Domingo, 28 de Abril de 2013

Dónde estabas, Seprona

JUAN MANUEL SANDÍN PÉREZ

He de confesar que siempre he tenido debilidad por los corzos. No sé si será porque durante algún tiempo fuimos vecinos de monte, ya fuera en los pinares domesticados del escurialense Abantos o como ahora, entre los melojares tupidos de las vaguadas de maragatería en Rabanal Viejo. O tal vez porque en sus ojos veo el reflejo de los espíritus salvajes, que son a la vez brillo de libertad y debilidad. Un bajar al amanecer o al atardecer, cuando todo es calma, a beber a la trapiella de aguas frescas o a triscar la tierna yerba de los prados silvestres. Todos sabemos que la mirada de ciertos animales nos llega dentro porque, quien sabe, quizá tocan nuestro pasado silvestre, aquel que disfruta paseando entre los tomillos o contemplando el vuelo majestuoso de las águilas. Y es la del corzo una de esas miradas que «atrapan», que seducen al cruzarse entre la espesura en el fugaz instante de la sorpresa de los encuentros fortuitos. 

Suelen ser los corzos seres sociables, que suelen verse en grupitos, excepto en el verano, cuando su atípico celo les marca las pautas de comportamiento reproductivo, solitario en los machos. Los últimos estudios aseguran que sus poblaciones están creciendo en nuestro entorno, amparadas sin duda por el crecimiento a su libre albedrío del matorral que manda en nuestro pie de monte. Por eso se dejan ver más, por eso poco a poco se van volviendo más confiados, se aproximan, ahora más que nunca, escoltados por la protección de la vegetación, a fincas, carreteras o lindes. Y desgraciadamente también a los canales y pilones de riego. 

Esto es lo que ocurrió hace unos días en Paradilla de la Sobarriba, en esa comarca tradicional a tiro de piedra de la capital, esa otra bella desconocida natural donde los caminos tienen aún el sabor de lo de antes, surcando paisajes suaves y sugerentes de cultivos y atravesando pequeños bosques. En pueblos donde la tierra y el canto rodado comulgan con la armoniosidad de lo que no se deja avasallar por las prisas. 

Pues bien, desde uno de ellos, Paradilla de la Sobarriba, a escasos diez kilómetros de León, saltó la noticia el otro día hasta la primera página del Diario de León. Un susto inoportuno, un salto mal calculado y dos corzos que acaban en el fondo del canal, sin agua suficiente para ahogarse pero de paredes lo suficientemente altas como para atrapar a esos dos animalillos durante diez interminables jornadas. Ocurrió el día 15 de abril. Los vecinos, según cuenta la crónica, avisaron a los servicios medioambientales de la Junta y al Seprona. Pero allí no se presentó nadie. Fueron pasando los días y los corzos, cada vez más extenuados, física y psicológicamente (pensemos que esta es una especie tímida donde las haya) siguieron en su prisión de hormigón. Hasta que Mauricio Peña, un periodista del Diario, pasó por allí con su cámara, y los coló en nuestro desayuno de cafetería, entre las noticias económicas del paro y otras cuitas que nos van endureciendo el corazón. Y esa foto de portada de un animal presa del miedo tratando de volver a casa, a sus melojos cotidianos, nos sacudió como una chispa eléctrica hasta lo más profundo de nuestro ser. La agonía real de un ser vivo atrapado por una de nuestras obras de progreso mal protegida eclipsó ese día las corruptelas y chismes que nos bombardean desde los medios. Y nos hizo compadecernos de la vida del inocente, al tiempo que maldecir a aquellos que pagados con nuestros impuestos, no tuvieron la decencia de presentarse a liberar a aquellos animales que son la razón de ser de su puesto de trabajo. 

Había solo un corzo. Desconocemos lo que ocurrió con su compañero. Como desconocemos también si al final el primero logró salvarse y regresar a la naturaleza, la que da sentido a sus miradas. A esa mirada que ese día, nos devolvió, reflejada en la suya y sumida en la tristeza por la doble injusticia cometida, la nuestra de animal a veces mal llamado racional.

                                               A Mauricio Peña y David Rubio, por ser la voz de los que no tienen voz
Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.