La pimpirinola de San Pedro
Radio Popular de Astorga organizó en 1962 y en sucesivos años unos 'Programas especiales de Semana Santa'. El domingo de ramos del año 1962 fue un 15 de abril. En un programa muy apretado de más de doce horas de producción propia, a las 22.25 de cada día se emitía 'Figuras populares'. El miércoles santo, 17 de abril de 1962 se emitió el que ahora rescatamos: 'La pimpirinola de San Pedro'
![[Img #20900]](upload/img/periodico/img_20900.jpg)
Acabo de bajar a Puerta de Rey. He querido reconocer palmo a palmo el terreno, quiero decir a San Pedro. He querido ver si ciertamente estaba de nuevo dispuesto para salir públicamente después del descalabro del año 1961. Cuando recalamos allí, ‘la farola’ hacía su gran entrada triunfal en el templo, bajo una espesa sombra en la iglesia solo aligerada por la lamparilla.
Y ciertamente estaban allí todos los amigos de los astorganos. Estaba Cañinas con el gesto innoble y la recién pintada chaquetilla, Cañinas con su cuerpecito de enano y su gorrito como un niño que acabaran de cristianar, casi con lacitos, con mucho colorín colorado. Y estaba también el Cireneo de duros dientes ensañados. Y estaba allí San Juanico el de la Carrera, con el brazo caído como nunca lo he visto, cansado del gesto del encierro de todo un año. Y solo con la sonrisa brillante y simpática de todas las primaveras abrileñas. San Juanico ya conoce a los niños que llevan esa mañana una gran carga de sueño, un nido de hormigas de sueño, febril de insomnio. Y también he visto a la Verónica con su gesto complaciente bajo aquel trapo que la hacía ridícula y que la hace todavía hasta que mañana le quiten sus andamios de trapo.
![[Img #20898]](upload/img/periodico/img_20898.jpg)
También resulta inútil el gesto del Nazareno con la cruz, sin cruz. Solo el gesto. Y el Cireneo junto a la pila del agua bendita, como si se hubiera confundido y en lugar de la cruz quisiera tomar el agua. Y el sayón guerrero que lleva un flamante yelmo hostiga al aire o a la sombra. Nada más. Y en medio de ellos San Pedro con su pimpirinola, como le llama Luis Alonso Luengo al ciprés verde y descascarillado, que parece hecho de papelitos. La novedad del año para esta cofradía es que la han pintado con colores muy chillones. El verde del ciprés es como recién estrenado. Y lo que más gusta en él es la desproporción. Apenas si traspasa el ciprés los mechones de San Pedro, y las barbas vueltas hacia el cielo como una ola hacia la nube de Dios, con las melenas, con los abuelos, que dicen por aquí tan crecidos como de no haber ido al barbero en mucho tiempo. Este San Pedro es figura típica de la Semana Santa. Junto con la columnata elegante puesta allí para que cante el rústico gallo de escasa cresta y de gran cola casi pavo real. Por el ciprés corre el frescor de la noche, por las barbas de Pedro se enreda el arrepentimiento, por el gallo surge, ¿cómo no? la voz de los animales y su presencia en el misterioso reloj de la pasión.
![[Img #20899]](upload/img/periodico/img_20899.jpg)
El ciprés estilizado, la gran pimpirinola, la gran madeja verde y mal ovillada del ciprés que parece preparada para hacer sobre el cielo un jersey de esperanza. Es San Pedro en su arrepentimiento. Son los dos gritos; el del gallo, como un grito de alerta, y el del ciprés como una indicación del camino, por el que han de ir los hombres. Y principalmente este hombre que se llama Pedro, pecador y confianzudo, pecador y arrepentido, tan amigo de los niños astorganos que siempre mira hacia arriba. ¿Cómo es que este paso tan vuelto hacia el cielo tira hacia la tierra? Dos veces caído y otra vez íntegro y repuesto, después de las operaciones de cirugía artística a las que sucesivamente le han sometido. Solamente las patitas del gallo aparecen un poco estranguladas y para que sea más típico se le ven los alambres interiores que sostienen la pasta de la que está compuesta. La pimpirinola ha comenzado a dar vueltas. El paso está preparado para que por el humorismo y la simpatía, por la sonrisa, entre mejor esa lección de teología de la confianza, que es la amistad con Dios.
![[Img #20900]](upload/img/periodico/img_20900.jpg)
Acabo de bajar a Puerta de Rey. He querido reconocer palmo a palmo el terreno, quiero decir a San Pedro. He querido ver si ciertamente estaba de nuevo dispuesto para salir públicamente después del descalabro del año 1961. Cuando recalamos allí, ‘la farola’ hacía su gran entrada triunfal en el templo, bajo una espesa sombra en la iglesia solo aligerada por la lamparilla.
Y ciertamente estaban allí todos los amigos de los astorganos. Estaba Cañinas con el gesto innoble y la recién pintada chaquetilla, Cañinas con su cuerpecito de enano y su gorrito como un niño que acabaran de cristianar, casi con lacitos, con mucho colorín colorado. Y estaba también el Cireneo de duros dientes ensañados. Y estaba allí San Juanico el de la Carrera, con el brazo caído como nunca lo he visto, cansado del gesto del encierro de todo un año. Y solo con la sonrisa brillante y simpática de todas las primaveras abrileñas. San Juanico ya conoce a los niños que llevan esa mañana una gran carga de sueño, un nido de hormigas de sueño, febril de insomnio. Y también he visto a la Verónica con su gesto complaciente bajo aquel trapo que la hacía ridícula y que la hace todavía hasta que mañana le quiten sus andamios de trapo.
![[Img #20898]](upload/img/periodico/img_20898.jpg)
También resulta inútil el gesto del Nazareno con la cruz, sin cruz. Solo el gesto. Y el Cireneo junto a la pila del agua bendita, como si se hubiera confundido y en lugar de la cruz quisiera tomar el agua. Y el sayón guerrero que lleva un flamante yelmo hostiga al aire o a la sombra. Nada más. Y en medio de ellos San Pedro con su pimpirinola, como le llama Luis Alonso Luengo al ciprés verde y descascarillado, que parece hecho de papelitos. La novedad del año para esta cofradía es que la han pintado con colores muy chillones. El verde del ciprés es como recién estrenado. Y lo que más gusta en él es la desproporción. Apenas si traspasa el ciprés los mechones de San Pedro, y las barbas vueltas hacia el cielo como una ola hacia la nube de Dios, con las melenas, con los abuelos, que dicen por aquí tan crecidos como de no haber ido al barbero en mucho tiempo. Este San Pedro es figura típica de la Semana Santa. Junto con la columnata elegante puesta allí para que cante el rústico gallo de escasa cresta y de gran cola casi pavo real. Por el ciprés corre el frescor de la noche, por las barbas de Pedro se enreda el arrepentimiento, por el gallo surge, ¿cómo no? la voz de los animales y su presencia en el misterioso reloj de la pasión.
![[Img #20899]](upload/img/periodico/img_20899.jpg)
El ciprés estilizado, la gran pimpirinola, la gran madeja verde y mal ovillada del ciprés que parece preparada para hacer sobre el cielo un jersey de esperanza. Es San Pedro en su arrepentimiento. Son los dos gritos; el del gallo, como un grito de alerta, y el del ciprés como una indicación del camino, por el que han de ir los hombres. Y principalmente este hombre que se llama Pedro, pecador y confianzudo, pecador y arrepentido, tan amigo de los niños astorganos que siempre mira hacia arriba. ¿Cómo es que este paso tan vuelto hacia el cielo tira hacia la tierra? Dos veces caído y otra vez íntegro y repuesto, después de las operaciones de cirugía artística a las que sucesivamente le han sometido. Solamente las patitas del gallo aparecen un poco estranguladas y para que sea más típico se le ven los alambres interiores que sostienen la pasta de la que está compuesta. La pimpirinola ha comenzado a dar vueltas. El paso está preparado para que por el humorismo y la simpatía, por la sonrisa, entre mejor esa lección de teología de la confianza, que es la amistad con Dios.






