Aquellos maravillosos años II
Con Miguel Ángel Paramio Rodríguez
Eran tiempos en los que declinábamos el urbs urbis, el rosa rosae, el columba columbae, y aprendíamos de una vez y para siempre que Viriato fue un pastor lusitano cuyo nombre deriva de 'viria' que significa brazalete, y perfeccionábamos la escritura propia reproduciendo la letra magistral y ajena de las caligrafías Rubio, y los dibujos técnicos los hacíamos con tiralíneas y tinta china, y usábamos papel de cuadrícula, y de seda, y de celofán, y calcante, y pinocho, y competíamos a ver quién, siguiendo los patrones de marquetería de Salvatella, reproducía en miniatura la mejor torre Eiffel, o el mejor altar doméstico, o la mejor licorera diseño cañón con el menor número de pelos de sierra posible, y las islas Fidji las imaginábamos en giratorias bolas del mundo de abigarrados colores, todo ello en una escuela pública y nacional catolicista en la que la letra con capones y tirijones de pelo y reglazos infligidos sobre nuestros tiernos dedos puestos en punta, entraba.
Eran tiempos en los que se leía a Mary Poppins, y Las Aventuras de los Cinco, y novelas de Marcial Lafuente Estefania, y los comics de Astérix y Obélix, y de Zipi y Zape, y de una Esther preadolescente a la que todas las chicas queríamos imitar, y a hurtadillas leíamos 'Primer amor, primer dolor', o 'Antes de que te cases', material éste que aterrizaba en forma de bibliobús en la plaza de nuestros pueblos despertándonos a otros mundos y realidades.
Eran tiempos en los que nos operaban de anginas y el dolor de cabeza se curaba con optalidón, y las agujetas se amortiguaban con agua y azúcar, y el olor a alcohol bullendo en la bacinilla de cinc predecía la inyección que acto seguido nos iba a infligir el practicante para curarnos la gripe o prevenir la rubeola, o las paperas, o la varicela, y había piojos que decían, pero no era cierto, que se combatían con vinagre y que picaban, eso sí, como demonios.
Eran tiempos en los que en la sesión de cine del domingo tarde veíamos la saga de los Rockys, y a un desdoblado Superman que unas veces hacía de héroe y otras de hombre bastante corriente y moliente, y a Clint Eastwood en el papel de duro durísimo al que al final, menos mal, sí le salían las cuentas. Pero el día de Reyes sería Tarzan, dando alaridos y saltando entre lianas, con sorteo de regalos incluido, el rey del cinemascope y el tecnicolor. La pantalla grande también dio algunas joyas como Pijoaparte o Javaloyes, personajes masculinos no tan heroicos como los anteriores aunque sí forjados en la trama de controvertidas pelis como 'Las últimas tardes con Teresa' o 'Si te dicen que caí'.
Eran tiempos en los que en las máquinas de discos de las salas de juegos recreativos que se accionaban con monedas de duro, en los casettes, en los guateques, en las pistas de verano y en las discotecas, se escuchaba música de Los diablos, de Fórmula Quinta, de Nino Bravo, de José Luis Perales, de Abba, de Pimpinela, de Janet, de MariTrini, de Camilo Sexto, de Rocío Dúrcal, y el carro robado de Manolo Escobar conjugaba sin complejos con una Eva María que se largaba, maleta de piel en ristre, buscando el sol en la playa.
Eran tiempos los finales de los setenta en los que crecimos creyendo en una vida feliz de novela radiofónica al modo de Simplemente María de Guillermo Sautier Casaseca, secundando los consejos del personaje apócrifo que fue Elena Francis, fumando a escondidas Sombra o Rex o Lola, ligando a través de teléfonos azules instalados en cabinas, imitando a John Travolta en fiebre de sábado noche, bailando a ritmo de lambada, haciendo el amor siguiendo el método del Señor Ogino, para luego temer más los embarazos no deseados que a los objetos volantes sin identificar, en una 'Españacamisablancademiesperanza' que soñaba y sentía y empezaba a respirar una libertad sin ira y sin retorno.
Con Miguel Ángel Paramio Rodríguez
Eran tiempos en los que declinábamos el urbs urbis, el rosa rosae, el columba columbae, y aprendíamos de una vez y para siempre que Viriato fue un pastor lusitano cuyo nombre deriva de 'viria' que significa brazalete, y perfeccionábamos la escritura propia reproduciendo la letra magistral y ajena de las caligrafías Rubio, y los dibujos técnicos los hacíamos con tiralíneas y tinta china, y usábamos papel de cuadrícula, y de seda, y de celofán, y calcante, y pinocho, y competíamos a ver quién, siguiendo los patrones de marquetería de Salvatella, reproducía en miniatura la mejor torre Eiffel, o el mejor altar doméstico, o la mejor licorera diseño cañón con el menor número de pelos de sierra posible, y las islas Fidji las imaginábamos en giratorias bolas del mundo de abigarrados colores, todo ello en una escuela pública y nacional catolicista en la que la letra con capones y tirijones de pelo y reglazos infligidos sobre nuestros tiernos dedos puestos en punta, entraba.
Eran tiempos en los que se leía a Mary Poppins, y Las Aventuras de los Cinco, y novelas de Marcial Lafuente Estefania, y los comics de Astérix y Obélix, y de Zipi y Zape, y de una Esther preadolescente a la que todas las chicas queríamos imitar, y a hurtadillas leíamos 'Primer amor, primer dolor', o 'Antes de que te cases', material éste que aterrizaba en forma de bibliobús en la plaza de nuestros pueblos despertándonos a otros mundos y realidades.
Eran tiempos en los que nos operaban de anginas y el dolor de cabeza se curaba con optalidón, y las agujetas se amortiguaban con agua y azúcar, y el olor a alcohol bullendo en la bacinilla de cinc predecía la inyección que acto seguido nos iba a infligir el practicante para curarnos la gripe o prevenir la rubeola, o las paperas, o la varicela, y había piojos que decían, pero no era cierto, que se combatían con vinagre y que picaban, eso sí, como demonios.
Eran tiempos en los que en la sesión de cine del domingo tarde veíamos la saga de los Rockys, y a un desdoblado Superman que unas veces hacía de héroe y otras de hombre bastante corriente y moliente, y a Clint Eastwood en el papel de duro durísimo al que al final, menos mal, sí le salían las cuentas. Pero el día de Reyes sería Tarzan, dando alaridos y saltando entre lianas, con sorteo de regalos incluido, el rey del cinemascope y el tecnicolor. La pantalla grande también dio algunas joyas como Pijoaparte o Javaloyes, personajes masculinos no tan heroicos como los anteriores aunque sí forjados en la trama de controvertidas pelis como 'Las últimas tardes con Teresa' o 'Si te dicen que caí'.
Eran tiempos en los que en las máquinas de discos de las salas de juegos recreativos que se accionaban con monedas de duro, en los casettes, en los guateques, en las pistas de verano y en las discotecas, se escuchaba música de Los diablos, de Fórmula Quinta, de Nino Bravo, de José Luis Perales, de Abba, de Pimpinela, de Janet, de MariTrini, de Camilo Sexto, de Rocío Dúrcal, y el carro robado de Manolo Escobar conjugaba sin complejos con una Eva María que se largaba, maleta de piel en ristre, buscando el sol en la playa.
Eran tiempos los finales de los setenta en los que crecimos creyendo en una vida feliz de novela radiofónica al modo de Simplemente María de Guillermo Sautier Casaseca, secundando los consejos del personaje apócrifo que fue Elena Francis, fumando a escondidas Sombra o Rex o Lola, ligando a través de teléfonos azules instalados en cabinas, imitando a John Travolta en fiebre de sábado noche, bailando a ritmo de lambada, haciendo el amor siguiendo el método del Señor Ogino, para luego temer más los embarazos no deseados que a los objetos volantes sin identificar, en una 'Españacamisablancademiesperanza' que soñaba y sentía y empezaba a respirar una libertad sin ira y sin retorno.




