Claro García
Martes, 01 de Marzo de 2016

Sentidores. La vida sin postre

Hace mucho tiempo, cuando Madrid y yo aún estábamos sin hacer, me encontré en la Facultad de Ciencias de la Información con Ricardo Franco, un jovencísimo director de cine al que todos admirábamos porque había rodado 'Los Restos del Naufragio', película de culto en aquella época, al igual que 'La Familia de Pascual Duarte', peliculón que había competido en Cannes y por el que José Luís Gómez había recibido la Palma de Oro al mejor actor.

 

No lo reconocí a la primera. Era tarde y estábamos en el bar, un local diminuto en forma de tubo en el que determinados estudiantes pasábamos el tiempo de clase hablando de chicas, de fútbol, de cine y de restaurantes económicos en los que se pudiera cenar sin postre por menos de cien pesetas.

 

Mis amigos y yo tardamos en comprender que el tipo bajito con voz flaca y gafas redondas que terció en la conversación cerveza en mano para recomendarnos el restaurante 'El Dorado', por la zona de Moncloa, era precisamente el gran Ricardo Franco. Cuando lo comprendimos se hizo el silencio. Todos lo admirábamos.

 

Éramos estudiantes de cine, aspirábamos a hacer películas algún día, y allí estábamos, frente al tipo que ya había dirigido dos largometrajes y que acababa de tutear en Cannes a lo mejorcito del cine internacional rodando a los veintitantos años la adaptación de la novela de Cela. 

 

-Lo importante es no pedir postre –dijo Ricardo-. El postre es lo que al final sube el precio. Pero se puede comer por 90 pesetas; claro que se puede. 

 

Seguíamos mirándolo en silencio como si no lo viésemos, preguntándonos qué estaba haciendo allí, en nuestro bar-tubo, el gran Ricardo, un hombre cuyo mundo y cuyos códigos habían llegado a ser algo muy nuestro: la aventura, el pecado, la pasión, la vida. Los grandes temas. Ricardo no era un director de cine; era cine, lo que quiere decir que tenía un mundo propio. Era tan de verdad que estaba hecho de ficción. Aquellos estudiantes de Imagen de principios de los 80 le debemos mucho.

 

En la mesa de 'El Dorado', el 'económico' donde nos invitó a cenar a mí y a otros tres amigos, seguíamos mirándolo igual que antes, como si no nos lo creyésemos. Recuerdo confusamente que en la Facultad le dijimos que no, que gracias, que no tenía que invitarnos. Se lo repetimos luego en su coche, yendo hacia Moncloa, y volvimos a decírselo en la mesa del restaurante, un local instalado en un semisótano y presidido por una inmensa cabeza de toro bajo la cual Ricardo nos dijo que acababa de cobrar una conferencia y que se iba a gastar la pasta invitándonos a cenar.

 

La ensaladilla rusa estaba impresionante. El filete empanado también. Esa noche descubrí que mi mundo había sido hasta ese momento muy limitado. Se podía comer bien por menos de 90 pesetas, sin postre, y el mundo, según supe luego, no se dividía exclusivamente entre los que cagan bien y los que cagan mal, como había sentenciado con tremenda sabiduría García Márquez. Se trataba de algo más complejo.

 

-No es tan sencillo -dijo Ricardo con su voz rota y pequeña, tocándose sus gafitas de pasta-. No es tan sencillo, pero es muy fácil. 

 

A continuación, sustituyó ese postre que nunca tomamos por una clasificación de los seres humanos que me sigue impresionando hoy día y que mejora a la del Premio Nobel. 

 

Para Ricardo el mundo se dividía en Observadores, Doctrinos, Mercaderes y Sentidores. 

 

Con el toro disecado mirándonos malamente por encima del hombro, nos explicó que los Observadores son los que pasan la vida mirando y nunca intervienen en ella. Jamás participan en nada. Se limitan a mirar.


Todos asentimos. Conocíamos un montón de Observadores.

 

 -Los Doctrinos –continuó Ricardo-, son aquellos que continuamente establecen teorías sobre lo que está bien y lo que está mal. No hacen nada más.

 
 Hizo una pausa. Miró al toro.


-Los Mercaderes se dedican a vender todo, incluso las teorías de los Doctrinos. El mundo de hoy está lleno de Mercaderes. Lo han hecho a su imagen y semejanza.


El camarero trajo la cuenta y se quedó a escuchar. Ya no había nadie en el local. Solo nosotros y el toro. 


 -Los Sentidores –prosiguió Ricardo-, son los verdaderamente importantes. Sentidores son aquellos que digan lo que digan, hagan lo que hagan, sabes que están hablando de ti, de tus sueños. De lo que eres y de lo que quieres ser.  Te comprenden. Siempre están cerca. Leonard Cohen. José Alfredo Jiménez. Bola de Nieva. Tom Waits. Machín, Morrison, Dylan, John Houston…

 

Regresamos al barrio. Vivía por Diego de León, cerca de mi casa. Un piso alto y bonito en el que nos puso a Waits y a Bola de Nieve cantando aquella de 'No puedo ser feliz, y no sé la razón…'

 

Fumamos lo poco que quedaba. Amaneció muy despacio, y siguió amaneciendo en años sucesivos, en encuentros cada vez más espaciados aunque Ricardo, como buen Sentidor, nos hacía partícipes de sus sueños, algunos de los cuales llegó  a rodar y por los que ganó cinco Goyas. 

 

Poco a poco dejamos de vernos. A finales de Mayo de 1998, en pleno rodaje de 'Lágrimas Negras', Ricardo cortó para ver el partido del Real Madrid. Creo que era el final de la Copa de Europa. Leí en la prensa que estaban en un bar, que comenzó a sentirse mal y se desplomó. Llovía a cántaros. Mientras la gente del bar animaba al Madrid, Ricardo agonizaba en el suelo. Una secuencia que podía haber escrito él mismo.

 

Hace ya muchos años que cerró el restaurante de Moncloa, y ya hace casi veinte años que Ricardo se fue, pero la clasificación que estableció sigue cada vez más vigente: Sentidores, Observadores, Doctrinos y Mercaderes. 

 

Algunas noches pienso que soy lo que soy gracias a él. Si a veces tienes dudas, recuerda que el mundo huele a desnudez, a lo que tú eres de verdad, a canción, a pecado, a chocolate, a cosas por hacer, a tocadiscos, a medias de chica, a desayunos en cafeterías de esquina. No hagas caso a los Mercaderes. El mundo de los Sentidores huele a sol, a vida, a pipas, a piel, a arena de playa y a amistad. El mundo que nos gusta huele a bolero, a Sentidores que luchan juntos contra Doctrinos y Observadores. Somos fuertes. Aprendimos ya hace mucho a ser felices sin postre.

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