Correr
El diccionario me había llevado, a través del vocablo, ante un territorio de protección y salvaguarda, uno de esos tras de los que siempre andan mi vida y mi escritura.
(José Luis Puerto)
Correr. Es posible que para algunos, sobre todo para los que no corren, o nunca han corrido, correr no tenga sentido. Y menos sentido aun les parecerá que tiene correr a los cincuenta. Yo, que, rozando ya el medio siglo, corro, seguramente para ellos sea un loco al que cualquier día acabará dándole algo: un infarto, un ictus, o cualquier otra cosa mala. Es posible, nadie está libre de nada. Sin embargo, no pienso en eso y salgo a correr.
Corro porque para mí sí tiene sentido correr. No sé dónde los otros corredores le encuentran el sentido, yo se lo encuentro en la sensación que me da, la sensación de que soy un niño. Aquel niño que en las tardes de primavera, ya largas, cálidas, después de la escuela salía apresuradamente de casa y, cuando, sorprendido, su madre le preguntaba a dónde iba, respondía: a correr. Y marchaba corriendo con la rebanada de pan en la mano por la cuesta abajo, y corriendo llegaba a la plaza del pueblo, donde había otros niños que corrían. Entonces, en casi todos los juegos infantiles había que correr.
Cuando corro, notando la brisa en la cara, oyendo el sonido acompasado de mis pasos, siento que me hago niño, que burlo al tiempo, como en los juegos de pillar se burlan unos niños a otros, y regreso a aquellos años tempranos de la vida, que ahora, tal vez engañado por la memoria, me parece que fueron maravillosos, felices. Esa sensación de volver a sentirme niño es para mí como una salvaguarda donde me veo a salvo. A salvo de la vida, que no cesa de hostigar. Así, al correr trazo en el aire un círculo alrededor de mí que me protege. Ese círculo es semejante al círculo que los niños de entonces trazábamos con un palo en la tierra para que quien lograra entrar en él ya no pudiera ser pillado y estuviera a salvo. El mismo círculo que yo estoy trazando ahora al escribir esto.
El diccionario me había llevado, a través del vocablo, ante un territorio de protección y salvaguarda, uno de esos tras de los que siempre andan mi vida y mi escritura.
(José Luis Puerto)
Correr. Es posible que para algunos, sobre todo para los que no corren, o nunca han corrido, correr no tenga sentido. Y menos sentido aun les parecerá que tiene correr a los cincuenta. Yo, que, rozando ya el medio siglo, corro, seguramente para ellos sea un loco al que cualquier día acabará dándole algo: un infarto, un ictus, o cualquier otra cosa mala. Es posible, nadie está libre de nada. Sin embargo, no pienso en eso y salgo a correr.
Corro porque para mí sí tiene sentido correr. No sé dónde los otros corredores le encuentran el sentido, yo se lo encuentro en la sensación que me da, la sensación de que soy un niño. Aquel niño que en las tardes de primavera, ya largas, cálidas, después de la escuela salía apresuradamente de casa y, cuando, sorprendido, su madre le preguntaba a dónde iba, respondía: a correr. Y marchaba corriendo con la rebanada de pan en la mano por la cuesta abajo, y corriendo llegaba a la plaza del pueblo, donde había otros niños que corrían. Entonces, en casi todos los juegos infantiles había que correr.
Cuando corro, notando la brisa en la cara, oyendo el sonido acompasado de mis pasos, siento que me hago niño, que burlo al tiempo, como en los juegos de pillar se burlan unos niños a otros, y regreso a aquellos años tempranos de la vida, que ahora, tal vez engañado por la memoria, me parece que fueron maravillosos, felices. Esa sensación de volver a sentirme niño es para mí como una salvaguarda donde me veo a salvo. A salvo de la vida, que no cesa de hostigar. Así, al correr trazo en el aire un círculo alrededor de mí que me protege. Ese círculo es semejante al círculo que los niños de entonces trazábamos con un palo en la tierra para que quien lograra entrar en él ya no pudiera ser pillado y estuviera a salvo. El mismo círculo que yo estoy trazando ahora al escribir esto.




