José Luis Puerto
Domingo, 14 de Febrero de 2016

La vida consciente

Este recién pasado 6 de febrero, se cumplieron cien años, un siglo ya, del fallecimiento del gran poeta nicaragüense Rubén Darío. Y no es malo traer aquí la figura de este importantísimo poeta, porque podemos decir que con él se inicia la contemporaneidad poética del castellano o español, nuestra lengua, que –recordémoslo de nuevo, para tantos que la descuidan– es, tras el inglés, la segunda lengua occidental más hablada en el mundo.

 

Rubén Darío (1867-1916) renovó la poesía contemporánea en español a través de su prodigiosa obra, que, sin ser muy amplia, sí que es decisiva. Sin la lírica de Rubén Darío no podríamos explicar a ninguno de nuestros grandes poetas contemporáneos: ni a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez ni a prácticamente todos los autores del 27.

 

Los cimientos de la contemporaneidad poética en español están claramente fijados, son las ‘Rimas’ de Gustavo Adolfo Bécquer y la poesía de Rubén Darío, sobre todo, sus tres grandes libros: ‘Azul’ (1888), ‘Prosas profanas’ (1896) y ‘Cantos de vida y esperanza’ (1905).

 

A través de Rubén Darío, entran en la poesía española los dos grandes movimientos poéticos franceses, el parnasianismo y el simbolismo, con todas las novedades que traen: la musicalidad del verso y del poema, la utilización de símbolos, el gusto por el poema bien construido y estructurado, la utilización de referentes mitológicos greco-latinos, el gusto por las analogías y correspondencias (que propusiera Charles Baudelaire), la presencia de cierto exoterismo (procedente de la teósofa y ocultista rusa Madame Blavatsky, tan en boga en los cenáculos literarios y artísticos parisinos finiseculares), así como una cierta metafísica, que, en Rubén Darío se intensifica, sobre todo, en ‘Cantos de vida y esperanza’.

 

Rubén Darío, además, acentúa el esteticismo (de clara raíz parnasiana) en nuestra poesía, convirtiendo al ave más elegante, el cisne, en símbolo de la belleza y del erotismo (por alusión al mito clásico). El cisne terminó convirtiéndose en un símbolo tan manido, que poetas post-modernistas, como el mexicano Enrique González Martínez (1871-1952), para mostrar expresamente que rompían con el modernismo y sus tópicos, abominaron, en primer lugar, del símbolo del cisne, cuya expresión más conocida es el ya celebérrimo verso de González Martínez, de “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”, perteneciente a su libro ‘Los senderos ocultos’ (1911)

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Leamos a Rubén Darío, es un clásico y, al tiempo, sus poemas no son mera arqueología. Aún nos dicen mucho. Aún vibramos con ellos. Acerquémonos, por ejemplo, a su lírica leyendo 'Lo fatal', ese poema que cierra ‘Cantos de vida y esperanza’, donde los juegos esteticistas dejan paso a un tono de gravedad, porque estamos aquí, en el mundo, sin saber adónde vamos, ni de dónde venimos, “pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente.” Leamos, sí, leamos a Rubén Darío. En sus versos está la poesía más alta en nuestro idioma.

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