Aquel cura de Teverga
Cuando hace poco más de un mes de la toma de posesión de Mons. Dº Juan Antonio Menéndez Fernández como Obispo titular de Astorga me viene a la cabeza el flamante prelado de la mentada diócesis; y me viene porque creo que los astorganos han tenido la fortuna de contar al frente de su diócesis con un 'cura de pueblo'. Creo que contar con un pastor cuya esencia es la del cura que conoce la aldea y a sus habitantes es algo francamente positivo para alguien que se estrena como mitrado.
Tuve la suerte de conocer al actual Obispo de Astorga en mi etapa formativa del Seminario Metropolitano de Oviedo allá por 1989 cuando él era cura de Teverga, un valle de la zona centro-sur de Asturias en el que los accesos son dificultosos. El bueno de Juan Antonio le había sido encomendada la tarea de dirigir unos ejercicios espirituales para los que entonces no éramos más que unos estudiantes de los primeros cursos de Filosofía dentro del ciclo de Estudios Eclesiásticos.
Fue en Covadonga, santo y seña para Asturias y los asturianos. Recuerdo aquellos ejercicios como una experiencia agradable. Juan Antonio compaginaba sus pláticas con encuentros con los ejercitantes -diez en total- con paseos no menos agradables por ese entorno tan fantástico que encierra Covadonga. Su cercanía, su comprensión hacia aquéllos recién estrenados veinteañeros que éramos le hizo convertirse en un cura que nos resultaba afable, accesible, jovial. Él tenía entonces muy poco más de 30 años. La experiencia espiritual de aquellos ejercicios tuvo un segundo tiempo que se prolongó por años. Por de pronto, en aquél años 89 del siglo pasado, los 10 ejercitantes fuimos invitados por Juan Antonio a visitar Teverga y sus parroquias adyacentes. El bueno de Juan Antonio ejercería de anfitrión con nosotros. Aún recuerdo el viaje que emprendimos desde Oviedo a Teverga en junio del 89; y también recuerdo cómo nos recibió Juan Antonio, sonriente, cariñoso, acogedor en la gran casa rectoral de La Plaza, en Teverga. Nos esperaba junto a sus padres con quienes vivía. Comenzó por ofrecernos un refrigerio para reponer fuerzas por el viaje, más de hora y media por aquellas carreteras sinuosas.
Juan Antonio se había encargado igualmente de hacer una paella, impresionante por demás, de la que todos participaríamos para dar buena cuenta. Ciertamente mostró buenas maneras de cocinero. Pasamos el día con él, recorrimos La Plaza, nos enseñó la Colegiata de Teverga explicándonos toda la historia de las momias que allí yacen en la sacristía de dicha colegiata. Hubo tiempo hasta para acercarnos al pub musical que había en La Plaza de Teverga donde Juan Antonio tan pronto traspuso la puerta ya era acogido con el mismo cariño que él dispensaba.
La historia no quedó ahí. Durante años y hasta que Juan Antonio fue removido de Teverga para hacerse cargo de la parroquia de Arriondas y de la Vicaría Episcopal del Oriente asturiano, el grupo de ejercitantes acudíamos puntualmente cada mes de junio al finalizar el curso a ver a Juan Antonio, a degustar la paella con la que siempre nos obsequiaba y a disfrutar de su compañía. Un lujo, un lujo poder estar con aquel cura de aldea que fue el actual Obispo de Astorga.
Esta experiencia que comento en la que es digno subrayar el carácter cercano y humano de Juan Antonio pude experimentarla también años más tarde cuando fue Vicario General del Arzobispado de Oviedo. Desde su cargo tuve que departir con él en varias ocasiones y siempre encontré a aquel cura de Teverga, cercano, comprensivo y paciente. Por ello, cuando ha pasado poco más de un mes de la llegada de Monseñor Menéndez a Astorga no me cabe más que felicitar a los astorganos que le tenéis ahora entre vosotros. Creo que tenéis un obispo bueno, caritativo, comprensivo y que seguro gastará su tiempo en visitar, ver, al clero de Astorga, una labor ésta que si no es la más importante sí que es fundamental, el contacto permanente con todos los sacerdotes.
No hay radiografías de cómo debe ser un obispo; o sí, no lo sé. Pero a mí siempre me impresionó la descripción que hace Víctor Hugo en Los Miserables de aquél obispo bueno, caritativo al extremo con los más menesterosos; aquel monseñor que teniendo un palacio vivía en la estancia más pobre; que saca la cubertería de plata cuando viene Jean Valjean, alma atormentada con la sociedad, expresidiario, excluido social, un miserable a fin de cuentas para aquella sociedad; impresionante Mons. Bienvenue Myriel, cuya vida era una catequesis y que con su ejemplo recupera al desahuciado social de Valjean. Mons. Myriel representa esos valores: caridad, acompañamiento, comprensión, no juzgar, no condenar, siempre es demasiado pronto para condenar a la imagen de Dios, a la persona.
Queridos astorganos, creo que habéis sido bendecidos con otro bienvenido, con un hombre bueno: Monseñor Juan Antonio Menéndez Fernández. Enhorabuena!
Cuando hace poco más de un mes de la toma de posesión de Mons. Dº Juan Antonio Menéndez Fernández como Obispo titular de Astorga me viene a la cabeza el flamante prelado de la mentada diócesis; y me viene porque creo que los astorganos han tenido la fortuna de contar al frente de su diócesis con un 'cura de pueblo'. Creo que contar con un pastor cuya esencia es la del cura que conoce la aldea y a sus habitantes es algo francamente positivo para alguien que se estrena como mitrado.
Tuve la suerte de conocer al actual Obispo de Astorga en mi etapa formativa del Seminario Metropolitano de Oviedo allá por 1989 cuando él era cura de Teverga, un valle de la zona centro-sur de Asturias en el que los accesos son dificultosos. El bueno de Juan Antonio le había sido encomendada la tarea de dirigir unos ejercicios espirituales para los que entonces no éramos más que unos estudiantes de los primeros cursos de Filosofía dentro del ciclo de Estudios Eclesiásticos.
Fue en Covadonga, santo y seña para Asturias y los asturianos. Recuerdo aquellos ejercicios como una experiencia agradable. Juan Antonio compaginaba sus pláticas con encuentros con los ejercitantes -diez en total- con paseos no menos agradables por ese entorno tan fantástico que encierra Covadonga. Su cercanía, su comprensión hacia aquéllos recién estrenados veinteañeros que éramos le hizo convertirse en un cura que nos resultaba afable, accesible, jovial. Él tenía entonces muy poco más de 30 años. La experiencia espiritual de aquellos ejercicios tuvo un segundo tiempo que se prolongó por años. Por de pronto, en aquél años 89 del siglo pasado, los 10 ejercitantes fuimos invitados por Juan Antonio a visitar Teverga y sus parroquias adyacentes. El bueno de Juan Antonio ejercería de anfitrión con nosotros. Aún recuerdo el viaje que emprendimos desde Oviedo a Teverga en junio del 89; y también recuerdo cómo nos recibió Juan Antonio, sonriente, cariñoso, acogedor en la gran casa rectoral de La Plaza, en Teverga. Nos esperaba junto a sus padres con quienes vivía. Comenzó por ofrecernos un refrigerio para reponer fuerzas por el viaje, más de hora y media por aquellas carreteras sinuosas.
Juan Antonio se había encargado igualmente de hacer una paella, impresionante por demás, de la que todos participaríamos para dar buena cuenta. Ciertamente mostró buenas maneras de cocinero. Pasamos el día con él, recorrimos La Plaza, nos enseñó la Colegiata de Teverga explicándonos toda la historia de las momias que allí yacen en la sacristía de dicha colegiata. Hubo tiempo hasta para acercarnos al pub musical que había en La Plaza de Teverga donde Juan Antonio tan pronto traspuso la puerta ya era acogido con el mismo cariño que él dispensaba.
La historia no quedó ahí. Durante años y hasta que Juan Antonio fue removido de Teverga para hacerse cargo de la parroquia de Arriondas y de la Vicaría Episcopal del Oriente asturiano, el grupo de ejercitantes acudíamos puntualmente cada mes de junio al finalizar el curso a ver a Juan Antonio, a degustar la paella con la que siempre nos obsequiaba y a disfrutar de su compañía. Un lujo, un lujo poder estar con aquel cura de aldea que fue el actual Obispo de Astorga.
Esta experiencia que comento en la que es digno subrayar el carácter cercano y humano de Juan Antonio pude experimentarla también años más tarde cuando fue Vicario General del Arzobispado de Oviedo. Desde su cargo tuve que departir con él en varias ocasiones y siempre encontré a aquel cura de Teverga, cercano, comprensivo y paciente. Por ello, cuando ha pasado poco más de un mes de la llegada de Monseñor Menéndez a Astorga no me cabe más que felicitar a los astorganos que le tenéis ahora entre vosotros. Creo que tenéis un obispo bueno, caritativo, comprensivo y que seguro gastará su tiempo en visitar, ver, al clero de Astorga, una labor ésta que si no es la más importante sí que es fundamental, el contacto permanente con todos los sacerdotes.
No hay radiografías de cómo debe ser un obispo; o sí, no lo sé. Pero a mí siempre me impresionó la descripción que hace Víctor Hugo en Los Miserables de aquél obispo bueno, caritativo al extremo con los más menesterosos; aquel monseñor que teniendo un palacio vivía en la estancia más pobre; que saca la cubertería de plata cuando viene Jean Valjean, alma atormentada con la sociedad, expresidiario, excluido social, un miserable a fin de cuentas para aquella sociedad; impresionante Mons. Bienvenue Myriel, cuya vida era una catequesis y que con su ejemplo recupera al desahuciado social de Valjean. Mons. Myriel representa esos valores: caridad, acompañamiento, comprensión, no juzgar, no condenar, siempre es demasiado pronto para condenar a la imagen de Dios, a la persona.
Queridos astorganos, creo que habéis sido bendecidos con otro bienvenido, con un hombre bueno: Monseñor Juan Antonio Menéndez Fernández. Enhorabuena!




