Tiempo viejo y tiempo nuevo
Ahora que viene la Semana Santa, es bueno que demos siquiera sea una interpretación antropológica de estas celebraciones, para que entendamos en qué consiste, desde tal punto de vista, unas fiestas a las que, desde hace ya algunos años, la población se entrega de un modo tan intenso.
Dicho de un modo muy escueto, la pasión y muerte de Cristo sería una ritualización, en clave cristiana, de la muerte del invierno, del tiempo viejo, del tiempo desgastado. Mientras que la resurrección aludiría al nacimiento de la primavera, de ese tiempo nuevo que se espera con impaciencia, tras las durezas y privaciones invernales.
Hay una continua necesidad humana de renovación; de ahí que para ritualizar lo que se siente como tiempo viejo, desgastado, del que hay que desprenderse, se realicen, en determinados lugares, muñecos o peleles, a los que se les da el nombre de 'Judas' y que se cuelguen con sogas, de la torre o del campanario, o en la calle, de una casa a la de enfrente; y, cuando llega la Pascua, se le prenda fuego o se le tire al río para que se lo lleven las aguas. Es la ritualización de esa necesidad que tenemos de desprendernos del tiempo viejo.
Y la riqueza de ritos, en las fiestas de los distintos pueblos, con que se celebra la Pascua de Resurrección o Pascua de Flores, no es más que un festejar ese tiempo nuevo, esa estación del amor –como la llamara Julio Caro Baroja– que se espera con impaciencia, en la que el germinar de la vegetación, el florecer de plantas y árboles, el anidar y criar los pájaros, y el engendrar la vida los animales y seres humanos, se perciben como signos de que el existir se expresa en ese tiempo nuevo lleno de promesas.
Ahora que viene la Semana Santa, es bueno que demos siquiera sea una interpretación antropológica de estas celebraciones, para que entendamos en qué consiste, desde tal punto de vista, unas fiestas a las que, desde hace ya algunos años, la población se entrega de un modo tan intenso.
Dicho de un modo muy escueto, la pasión y muerte de Cristo sería una ritualización, en clave cristiana, de la muerte del invierno, del tiempo viejo, del tiempo desgastado. Mientras que la resurrección aludiría al nacimiento de la primavera, de ese tiempo nuevo que se espera con impaciencia, tras las durezas y privaciones invernales.
Hay una continua necesidad humana de renovación; de ahí que para ritualizar lo que se siente como tiempo viejo, desgastado, del que hay que desprenderse, se realicen, en determinados lugares, muñecos o peleles, a los que se les da el nombre de 'Judas' y que se cuelguen con sogas, de la torre o del campanario, o en la calle, de una casa a la de enfrente; y, cuando llega la Pascua, se le prenda fuego o se le tire al río para que se lo lleven las aguas. Es la ritualización de esa necesidad que tenemos de desprendernos del tiempo viejo.
Y la riqueza de ritos, en las fiestas de los distintos pueblos, con que se celebra la Pascua de Resurrección o Pascua de Flores, no es más que un festejar ese tiempo nuevo, esa estación del amor –como la llamara Julio Caro Baroja– que se espera con impaciencia, en la que el germinar de la vegetación, el florecer de plantas y árboles, el anidar y criar los pájaros, y el engendrar la vida los animales y seres humanos, se perciben como signos de que el existir se expresa en ese tiempo nuevo lleno de promesas.




