El maquis de un cura de aldea (Fragmentos de una entrevista a Juan Jacinto Fernández)
La entrevista fragmentaria que se puede leer a continuación es un rescate de una grabación magnetofónica de finales de los años 60 realizada por Esteban Carro Celada a su tío Juan Jacinto Fernández. La publicamos con algunas omisiones por la dificultad para entender las palabras del cura berciano sobre todo en la segunda media hora de grabación pues la media hora primera correspondía con las memorias que ya hemos entregado bajo el título 'El maquis de un cura de aldea'. El papel de Esteban Carro en la entrevista era más bien un recordatorio de los temas que interesaban, por ello hemos suprimido las preguntas que se hacían y damos las respuestas como si fuera un monólogo. Hemos respetado lo más posible la expresión originaria, dialectal a menudo, de Juan Jacinto Fernández, cura que fue del Valle de Finolledo en los momentos más tristes de nuestra historia de España. Damos las gracias a Santiago Macías, investigador de la Memoria Histórica, por la revisión de los textos y la comprobación de los nombres que aparecen en esta entrevista y en el resto de las entregas dedicadas a 'El maquis de un cura de aldea'.
![[Img #20632]](upload/img/periodico/img_20632.jpg)
"En el pueblo de Aira da Pedra -donde paraban alguna que otra vez [los maquis]- acostumbraban a pescar. Uno de ellos cogió unas bombas italianas y marchó al río donde estuvo con una navaja escarbando para partirle la mecha, le estalló y le llevó una mano. Entonces se presentó en el puesto que había en Villar de Acero, lo llevaron al hospital y desde que iba medio curado un día robó las sábanas para hacer una cuerda con ellas, tirarse de noche y escapar otra vez, pero un asturiano que me parece que estaba condenado a muerte lo denunció. Así que lo llevaron a la cárcel y un tal Pedro, hermano suyo, me mandó que fuese a León, que me pagaba todo lo que fuera necesario. Yo le dije que no le quería nada, pero que nada se podía hacer. Dijo “pues usted vaya, si puede hacer algo bien y si no qué le voy a hacer yo, pero hay que hacer lo posible”. Fui a León, me presenté en la oficina, no sé cómo era eso, creo que a un teniente coronel, al principio me trató un poco mal y fue cuando le conté mi vida, que tenía que andar por los montes y todo eso… y que tenía que hablar con él y hacer por el detenido lo que pudiese. El teniente coronel me dijo que estaba incomunicado y por tanto que no podía, pero que fuese al carcelero y le explicase todas esas cosas y que iba por mandado de él… No pude hablar con él… y bueno, después lo fusilaron…
Y después no sé cuando volví a verlos…Bueno también hay escenas con las fuerzas, pero eso ya no…
Después vinieron los trabajos y tuve que hacer por salvarles muchas cosas, por ejemplo que vendían los ganados y que perseguían a las familias, pues desconfiaban que estuviesen en sus casas…Yo eso no sé si era verdad o era mentira, pero como yo estaba encargado por los pueblos no tenía más remedio que hacer por ellos lo que pudiese. En una ocasión quisieron sentar a una mujer en el pueblo de La Bustarga y vender la 'pareja', la iban a dejar arruinada y ella no tenía culpa…; se pasó el teniente que iba a venderla y le dije que no lo hicera, que daba lástima y me dijo: “yo no tengo más remedio que obedecer lo que me mandan”. Entonces le dije que le proponía una forma de quedar bien y no venderlos y es que pidiese más de lo que valían y por ello no se vendieron. Y como ese caso pasaron algunos más.
Recuerdo cuando fue lo de esos curas, yo me negué a ir a casar al matrimonio aquel al pueblo de donde era la novia y les mandé que viniesen a otro pueblo que era falangista que estaba cerca del Valle de Finolledo, San Pedro de Olleros… Entonces fue cuando los escapados me escribieron la carta en la que me decían que no tuviese miedo, que yo oír, ver y callar, que ya bastante desgracia tenían que los perseguían de esa forma y que ellos no tenían más remedio que contestar a la violencia con la violencia… Yo les decía que no matasen a nadie, que robasen para las necesidades, pero que más de eso no…
Después viene el espionaje de ellos, el espionaje mío y el espionaje de los pueblos (y el de la Guardia Civil, le recuerda Esteban Carro)…
Ellos para realizar el espionaje hablaban en los pueblos mediante alguna persona de confianza… Ellos insistían en que yo no tuviese miedo si en alguna ocasión hubiera alguno que no me conocía, como pasó en un caso. Me mandaron una razón por una moza en la víspera de San José, dije misa en el pueblo de Aira da Pedra, y salía al día siguiente… Uno que llamaban Joaquín Lago, de Quilós, estaba mal. Habían matado tres mujeres en Campelo y le echaban la culpa a él. Me convocó allí porque habían llevado presa a la novia, tenía un hijo de ella de seis o siete años y fui hasta ese pueblo, allí me mandaron salir a las afueras en un solar, en una casa que se había quemado y estuvimos hablando de que él no había tenido culpa, que no había sido y que tal… Me dijo si le pudiera salvar a la novia y le pregunté por el lugar donde estaba… "Está en la cárcel de Ponferrada", me contestó…, a continuación le pregunté quién la mandaba prender, y dijo que Bernardo, entonces detenido por el gobernador. Fue cuando le dije yo, "bueno no te apures ya trabajaré lo que pueda". No trabajé nada, pero como el gobernador a los 70 días tenía que meterlos en la cárcel o echarlos libres…
![[Img #20633]](upload/img/periodico/img_20633.jpg)
En el año 42 hubo un atraco en Cangas de Narcea cometido al parecer por algunos de los que se presentaron posteriormente, no de los presentados por mí sino de los presentados por otros. Era un día de feria en Cangas de Narcea y llevaban en el autobús a la Guardia Civil y algunos soldados, también iban tratantes y otra gente, cuando vieron que la carretera estaba interceptada con palos y se prepararon para disparar, pero se adelantaron ellos y no sé si mataron a una niña y un soldado y no sé si algún guardia civil, pero heridos sí. Luego vino la comisión de un sargento con unos cuantos guardias civiles que atravesaron todas esas montañas y vinieron al sitio de Ancares de donde eran esos y parece que les tomaron declaración. Les volvieron a prender, después bajaron hasta Cacabelos y volvieron a marchar. Fue cuando se enteraron que yo era uno de los que más querían, les hacía muchos favores a las familias y fue cuando las fuerzas que llevaba el capitán Bárcena me mandaron un telegrama desde Cangas de Narcea para que me presentase allí. El telegrama llegó tarde y no fui, así que bajé a hablar con el comandante a Ponferrada que me dijo que no fuese porque era un señor (el capitán Bárcenas) que había estado en las checas y todo eso y que a lo mejor me pegaba dos tiros… El 21 de julio, estaba yo en ejercicios, cuando el jesuita que nos los daba dijo, señor cura del Valle de Finolledo salga que le llama el vicario. Salí y me dijo que tenía que ir a Oviedo, que me reclamaban de allí para no sé qué y que fuese al día siguiente junto al secretario… En Oviedo, frente a un tribunal, un señor me pidió la declaración y yo no le oculté nada, le dije que de todo daba conocimiento al comandante. Luego vino Víctor Reguera con otros cuantos señores con los que fui a una habitación. Allí Víctor Reguera me preguntó si conocía las cuadrillas que andaban, le respondí que algunas sí; también si sabía quiénes eran los jefes, le dije los que sabía; me sacaron el mapa de por donde merodeaban y aquellos sitios que conocía de las montañas de Villafranca… Después ya salí y volví otra vez a los ejercicios…
A los rojos les interesaba más que yo estuviese vivo que muerto. Me quería el comandante pedir la cruz del mérito militar y yo no le dejé.
Yo hablaba sobre todo con uno que tenía la novia en Paradiña. Luego fueron desapareciendo o los fueron matando, o se marcharon como el Joaquín ese que parece que marchó en un coche desde Quilós. Luego marcharon tres parejas, Manuel Gutiérrez, Dalmiro Alonso y otro que se llamaba Pedro Lamas, cada uno con su pareja, y dice que anduvieron hasta Avilés sorteando las fuerzas y allí les estaba esperando un barco pesquero para pasar a Francia. El comandante Varela me dijo que les escribiese por curiosidad para saber cómo habían burlado la vigilancia de las fuerzas…
![[Img #20631]](upload/img/periodico/img_20631.jpg)
En Tejeira, iba un día de excursión la Guardia Civil y allí en un camino entre un bosque (desde allí los enfocaron, según me dijo un rojo, muchas veces… "Mira, si los quisiéramos matar, lo hubiéramos ya hecho") tenían una especie de peñas en las que se guarece uno como si fueran chabolas y allí encontraron una receta, me parece que fuera dada en Cacabelos, contra la sífilis. Aún le dije yo a la Guardia Civil, ahora tenéis una buena pista; y efectivamente era del pueblo aquel, pero ellos no tuvieron que enterarse, qué remedio les quedaba, porque no les convendría, les tenían miedo, la Guarda Civil les tenía mucho miedo. Me dijo uno de Toral, un tal Abel, un tipo más fuerte que el cura que tengo yo, que si quisieran quitaban la Guardia Civil de un plumazo, porque estaban apostados y ellos pasaban y ¡zas! hacían una descarga y ahí quedaban, pero me dijo que no les convenía… porque si no… Le decía yo, pero vosotros podéis matar un Guardia Civil o un fulano en un pueblo, pero la Guardia Civil la reponen con moto y vosotros pues si os persiguen…
Después el chico ese que me escribió desde Francia cuando tuve yo la curiosidad de saber cómo habían escapado, diciéndome que muy bien. Fue cuando me contó que habían pasado con tanta facilidad porque habían estado todos esos años como los lobos en el monte, pasando calamidades y todo eso, porque ellos las pasaban gordas también…
Cómo hacían ellos para dormir, pues según me decía ese en la carta, vigilaban uno o dos y cuando unos estaban comiendo, siempre había alguno vigilando… Luego con el espionaje tenían controlado todo el pueblo, los que entraban, los que salían. Pregutaban, por ejemplo cuando salía uno de un pueblo de esos a Villafranca o a Cacabelos o a donde fuese, a dónde va ese fulano, pues a tal sitio, y con qué objeto irá, qué llevará… Luego, cuando entraba algún forastero en el pueblo se intersaban por quién es ese señor, a qué viene aquí. Eso entraba dentro del espionaje que tenían ellos… Había pueblos en que hablaban con todos.
En Odollo, ahí en La Cabrera se dio el caso siguiente, fue la Guardia Civil y juntaron el concejo y se reunió el pueblo en el que estaban tres escapados. Y qué iba a decir el pueblo, pues que ellos no los conocían… En estos pueblos había tres clases de gente, unos por odio a las derechas o lo que fuese, otros porque les venía muy bien, porque ellos eran generosos y… (aquí no se entiende lo que dice pues interviene un familiar y lo interrumpe)
![[Img #20634]](upload/img/periodico/img_20634.jpg)
Tenían escuadras, por cada docena tenían un jefe; cuando había dos matones así de esos de jefes a lo mejor, pues uno se escapaba para otra. En los pueblos donde paraban tenían dos o tres casas, en algunos, no en todos. Al Valle de Finolledo por ejemplo nunca fueron y eso que había dos escapados de aquel pueblo, pero allí había falangistas que eran muy brutos y además estaba cerca la Guardia Civil… Comían de lo que tenían por casa, matarían algún cabrito o algún cordero o yo que sé lo que harían. Ellos pagaban, según decían, yo a ellos nunca se lo pregunté porque dirían que yo a lo mejor era un lenguaraz y se lo descubría, pero sabía quiénes eran muchos de ellos. Ellos tenían a sueldo ciertas casas, les daban 10 pesetas diarias o quince, en aquellos tiempos. El fulano ese no tenía más misión que enterarse de lo que pasaba, traerle tabaco que se lo pagaban bien y de vez en cuando algún periódico, y luego si dormían en casa, pagaban la cama y si cenaban, pagaban también la cena… Más tarde ya les mandaban dinero, recibieron órdenes de que no robasen…"
(los cinco minutos últimos, la cinta de casette canta y chirría de vejez como un carro volcado y partido al fondo de un barranco).
"En el pueblo de Aira da Pedra -donde paraban alguna que otra vez [los maquis]- acostumbraban a pescar. Uno de ellos cogió unas bombas italianas y marchó al río donde estuvo con una navaja escarbando para partirle la mecha, le estalló y le llevó una mano. Entonces se presentó en el puesto que había en Villar de Acero, lo llevaron al hospital y desde que iba medio curado un día robó las sábanas para hacer una cuerda con ellas, tirarse de noche y escapar otra vez, pero un asturiano que me parece que estaba condenado a muerte lo denunció. Así que lo llevaron a la cárcel y un tal Pedro, hermano suyo, me mandó que fuese a León, que me pagaba todo lo que fuera necesario. Yo le dije que no le quería nada, pero que nada se podía hacer. Dijo “pues usted vaya, si puede hacer algo bien y si no qué le voy a hacer yo, pero hay que hacer lo posible”. Fui a León, me presenté en la oficina, no sé cómo era eso, creo que a un teniente coronel, al principio me trató un poco mal y fue cuando le conté mi vida, que tenía que andar por los montes y todo eso… y que tenía que hablar con él y hacer por el detenido lo que pudiese. El teniente coronel me dijo que estaba incomunicado y por tanto que no podía, pero que fuese al carcelero y le explicase todas esas cosas y que iba por mandado de él… No pude hablar con él… y bueno, después lo fusilaron…
Y después no sé cuando volví a verlos…Bueno también hay escenas con las fuerzas, pero eso ya no…
Después vinieron los trabajos y tuve que hacer por salvarles muchas cosas, por ejemplo que vendían los ganados y que perseguían a las familias, pues desconfiaban que estuviesen en sus casas…Yo eso no sé si era verdad o era mentira, pero como yo estaba encargado por los pueblos no tenía más remedio que hacer por ellos lo que pudiese. En una ocasión quisieron sentar a una mujer en el pueblo de La Bustarga y vender la 'pareja', la iban a dejar arruinada y ella no tenía culpa…; se pasó el teniente que iba a venderla y le dije que no lo hicera, que daba lástima y me dijo: “yo no tengo más remedio que obedecer lo que me mandan”. Entonces le dije que le proponía una forma de quedar bien y no venderlos y es que pidiese más de lo que valían y por ello no se vendieron. Y como ese caso pasaron algunos más.
Recuerdo cuando fue lo de esos curas, yo me negué a ir a casar al matrimonio aquel al pueblo de donde era la novia y les mandé que viniesen a otro pueblo que era falangista que estaba cerca del Valle de Finolledo, San Pedro de Olleros… Entonces fue cuando los escapados me escribieron la carta en la que me decían que no tuviese miedo, que yo oír, ver y callar, que ya bastante desgracia tenían que los perseguían de esa forma y que ellos no tenían más remedio que contestar a la violencia con la violencia… Yo les decía que no matasen a nadie, que robasen para las necesidades, pero que más de eso no…
Después viene el espionaje de ellos, el espionaje mío y el espionaje de los pueblos (y el de la Guardia Civil, le recuerda Esteban Carro)…
Ellos para realizar el espionaje hablaban en los pueblos mediante alguna persona de confianza… Ellos insistían en que yo no tuviese miedo si en alguna ocasión hubiera alguno que no me conocía, como pasó en un caso. Me mandaron una razón por una moza en la víspera de San José, dije misa en el pueblo de Aira da Pedra, y salía al día siguiente… Uno que llamaban Joaquín Lago, de Quilós, estaba mal. Habían matado tres mujeres en Campelo y le echaban la culpa a él. Me convocó allí porque habían llevado presa a la novia, tenía un hijo de ella de seis o siete años y fui hasta ese pueblo, allí me mandaron salir a las afueras en un solar, en una casa que se había quemado y estuvimos hablando de que él no había tenido culpa, que no había sido y que tal… Me dijo si le pudiera salvar a la novia y le pregunté por el lugar donde estaba… "Está en la cárcel de Ponferrada", me contestó…, a continuación le pregunté quién la mandaba prender, y dijo que Bernardo, entonces detenido por el gobernador. Fue cuando le dije yo, "bueno no te apures ya trabajaré lo que pueda". No trabajé nada, pero como el gobernador a los 70 días tenía que meterlos en la cárcel o echarlos libres…
En el año 42 hubo un atraco en Cangas de Narcea cometido al parecer por algunos de los que se presentaron posteriormente, no de los presentados por mí sino de los presentados por otros. Era un día de feria en Cangas de Narcea y llevaban en el autobús a la Guardia Civil y algunos soldados, también iban tratantes y otra gente, cuando vieron que la carretera estaba interceptada con palos y se prepararon para disparar, pero se adelantaron ellos y no sé si mataron a una niña y un soldado y no sé si algún guardia civil, pero heridos sí. Luego vino la comisión de un sargento con unos cuantos guardias civiles que atravesaron todas esas montañas y vinieron al sitio de Ancares de donde eran esos y parece que les tomaron declaración. Les volvieron a prender, después bajaron hasta Cacabelos y volvieron a marchar. Fue cuando se enteraron que yo era uno de los que más querían, les hacía muchos favores a las familias y fue cuando las fuerzas que llevaba el capitán Bárcena me mandaron un telegrama desde Cangas de Narcea para que me presentase allí. El telegrama llegó tarde y no fui, así que bajé a hablar con el comandante a Ponferrada que me dijo que no fuese porque era un señor (el capitán Bárcenas) que había estado en las checas y todo eso y que a lo mejor me pegaba dos tiros… El 21 de julio, estaba yo en ejercicios, cuando el jesuita que nos los daba dijo, señor cura del Valle de Finolledo salga que le llama el vicario. Salí y me dijo que tenía que ir a Oviedo, que me reclamaban de allí para no sé qué y que fuese al día siguiente junto al secretario… En Oviedo, frente a un tribunal, un señor me pidió la declaración y yo no le oculté nada, le dije que de todo daba conocimiento al comandante. Luego vino Víctor Reguera con otros cuantos señores con los que fui a una habitación. Allí Víctor Reguera me preguntó si conocía las cuadrillas que andaban, le respondí que algunas sí; también si sabía quiénes eran los jefes, le dije los que sabía; me sacaron el mapa de por donde merodeaban y aquellos sitios que conocía de las montañas de Villafranca… Después ya salí y volví otra vez a los ejercicios…
A los rojos les interesaba más que yo estuviese vivo que muerto. Me quería el comandante pedir la cruz del mérito militar y yo no le dejé.
Yo hablaba sobre todo con uno que tenía la novia en Paradiña. Luego fueron desapareciendo o los fueron matando, o se marcharon como el Joaquín ese que parece que marchó en un coche desde Quilós. Luego marcharon tres parejas, Manuel Gutiérrez, Dalmiro Alonso y otro que se llamaba Pedro Lamas, cada uno con su pareja, y dice que anduvieron hasta Avilés sorteando las fuerzas y allí les estaba esperando un barco pesquero para pasar a Francia. El comandante Varela me dijo que les escribiese por curiosidad para saber cómo habían burlado la vigilancia de las fuerzas…
En Tejeira, iba un día de excursión la Guardia Civil y allí en un camino entre un bosque (desde allí los enfocaron, según me dijo un rojo, muchas veces… "Mira, si los quisiéramos matar, lo hubiéramos ya hecho") tenían una especie de peñas en las que se guarece uno como si fueran chabolas y allí encontraron una receta, me parece que fuera dada en Cacabelos, contra la sífilis. Aún le dije yo a la Guardia Civil, ahora tenéis una buena pista; y efectivamente era del pueblo aquel, pero ellos no tuvieron que enterarse, qué remedio les quedaba, porque no les convendría, les tenían miedo, la Guarda Civil les tenía mucho miedo. Me dijo uno de Toral, un tal Abel, un tipo más fuerte que el cura que tengo yo, que si quisieran quitaban la Guardia Civil de un plumazo, porque estaban apostados y ellos pasaban y ¡zas! hacían una descarga y ahí quedaban, pero me dijo que no les convenía… porque si no… Le decía yo, pero vosotros podéis matar un Guardia Civil o un fulano en un pueblo, pero la Guardia Civil la reponen con moto y vosotros pues si os persiguen…
Después el chico ese que me escribió desde Francia cuando tuve yo la curiosidad de saber cómo habían escapado, diciéndome que muy bien. Fue cuando me contó que habían pasado con tanta facilidad porque habían estado todos esos años como los lobos en el monte, pasando calamidades y todo eso, porque ellos las pasaban gordas también…
Cómo hacían ellos para dormir, pues según me decía ese en la carta, vigilaban uno o dos y cuando unos estaban comiendo, siempre había alguno vigilando… Luego con el espionaje tenían controlado todo el pueblo, los que entraban, los que salían. Pregutaban, por ejemplo cuando salía uno de un pueblo de esos a Villafranca o a Cacabelos o a donde fuese, a dónde va ese fulano, pues a tal sitio, y con qué objeto irá, qué llevará… Luego, cuando entraba algún forastero en el pueblo se intersaban por quién es ese señor, a qué viene aquí. Eso entraba dentro del espionaje que tenían ellos… Había pueblos en que hablaban con todos.
En Odollo, ahí en La Cabrera se dio el caso siguiente, fue la Guardia Civil y juntaron el concejo y se reunió el pueblo en el que estaban tres escapados. Y qué iba a decir el pueblo, pues que ellos no los conocían… En estos pueblos había tres clases de gente, unos por odio a las derechas o lo que fuese, otros porque les venía muy bien, porque ellos eran generosos y… (aquí no se entiende lo que dice pues interviene un familiar y lo interrumpe)
Tenían escuadras, por cada docena tenían un jefe; cuando había dos matones así de esos de jefes a lo mejor, pues uno se escapaba para otra. En los pueblos donde paraban tenían dos o tres casas, en algunos, no en todos. Al Valle de Finolledo por ejemplo nunca fueron y eso que había dos escapados de aquel pueblo, pero allí había falangistas que eran muy brutos y además estaba cerca la Guardia Civil… Comían de lo que tenían por casa, matarían algún cabrito o algún cordero o yo que sé lo que harían. Ellos pagaban, según decían, yo a ellos nunca se lo pregunté porque dirían que yo a lo mejor era un lenguaraz y se lo descubría, pero sabía quiénes eran muchos de ellos. Ellos tenían a sueldo ciertas casas, les daban 10 pesetas diarias o quince, en aquellos tiempos. El fulano ese no tenía más misión que enterarse de lo que pasaba, traerle tabaco que se lo pagaban bien y de vez en cuando algún periódico, y luego si dormían en casa, pagaban la cama y si cenaban, pagaban también la cena… Más tarde ya les mandaban dinero, recibieron órdenes de que no robasen…"
(los cinco minutos últimos, la cinta de casette canta y chirría de vejez como un carro volcado y partido al fondo de un barranco).