El secreto de la vida
Hay quienes se pasan la vida esperando como quien espera a Godot no se sabe muy bien qué, hay quienes sueñan con otros mundos y realidades, hay quienes acarrean sin tregua cual Sísifo la piedra hasta lo alto de la montaña, hay quienes simplemente vegetan, hay quienes buscan el secreto o misterio o sentido de la vida. Me incluyo en este último grupo, y ese secreto me fue revelado hace unos años en forma de poema. Cuando ocurrió no me lo creía, tal vez por lo extraordinario y a la vez paradójico que resulta que un misterio, y además un misterio de tal calibre, se convierta de súbito en evidencia.
El hallazgo-poema apareció en el aula de uno de los talleres de escritura a los que he asistido durante años en forma de tríptico azul, ilustrando un curso de fin de semana que trataba sobre la relación entre literatura y sombra. Es del poeta griego Constantino Cavafis (1863-1933), que Wikipedia define como una de las figuras más importantes del siglo XX, aunque durante su vida y por deseo propio, solo llegó a publicar una treintena de poemas contenidos en dos libretos que repartió entre quienes creía que podían entenderlos. Se titula 'Ítaca' y aunque todo él no tiene desperdicio, los versos para mí epifánicos están justo en el comienzo, que dice: “Cuando vayas a Ítaca intenta que el camino sea largo, colmado de aventuras, colmado de experiencias. A los lestrigones y a los cíclopes, al temible Poseidón no temas, pues nunca encuentros tales hallarás en tu camino, si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita emoción te toca cuerpo y alma”.
A estos reveladores versos me aferré como un mantra y ellos marcaron mi Norte, mi rumbo, mi andadura durante algunos años.
Si yo estaba feliz nada ni nadie me podía afectar.
Pero un día, como ocurre en los puntos de giro de los cuentos y las novelas, que no son otra cosa que un trasunto de la vida, en mi interior se produjo una fractura y los versos de marras dejaron de 'servirme'. (Decía una profesora que tuve que las crisis, tanto en la ficción como en la vida real son de dos tipos, o con uno mismo, o con los demás, a lo que yo añado que también las hay híbridas). En esta guerra civil que se desató en mi interior lo peor de todo era mi incapacidad de entender qué me pasaba. Por más que me miraba en el espejo éste me devolvía una imagen opaca, distorsionada, ilegible. Una no imagen. La ceguera intestina me desesperaba.
Hubo de pasar algún tiempo para comprender que a veces ciertos espejismos o proyecciones sin base real nos llevan, cual Ulises abducido por el canto de sirenas, hacia derroteros falsos. Hubo de pasar algún tiempo no exento de dolor para conocerme más a mí misma, y quererme y conquistarme o reconquistarme, para ser más indulgente con lo propio y aceptar los errores y el derecho, humano, a equivocarme. Ah, y a no tomarme demasiado en serio, pues al fin y al cabo como dice ese otro gran poema 'Desiderata', o de las cosas deseadas, que versa sobre la búsqueda de la felicidad, cuya autoría es dudosa (hay quien dice que fue encontrado en 1692 en una iglesia de Baltimore, si bien los derechos de autor se atribuyen a Ehrmann en 1927): “No somos más que una criatura del universo, no menos que los árboles y las estrellas”.
Eso es lo que hoy creo, mientras sigo mi andadura, en el camino.
Hay quienes se pasan la vida esperando como quien espera a Godot no se sabe muy bien qué, hay quienes sueñan con otros mundos y realidades, hay quienes acarrean sin tregua cual Sísifo la piedra hasta lo alto de la montaña, hay quienes simplemente vegetan, hay quienes buscan el secreto o misterio o sentido de la vida. Me incluyo en este último grupo, y ese secreto me fue revelado hace unos años en forma de poema. Cuando ocurrió no me lo creía, tal vez por lo extraordinario y a la vez paradójico que resulta que un misterio, y además un misterio de tal calibre, se convierta de súbito en evidencia.
El hallazgo-poema apareció en el aula de uno de los talleres de escritura a los que he asistido durante años en forma de tríptico azul, ilustrando un curso de fin de semana que trataba sobre la relación entre literatura y sombra. Es del poeta griego Constantino Cavafis (1863-1933), que Wikipedia define como una de las figuras más importantes del siglo XX, aunque durante su vida y por deseo propio, solo llegó a publicar una treintena de poemas contenidos en dos libretos que repartió entre quienes creía que podían entenderlos. Se titula 'Ítaca' y aunque todo él no tiene desperdicio, los versos para mí epifánicos están justo en el comienzo, que dice: “Cuando vayas a Ítaca intenta que el camino sea largo, colmado de aventuras, colmado de experiencias. A los lestrigones y a los cíclopes, al temible Poseidón no temas, pues nunca encuentros tales hallarás en tu camino, si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita emoción te toca cuerpo y alma”.
A estos reveladores versos me aferré como un mantra y ellos marcaron mi Norte, mi rumbo, mi andadura durante algunos años.
Si yo estaba feliz nada ni nadie me podía afectar.
Pero un día, como ocurre en los puntos de giro de los cuentos y las novelas, que no son otra cosa que un trasunto de la vida, en mi interior se produjo una fractura y los versos de marras dejaron de 'servirme'. (Decía una profesora que tuve que las crisis, tanto en la ficción como en la vida real son de dos tipos, o con uno mismo, o con los demás, a lo que yo añado que también las hay híbridas). En esta guerra civil que se desató en mi interior lo peor de todo era mi incapacidad de entender qué me pasaba. Por más que me miraba en el espejo éste me devolvía una imagen opaca, distorsionada, ilegible. Una no imagen. La ceguera intestina me desesperaba.
Hubo de pasar algún tiempo para comprender que a veces ciertos espejismos o proyecciones sin base real nos llevan, cual Ulises abducido por el canto de sirenas, hacia derroteros falsos. Hubo de pasar algún tiempo no exento de dolor para conocerme más a mí misma, y quererme y conquistarme o reconquistarme, para ser más indulgente con lo propio y aceptar los errores y el derecho, humano, a equivocarme. Ah, y a no tomarme demasiado en serio, pues al fin y al cabo como dice ese otro gran poema 'Desiderata', o de las cosas deseadas, que versa sobre la búsqueda de la felicidad, cuya autoría es dudosa (hay quien dice que fue encontrado en 1692 en una iglesia de Baltimore, si bien los derechos de autor se atribuyen a Ehrmann en 1927): “No somos más que una criatura del universo, no menos que los árboles y las estrellas”.
Eso es lo que hoy creo, mientras sigo mi andadura, en el camino.




