Esteban Carro Celada
Domingo, 10 de Abril de 2016

Cartas sobre las nubes

Rescatamos en 'Hemeroteca', un fragmento de un artículo de Esteban Carro Celada muy posiblemente leído en Radio Popular el día 13 o 14 de marzo de 1962. En él se compara la fugacidad de las nubes con la de la vida humana. Pero, ¿significan lo mismo esas fugacidades?

 

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Se puede hablar de cualquier cosa, se puede servir cualquier tema en el vaso de una prosa periodística. Se puede referir uno a como corren las nubes y que blancas y que claras, rodando sobre nuestras cabezas, como si fueran un turbante lejano y astral, como un vellocino de plata encantador, como una anubarrada presencia de todo lo fugitivo. 


Las nubes han dado siempre mucho que hablar y que soñar. Eso quiere decir que las nubes llevan siempre en sí una especie de música vaga e inconcreta, una plasticidad, que a quien tiene capacidad soñadora le va apuntando cosas y raíces. Todas las cosas son símbolos de otras más altas. Todas las cosas van bien sobre las nubes. Y mirando a la nube que pasa y que no vuelve tenemos la certeza de nuestros días que pasan y que no vuelven. No son un círculo. Las encontramos de nuevo, muy al final, muy cerca del final de la vida, ya en la muerte, que entrega la vida transformados en otra clase de moneda que no se despacha en las ventanillas de los bancos ni tampoco en las expendedurías de las grandes agencias de contratación.


Las nubes pasan. Y apenas si tenemos una idea exacta de esta abstracción, de este irse haciendo y deshaciendo. Las nubes pasan y vuelan, como una cigüeña, como un pájaro blanco que nunca acaba de posar sus alas en la alcándara de la realidad.


Como una nube acaso roja por el fuego de la pasión imagino yo la catarata musical de ‘La vida breve’ de Manuel de Falla. Como una nube que pasa y pasa y se hace y se deshace; se entrevera, nace y muere. La nube es como el símbolo de la fluencia constante. La vida breve significa la condensación de esta limitación que nunca podremos disimular. Vida breve que por una parte se nota en la condensación de nuestros esfuerzos expresionales.

 

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La vida es algo delicioso a lo que no se puede renunciar, porque si no nos refugiaríamos en la nada. Pero la vida breve significa que hay que jugar muy bien la partida de ese ajedrez de la existencia humana. La vida breve y como breviario que es como condensación hay que aprovecharla para producir con ella la obra de transformación del espíritu.


Pasan las nubes y unas veces se parecen a dromedarios que caminan por un lento desierto azul y otras las nubes semejan a extraños continentes de posibles Africas u Oceanías y otras al velamen perdido de un navío. Las nubes pasan, mientras la tierra y los ojos humanos tienen un asidero, un punto de contacto, algo que hace que ellas pasen y nosotros quedemos.


¿Qué le diremos a una nube? No podemos decirle que se haga piedra, que se solidifique, que se haga hierro. Sería cambiar la naturaleza de las cosas. La nube tiene una naturaleza frágil y transparente, tornátil como los pies embrujados de una bailarina las nubes siguen. Y ahí donde se ven intrascendentes y ‘asombrillándonos’ un sol que hasta ahora no es molesto, nos recuerdan las fases de la vida humana. Cuando somos fieles a nuestras posibilidades, la vida despejada, sin una nube. Posteriormente cuando caemos hacia la fosa de la propia incomprensión, entonces la nube oscurece, aunque fuera blanca.

 

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La vida expira. No somos eternos. Es posible que en algún momento más o menos insensato, pero muy humano hayamos pensado que aunque todos los días se producen muertes, a nosotros no nos llegará nunca. La vida tiene tanto arraigo en sí misma que pretendemos ser siempre una excepción. La vida no acaba en una nube. De la nube esperamos siempre beneficios, pero otras veces trae agobios. La nube en verano en tiempo de eras es una catástrofe casi cósmica y desde luego trágica, propia para comentarla en una novela. Muchos trozos de los más importantes de ‘La frontera de Dios’, la novela de José Luis Martín Descalzo, se desarrollan pendientes de una nube. La nube que no llega. Otras la nube que llega y que descarga como una bomba de uranio y que consigue hacer tabla rasa de la vida. La nube es la vida o la muerte, como símbolos. Es la transitoriedad . Como esa nube que acaso solo un fotógrafo ha recogido en la cámara, es la nuestra, nuestra vida que nadie recordará dentro de muy  poco. Unos hombres nos borramos a otros. La memoria es muy limitada y en el archivo de la memoria se van cambiando. Pronto seremos solo esa nube que pasa y que se esfuma. Ya ni siquiera un recuerdo…


…Pasan las nubes, como la vida. Antes de que se consuma sabremos hacer algo útil, muy útil: Amar más profundamente. Y no dejar que los minutos se nos escurran como céntimos, ni como nubes... 

 

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