Bruno Marcos
Domingo, 24 de Enero de 2016

Alfanhuí

Fue una lectura muy extraña de infancia. Realmente no sé si se trata de un libro para niños. Lo leí por imperativo escolar. Con la lista de obras que nos proponían acudí a la biblioteca que había dejado mi hermano cuando se marchó a estudiar fuera y allí estaba, `Alfanhuí´. 

 

Para el niño que yo era entonces aquel fue un libro muy siniestro y muy imaginativo, lleno de una desolación enorme, con paisajes que me daban miedo, atardeceres carmín, bermellón y sangre, amaneceres de oro y amarillo, caminos a ningún sitio... Recuerdo leerlo con ocho o nueve años y quedarme sobrecogido y, también, reconocer un estado de la sensibilidad que no me era ajeno. Me sentía identificado con el relato recordando  impresiones que había tenido en momentos de soledad, enfrentado a las cosas como huellas del tiempo. Aquella animación de los objetos, el gallo de la veleta, la silla echando raíces por sus patas, la sombra de los pájaros disecados volando por el techo, todas esas prosopopeyas eran fantasmales y tristes y fascinantes. Era una imaginación pobre de felicidad, una imaginación de soledades, de niño solitario.

 

`Alfanhuí´ es un libro hecho de cosas muy viejas, de una vida con apenas actores donde materia y forma se recuperan de esencias, y es un libro lleno de saberes viejos y de lenguaje viejo con los cuales se aleja de la infancia superficial y se adentra en la profunda. Es una obra para niños que han de leer los viejos, los viejos que además sean un poco artistas y muy solitarios, para entender el mundo con los ojos verdaderos y recientes del niño. 

 

Tiene del `Lazarillo´ y del `Buscón´ ese retrato de la indefensión y la fragilidad de la infancia, y demuestra, como ellos, que esta es un camino demasiado rápido hacia la realidad. En `Alfanhuí´ la realidad es, precisamente, que esta realidad vive en tensión con una imaginación irrealizable e irreductible.

 

Aunque lo había evitado caí en la tentación de leérselo a mi hijo a una edad en la que todavía era más pequeño que yo cuando lo leí. Su inteligencia es feliz e hizo esfuerzos para que le interesase, pero desde las primeras páginas, en las que se enteró de que el nombre de Alfanhuí venía del amarillo de los ojos del protagonista que eran iguales a los del los alcaravanes que se gritaban los unos a los otros el nombre de ‘alfanhuí’, se quedó un tanto perplejo meditando sobre si el arte sería siempre hecho de cosas hermosas pero también inquietantes.

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