido comandante, y me contestó que los que habían sido tenientes a sus órdenes que le habían animado, que aquí se defendían y si cambiaba la situación podían salvar. En cuanto a la fiesta, que le animaron los pastores y que se había valido de la estratagema de que venía a preparar la cena y que los demás estaban alrededor del pueblo para venir de noche y con eso había pasado un día alegre…
No tuve cosas dignas de mención hasta el día 24 de agosto del mismo año. Fui a otra fiesta el día de San Bartolomé, en Campo del Agua, fui casi con la seguridad de que ese día los vería; habíamos salido de misa y comido, serían como las cinco de la tarde, cuando más descuidados estábamos aparecieron unos quince o dieciséis, todos bien armados; nos quedamos paralizados, pero solo unos momentos. Uno se dirigió a mí, me dio unas palmadas cariñosas en las espaldas y me preguntó por qué le llamaba a él, malo, (este era feligrés mío en Paradaseca) y luego añadió, no me extraña porque cuando era mozo le dábamos guerra. Me saludó otro que no conocía y con él estuve charlando largo rato, nos convidamos mutuamente; los solteros se pusieron a bailar, me prometieron que no se meterían conmigo, pero así todo no tuve confianza y marché a dormir a Burbia… (Continuará)
Fueron llevados al penal de Pamplona y allí se portaron muy bien y cuando se escaparon muchos de dicho penal, ellos se quedaron allí.
Yo me había encargado de todas las parroquias de los ayuntamientos del Valle de Finolledo y Paradaseca. Los demás sacerdotes se habían marchado y no quisieron volver. Tuve mucho que hacer porque algunas de ellas como en San Pedro de Olleros, hacía siete años que estaban todos los niños por bautizar. En el día de San José bauticé en aquella parroquia 39 y en una semana 97. Asistí a una docena de matrimonios que solo estaban por lo civil y en otras parroquias otros muchos. Todo esto lo hice sin interés alguno.
El alcalde que teníamos llamado Justo Álvarez Romero se dedicaba a sus negocios, el que andaba escapado y quería presentarse podía redimirse a unas 900 pesetas, a otros 1.000 y aún dicen que hubo alguno de 9.000. Dicen que tenía cómplices que le guardaban la espalda, unas 20.000 (porque después de la guerra le costó 10 meses de cárcel), algunos de los paganos estaban contentos porque habían salvado la vida.
En el año 1938 terminó lo de Asturias y los que eran de Lugo, León y de Asturias, la mayor parte se vinieron para esta región, sobre todo los pueblos al uno y otro lado de la cordillera. Esto fue un peligro grande para los pueblos.
Pusieron destacamentos en la mayor parte de los pueblos, pero la labor fue poca. Se trataba de una guerra civil y había partidarios de ambos lados. Los escapados se fueron extendiendo a los pueblos de importancia y tenían un espionaje bien montado. Hubo muertes de un lado y de otro. En esta región mataron al sacerdote de Valtuille y Fresnedo y los demás tuvimos que andar con mucho cuidado. Hubo varios choques en Villarbón, en uno de ellos se enfrentaron un falangista y un escapado llamado Julio García Mallo, dispararon uno contra el otro al mismo tiempo y se mataron los dos. En Paradaseca quemaron las fuerzas una casa con techo de paja, allí había unos cuantos de los escapados, los cogieron y los llevaron a Villafranca, pero allí les dijeron lo que tenían que hacer con ellos de regreso. En Paradaseca los esposaron a varios el uno con el otro, en un sitio llamado la Media y al querer dispararles se tiraron por un barranco y lograron escapar, y en el pueblo de Paradiña les limaron las esposas. Muchas anécdotas podía contar…Hubo varios choques…
Por fin en marzo de 1939 terminó la guerra, pero el malestar de los escapados continúa. Al poco tiempo de terminada, estaba en una fiesta en el pueblo de Villar de Acero y por la tarde, estando en una plaza en donde jugaban los bolos, y que algunos excombatientes nos estaban contando las peripecias de la guerra, un chico de unos doce años nos dijo que estaban allí los rojos, nombre con que conocían a los escapados. Todos sin decirnos nada unos a otros fuimos desapareciendo de allí. Llamé al chico y le pregunté los que eran y me dijo que solo era un asturiano, pero que por la noche venían más. Me retiré a la posada y la dueña me dijo que no tuviese miedo que solo era uno y que era muy bueno. En ese pueblo tenían unas cabañas en el alto del monte en donde guardaban los ganados desde abril hasta octubre y allí estaban los pastores y con ellos había alguno de estos escapados y uno de ellos era este que, animado por algunos jóvenes, bajó a la fiesta. Al poco tiempo, estando yo hablando con la dueña de la casa, llegaron todos los mozos y otros más que venían con los músicos y el rojo. Nos saludamos y me di cuenta que no era un cualquiera y me hizo su presentación, que se llamaba Manuel Bermúdez y que había sido comandante en Asturias, que era de Pravia y que había sido no recuerdo que empleo en el tren.
Después me dijo que quería hablar a solas conmigo y era para preguntarme por un feligrés mío llamado Manuel Rubio, que había sido teniente a sus órdenes, y por otro también teniente a sus órdenes y que era maestro de Paradaseca.
Fue entonces con los demás al baile, dio el fusil a un chico y se puso a bailar tan tranquilo. Nos dijo que a la noche que vendrían los otros, que él venía a preparar la cena, pero nadie apareció más que él.
Al día siguiente, cuando salía de misa marchaba otra vez con los pastores para el monte y me dio lástima y le dije a ver cómo había venido para estos sitios habiendo sido comandante, y me contestó que los que habían sido tenientes a sus órdenes que le habían animado, que aquí se defendían y si cambiaba la situación podían salvar. En cuanto a la fiesta, que le animaron los pastores y que se había valido de la estratagema de que venía a preparar la cena y que los demás estaban alrededor del pueblo para venir de noche y con eso había pasado un día alegre…
No tuve cosas dignas de mención hasta el día 24 de agosto del mismo año. Fui a otra fiesta el día de San Bartolomé, en Campo del Agua, fui casi con la seguridad de que ese día los vería; habíamos salido de misa y comido, serían como las cinco de la tarde, cuando más descuidados estábamos aparecieron unos quince o dieciséis, todos bien armados; nos quedamos paralizados, pero solo unos momentos. Uno se dirigió a mí, me dio unas palmadas cariñosas en las espaldas y me preguntó por qué le llamaba a él, malo, (este era feligrés mío en Paradaseca) y luego añadió, no me extraña porque cuando era mozo le dábamos guerra. Me saludó otro que no conocía y con él estuve charlando largo rato, nos convidamos mutuamente; los solteros se pusieron a bailar, me prometieron que no se meterían conmigo, pero así todo no tuve confianza y marché a dormir a Burbia… (Continuará)