El error del error de existir
![[Img #2828]](upload/img/periodico/img_2828.jpg)
Es Gamoneda un poeta que abre los ojos donde los demás los cerramos, un poeta que insistentemente dirige la mirada hacia la nada. Lo lleva haciendo mucho tiempo y es en este último libro, 'Canción errónea', en el que le duelen más los ojos, en el que, pisando el suelo de la ancianidad, el cansancio se vuelve materia de sus palabras.
Gamoneda fue un niño de la guerra y, sobre todo, de la posguerra. No hace mucho que apareció el primer tomo de sus memorias, 'Un armario lleno de sombra', en 2009, que recoge sus recuerdos de infancia. Narra allí con absoluta nitidez un mundo destrozado por la pobreza y el horror. En sus páginas salen muchas de las escenas reales que aparecen, más o menos encriptadas, en sus implacables poemas, por ejemplo, la visión de cuerdas de presos desfilando frente a su balcón en el barrio de la estación, los hombres muertos flotando a la orilla del río Bernesga o las manchas de sangre en el penal de San Marcos. Alguna vez lo ha explicado él mismo, no hay tanta abstracción en su lenguaje sino un repertorio de cosas reales que desfilan por su obra: Los “lienzos torcidos en exceso por manos encendidas en la lejía y la desesperación” no son sino la ropa tendida que cruza el rosario de la aurora por las afueras ferroviarias.
Lo que cuenta Gamoneda de su vida es enteramente trágico, en ocasiones directamente brutal. Especialmente impresionante en esas memorias es el pasaje en el que relata cómo su madre, en 1945, le envía a recuperar el oro de la dentadura del padre fallecido en 1932 y cómo acaba, acuciado por el temor al robo del enterrador, cavando con sus propias manos entre la tierra y los huesos.
En cierto modo su biografía familiar sirve de alegoría de un tiempo que pasó de los felices años veinte a la tragedia de la guerra y, de ahí, a la amargura de la posguerra. Su padre, periodista y poeta modernista, muere cuando él tenía un año dejándole de herencia un único libro del que fue autor, cuyo título, en sí, es parte de la alegoría, 'Otra más alta vida'.
El mundo que describe en sus memorias de infancia es deprimente, parece que hubiera que construir en él todo de nuevo y por completo. El pasado es algo nebuloso, el tiempo anterior a la guerra está borrado, el futuro no asoma por ningún lado y el presente es una mentira. En 1968 un informe de la censura a uno de sus libros señalaba: “…aunque no lo dice claramente, el ambiente de desolación que pinta se refiere a España”.
![[Img #2829]](upload/img/periodico/img_2829.jpg)
'Descripción de la mentira', de 1976, su obra más fuerte, se lee como el epítome de toda su vida hasta entonces, una vida en la que la auténtica vida hubiera sido escamoteada por la mentira, bajo cuyo régimen la realidad hubiera sido incautada. “Este relato incomprensible es lo que queda de nosotros” escribe el poeta en algún punto de ese libro. Y efectivamente es el relato de haber vivido en la mentira de todas las cosas, no sólo de la España de la posguerra sino en la mentira de existir. Ya no se desprenderá de su poesía un fatalismo que no encuentra luz ni en la propia belleza que crea. Al fin, si tenemos presente 'Descripción de la mentira' al leer 'Canción errónea', nos da la sensación de que la posguerra y la dictadura hubieran sido una alegoría de la existencia, una escenificación superpuesta del absurdo existencial, mentira sobre mentira.
'Canción errónea' es un libro para ilustrar, desde la perspectiva de la vejez, la conclusión filosófica de Gamoneda, existir fue un error. La vida es un estado puramente accidental para él: “En mí no hay/ más que cansancio y/ un antiguo extravío:/ ir/ de la inexistencia/ a la inexistencia./ Es/ un sueño./ Un sueño vacío./ Pero sucede./” Un pensamiento negativo hace que todo sea reducido a polvo y, después, poco queda que hacer: “Parece ser./ Vivía./ Ahora mismo atiendo distraído a mi estertor. (…) Definitivamente, me he sentado/ a esperar la muerte/ como quien espera noticias ya sabidas.” Todo carece de sentido porque todo lo que no es la certeza de la muerte ha entrado en ese espacio de la mentira. “Yo soy un error. Tú también/ eres un error hundido/ en mi corazón.”
Por momentos da la sensación de que asistimos a una intelectualización obsesiva indigente de una cultura de la vida. La pasión en la obra de Gamoneda, que únicamente residía en combatir esa mentira y en la rebeldía contra la verdad trágica, en este libro, cede sitio al cansancio, al reconocimiento de una total incapacidad para entender. Escribe: “No lo entiendo./ Al parecer,/ es imposible existir y también/ no existir.”
En 'Canción errónea' sólo asoma la esperanza en compañía de la nieta del poeta, únicamente en los poemas dedicados a ella se hace un mínimo rasguño a la nube negra para ver un poco de sentido a la vida. Escribe: “Tengo que mentir para decir la verdad”. Esta paradoja en la que da la vuelta a su planteamiento es donde escapa a sus propias maldiciones, a sus letanías de lividez frente al abismo. Cecilia es el error de su error, con él merece la pena existir, haber vivido, la vida.
*Las fotografías fueron realizadas por Amando Casado mientras el escultor Amancio González modelaba el busto del poeta.
Es Gamoneda un poeta que abre los ojos donde los demás los cerramos, un poeta que insistentemente dirige la mirada hacia la nada. Lo lleva haciendo mucho tiempo y es en este último libro, 'Canción errónea', en el que le duelen más los ojos, en el que, pisando el suelo de la ancianidad, el cansancio se vuelve materia de sus palabras.
Gamoneda fue un niño de la guerra y, sobre todo, de la posguerra. No hace mucho que apareció el primer tomo de sus memorias, 'Un armario lleno de sombra', en 2009, que recoge sus recuerdos de infancia. Narra allí con absoluta nitidez un mundo destrozado por la pobreza y el horror. En sus páginas salen muchas de las escenas reales que aparecen, más o menos encriptadas, en sus implacables poemas, por ejemplo, la visión de cuerdas de presos desfilando frente a su balcón en el barrio de la estación, los hombres muertos flotando a la orilla del río Bernesga o las manchas de sangre en el penal de San Marcos. Alguna vez lo ha explicado él mismo, no hay tanta abstracción en su lenguaje sino un repertorio de cosas reales que desfilan por su obra: Los “lienzos torcidos en exceso por manos encendidas en la lejía y la desesperación” no son sino la ropa tendida que cruza el rosario de la aurora por las afueras ferroviarias.
Lo que cuenta Gamoneda de su vida es enteramente trágico, en ocasiones directamente brutal. Especialmente impresionante en esas memorias es el pasaje en el que relata cómo su madre, en 1945, le envía a recuperar el oro de la dentadura del padre fallecido en 1932 y cómo acaba, acuciado por el temor al robo del enterrador, cavando con sus propias manos entre la tierra y los huesos.
En cierto modo su biografía familiar sirve de alegoría de un tiempo que pasó de los felices años veinte a la tragedia de la guerra y, de ahí, a la amargura de la posguerra. Su padre, periodista y poeta modernista, muere cuando él tenía un año dejándole de herencia un único libro del que fue autor, cuyo título, en sí, es parte de la alegoría, 'Otra más alta vida'.
El mundo que describe en sus memorias de infancia es deprimente, parece que hubiera que construir en él todo de nuevo y por completo. El pasado es algo nebuloso, el tiempo anterior a la guerra está borrado, el futuro no asoma por ningún lado y el presente es una mentira. En 1968 un informe de la censura a uno de sus libros señalaba: “…aunque no lo dice claramente, el ambiente de desolación que pinta se refiere a España”.
'Descripción de la mentira', de 1976, su obra más fuerte, se lee como el epítome de toda su vida hasta entonces, una vida en la que la auténtica vida hubiera sido escamoteada por la mentira, bajo cuyo régimen la realidad hubiera sido incautada. “Este relato incomprensible es lo que queda de nosotros” escribe el poeta en algún punto de ese libro. Y efectivamente es el relato de haber vivido en la mentira de todas las cosas, no sólo de la España de la posguerra sino en la mentira de existir. Ya no se desprenderá de su poesía un fatalismo que no encuentra luz ni en la propia belleza que crea. Al fin, si tenemos presente 'Descripción de la mentira' al leer 'Canción errónea', nos da la sensación de que la posguerra y la dictadura hubieran sido una alegoría de la existencia, una escenificación superpuesta del absurdo existencial, mentira sobre mentira.
'Canción errónea' es un libro para ilustrar, desde la perspectiva de la vejez, la conclusión filosófica de Gamoneda, existir fue un error. La vida es un estado puramente accidental para él: “En mí no hay/ más que cansancio y/ un antiguo extravío:/ ir/ de la inexistencia/ a la inexistencia./ Es/ un sueño./ Un sueño vacío./ Pero sucede./” Un pensamiento negativo hace que todo sea reducido a polvo y, después, poco queda que hacer: “Parece ser./ Vivía./ Ahora mismo atiendo distraído a mi estertor. (…) Definitivamente, me he sentado/ a esperar la muerte/ como quien espera noticias ya sabidas.” Todo carece de sentido porque todo lo que no es la certeza de la muerte ha entrado en ese espacio de la mentira. “Yo soy un error. Tú también/ eres un error hundido/ en mi corazón.”
Por momentos da la sensación de que asistimos a una intelectualización obsesiva indigente de una cultura de la vida. La pasión en la obra de Gamoneda, que únicamente residía en combatir esa mentira y en la rebeldía contra la verdad trágica, en este libro, cede sitio al cansancio, al reconocimiento de una total incapacidad para entender. Escribe: “No lo entiendo./ Al parecer,/ es imposible existir y también/ no existir.”
En 'Canción errónea' sólo asoma la esperanza en compañía de la nieta del poeta, únicamente en los poemas dedicados a ella se hace un mínimo rasguño a la nube negra para ver un poco de sentido a la vida. Escribe: “Tengo que mentir para decir la verdad”. Esta paradoja en la que da la vuelta a su planteamiento es donde escapa a sus propias maldiciones, a sus letanías de lividez frente al abismo. Cecilia es el error de su error, con él merece la pena existir, haber vivido, la vida.
*Las fotografías fueron realizadas por Amando Casado mientras el escultor Amancio González modelaba el busto del poeta.