Juan Jacinto Fernández Pérez
Sábado, 13 de Febrero de 2016

El maquis de un cura de aldea (V)

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A los tres meses tuve que presentar una maestra llamada Aurea García Mallo, que no tenía más delito que su padre había sido juez y eran de izquierdas, tenía dos hermanos escapados, uno desaparecido en Asturias y el otro que había muerto en Villarbón en un encuentro con los falangistas, y además un hermano político que había sido maestro en Paradaseca y que ya lo habían ejecutado. Esta maestra había hecho oposiciones en el 36, pero estas oposiciones no se terminaron, se escapó y estuvo en una casa en Villablino y vino para Cacabelos, en donde estuvo guardada en casa de unos primos. La víspera de presentarla estuve en una fiesta en el pueblo de Veguellina en donde estaba la Guardia Civil, y les dije que la presentaría aun cuando no les dije en donde estaba, ellos comunicaron a los guardias de Cacabelos y estos registraron una de las casas de los primos, pero estaba en otra y huyó para las colonias de Carracedo y allí la fuimos a buscar el comandante y yo. La llevó entonces al cuartel de la Guardia Civil y allí le tomó las primeras declaraciones y le dio un salvoconducto. La Guardia Civil, que no había logrado detenerla, no vio aquello con buenos ojos y nada pudo hacer porque el comandante los amonestó. También presenté otro de Paradaseca llamado 'el Pereles', que había estado moribundo de tifoideas encerrado en su casa un par de meses. Había un destacamento en ese pueblo mandado por un teniente estudiante de medicina, pero nada averiguaban, se dedicaban a la juerga y de lo demás no se preocupaban. Les mandé a los que me fueron a avisar que lo trajesen al pueblo de Paradiña y de allí a la Comandancia. Lo supieron el teniente y los demás; apalearon al que lo había afeitado y les decían refiriéndose a mí que era un gazapo que se lo había ido a sacar de allí, y a ver a qué altura quedaban ellos; y en cuatro caballos se lanzaron a galope para cogernos en el camino con la intención de detenerlo. Cuando nos encontraron ya veníamos de vuelta con todo arreglado…

 

 

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Esta era la labor que hacían la mayor parte de los destacamentos. 


En el año 1942 se seguían los acontecimientos entre las fuerzas y los escapados, estos tenían un espionaje muy bien preparado que difícilmente les fallaba. El día 27 de marzo de este año 42 se celebraba una feria en Cangas de Narcea, iban a la feria en un autocar varios tratantes y alguna gente más, les acompañaban para su seguridad algunos soldados y guardia civil, y en un despoblado vieron que la carretera estaba interceptada con palos y se prepararon para disparar, pero los atracadores, que eran los escapados, dispararon antes y mataron a una niña, a un soldado e hirieron a varios…


Después de este atraco o encuentro entre las fuerzas y ellos, el comandante de Narcea mandó a un sargento de la Guardia Civil y otros cuatro números que viniesen por la zona de Ancares hasta Vega de Espinareda y Cacabelos y averiguasen y detuviesen a los que fuesen sospechosos de complicidad con aquel atraco. Detuvieron a algunos de los que había presentado el alcalde de Candín y les declararon que habían estado en el atraco y robo…


Pasaron los siguientes meses hasta julio. El 13 de dicho mes mandaron un telegrama a la comandancia de Vega de Espinareda para que me citasen para comparecer ante un tribunal de Narcea. Llegó tarde el telegrama y no fui. Un médico amigo mío me dijo que no me presentase porque tenían muy malos informes sobre mí.

 

Entonces bajé a Ponferrada y el comandante me dijo que no me presentase, porque el comandante de Narcea era un señor que lo habían tenido en las checas de Barcelona y lo habían maltratado mucho, y como le habían dado muchos informes sobre mi actuación no me respondía de lo que pudiese pasar. Me dio un certificado de la labor que había hecho, de las confidencias que les había dado y de los escapados que les había entregado. A los pocos días fui a practicar ejercicios espirituales a Astorga y el superior Don Mariano Flórez, Vicario Capitular, me llamó que tenía que comparecer ante un tribunal militar en Oviedo, que le habían comunicado para que lo más pronto posible me presentase.

 

 

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El día último de julio del mismo año me presenté en el tribunal militar nº 3. Me tomó declaración un señor de unos treinta años, no sé qué graduación tendría ya que no estaba de uniforme. Al principio me trató  bastante mal, pero después se fue dulcificando al argüirle yo que la labor que había hecho había sido autorizada  por el señor obispo, el gobernador de León, el comandante que me quería pedir una condecoración y que yo me había opuesto. Estuve como una hora declarando, firmé la declaración y me dijo que no podía marchar hasta que llegase el auditor de Guerra. A los pocos minutos llegó acompañado de otros señores ya ancianos que supuse que serían de más graduación. Iban de paisanos, solo el auditor iba de uniforme, le entregué el informe del comandante, lo mandó copiar y me lo volvió a entregar diciéndome que lo conservase y que anduviese siempre bien documentado y que no tuviese miedo. Me enseñó un mapa y me pidió que le señalase las zonas por donde merodeaban los escapados, qué cuadrillas había y quienes estaban al frente de ellas, y que agradecía mi labor.

 

La causa de haberme llamado había sido porque los que habían cometido el atraco de antes de llegar a Narcea habían comentado de mi labor y lo que hacía por aquellos pueblos de las montañas de Villafranca, por donde ellos estaban la mayor parte del tiempo… (Continuará)

 

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