Está de moda estar feliz
Si me despierto de un sueño angustioso, que todavía sigue palpitando en los párpados, no abro los ojos para impedir que este sueño pase a la realidad del día. Un día más que tengo que inventar, un día más para vivir y que nadie lo puede vivir por mí. Vivo aislada, pero del mundo exterior, de la calle, me llegan algunas señales para guiarme y sé que ahí fuera está de moda estar feliz. Y mi actitud de no abrir los ojos a la realidad del mundo está pasada de moda.
En mi vida hay dos cosas que me han preocupado siempre: quedarme sin dientes y no estar de moda. Lo primero no es tan vigente, dentro de dos días tengo cita con el dentista; lo segundo tengo que vigilar siempre para no despistarme, tengo que buscar encontrar y aprovechar la compañía de gente feliz, aprender de ellos y practicarlo. La felicidad, como los idiomas, hay que practicarla, soy un ser gregario, busco maestros, busco un 'fashian crowd' feliz. Pero a la gente feliz también hay que aportarles algo, hay que prepararse para este encuentro, para que te acojan.
Me pongo delante de un espejo de cuerpo entero y mirando la imagen que el espejo me devuelve digo: “soy una chica estupenda, hay mucha gente que me quiere, la vida es maravillosa, hop, hop, la, la”, hago unos saltitos de baile y vuelvo a mirar la imagen del espejo, por supuesto todo todavía puede ser peor, pero yo siempre miro en dirección 'Hacia Mejor'. Y ahí ni me veo tan estupenda como promete ese ejercicio mental, más bien me siento ridícula, ni tampoco a mi lado hay gente que me quiere, aunque haberlas ailas.
Tengo que ir en busca de estas personas que me pueden querer si me conocen, tengo que encontrar a esa gente que rebosa de felicidad y me la puede engendrar. Me pongo de moda a su lado y me confundo con ellos, pero la frustración ya aparece en casa, en mi armario no veo los colores que marcan la moda de esta primavera: “azul sereniti y rosa cuarzo, ligeros y frescos que reconfortan con un efecto calmante incluso en épocas turbulentas”. Tampoco soy una partidaria de chandalismo fuera de las pistas deportivas. Dicen que este año la lencería toma la calle, qué bien, pero tengo que reconocer que la mía no es tan rebelde, no tengo nada de 'prints floral', ni 'Wax prints africanos', ni siquiera tengo unos 'stikers' o 'smileys' para personificar mis accesorios. Me visto con lo de siempre: Telaci (Plaza de España 9, Astorga) y así, sin ningún camuflaje me lanzo a la ciudad en busca de gente feliz, aunque mi atuendo no es de lo más 'fashion' quiero tener una actitud moderna yendo a tomar un 'brunchs' en el bar Correos.
La primera persona que encuentro en el camino es una amiga-conocida que me gusta siempre encontrar. Tiene un aspecto sano, movimientos equilibrados y mirada viva, ella misma toma la iniciativa para saludarme cruzando la calle: “cómo estás”, pregunta, “mal”, contesto, “tan mal no estás si has llegado hasta aquí”, razona ella, “por qué no tomamos algo?”, trato de agarrarme a su felicidad, “no puedo, he salido de yoga, tengo todas los chacras abiertos y alineados, quiero aprovechar esto para recibir un masaje 'metamorfio', me alegro mucho de verte, cuídate”, se despide.
En el bar Correos tomo el brunchs: una tapa de tortilla de patata y un vino bien estructurado, profundo, con un toque de grosella negra en el paladar y con unas chispas de asterismas al final. Animada por tan excelente maridaje me acerco a un amigo-conocido, de estos hombres que tienen ese je-ne- sais-quoi en el modo de anular el foulard aunque ya está jubilado. Algún tiempo atrás él fue un amigo para compartir algún café o vino hablando de libros y literatura coincidiendo en la opinión que aunque la literatura es la vida la vida no es literatura, también hemos compartido algunas lecturas y depresiones. “Mucho tiempo sin vernos, cómo estás”, pregunta; “mal”, contesto, “qué va, te veo muy bien”, sigue, “¿por qué no tomamos algo juntos?”, me agarro al pasado, “no puedo he estado en 'reiki', tengo todas las energías ordenadas, y voy a tocar un poco el clarinete, sabes, estoy aprendiendo a tocarlo, después voy a clase de inglés, desde que me he jubilado no paro”, “pero cómo estás”, insisto, ”te veo un poco estancado intelectualmente”, comento, “qué va, qué cosas se te ocurren, estoy como nunca”, contesta sin mirarme a los ojos, “estoy también participando en un teatro amateur”, y un poco disgustado se despide de mí “cuídate mucho”.
Miro con esperanza hacia tres mujeres amigas conocidas que entran en el bar muy animadas. No pueden entretenerse conmigo aunque se alegran de verme, han salido del gimnasio y van a una charla sobre las dietas. Todas ya tienen una. Siento apuro el confesar que yo sigo sólo la dieta mediterránea, paso del aceite de oliva virgen a la manteca 'coloraa' que me mandan unos amigos andaluces a cambio de chocolate a la taza de Astorga. Las mujeres se despiden de mí corroborando que me ven bien, como todos los demás. Salen del bar con el paso de gimnastas a la calle.
Entra un grupo de gente desconocida y de género fluído (un día soy una dama con polvos de arroz en la cara y otro un caballero de barba y espada) probablemente ya hay personas que han tomado en serio un mensaje de Alessandro Mieshele de Guchi: “las chicas hoy quieren ser las diosas de la calle y de la ternura, completamente ambiguas”. Supongo que es esto lo que quiere él, ya que han pasado a las pasarelas los hombres ambiguos con el estilo 'gender blending' que trata de suprimir la noción de las fronteras de género. Ya casi tenemos que jugar a la gallinita ciega para adivinar palpando ‘quién es quién’.
El último grupo que ha entrado en el bar es de gente que ha salido a la hora del café de tiendas, oficinas o bancos aledaños. Son indefinidos, neutros, no se puede adivinar si son felices o no, yo no les conozco, ellos a mi tampoco, probablemente es gente que ahora mismo está de moda, son nuevos felices. Salgo del bar y todavía cruzo con la gente de ambos sexos que están dudando entre hacer footing o taller de memoria, todos deseando mantenerse en forma y activos a base de esfuerzo de voluntad. Y mi voluntad para estar feliz como ellos empieza a mermar. En sus ojos y palabras hay una angustia latente porque no han tenido, ni tiempo, ni libertad, ni silencio para descubrir quienes son, sólo quieren estar felices porque estar feliz está de moda.
A mí me sentó bien acercarme a esa gente que quiere estar feliz, no he podido compartir con ellos mi malestar para no perturbar su sentido de bienestar. A lo mejor yo también hago un esfuerzo para estar feliz empezando por hacer 'parkour' por Astorga que es un deporte callejero muy sugerente, pero esto será en un futuro no muy lejano.
De momento seguiré releyendo 'La conjura de los necios', ahí espero aprender ser más tolerante con la gente que se siente feliz y con la otra que lo intente. Yo misma soy feliz sólo que no siempre lo estoy.
Si me despierto de un sueño angustioso, que todavía sigue palpitando en los párpados, no abro los ojos para impedir que este sueño pase a la realidad del día. Un día más que tengo que inventar, un día más para vivir y que nadie lo puede vivir por mí. Vivo aislada, pero del mundo exterior, de la calle, me llegan algunas señales para guiarme y sé que ahí fuera está de moda estar feliz. Y mi actitud de no abrir los ojos a la realidad del mundo está pasada de moda.
En mi vida hay dos cosas que me han preocupado siempre: quedarme sin dientes y no estar de moda. Lo primero no es tan vigente, dentro de dos días tengo cita con el dentista; lo segundo tengo que vigilar siempre para no despistarme, tengo que buscar encontrar y aprovechar la compañía de gente feliz, aprender de ellos y practicarlo. La felicidad, como los idiomas, hay que practicarla, soy un ser gregario, busco maestros, busco un 'fashian crowd' feliz. Pero a la gente feliz también hay que aportarles algo, hay que prepararse para este encuentro, para que te acojan.
Me pongo delante de un espejo de cuerpo entero y mirando la imagen que el espejo me devuelve digo: “soy una chica estupenda, hay mucha gente que me quiere, la vida es maravillosa, hop, hop, la, la”, hago unos saltitos de baile y vuelvo a mirar la imagen del espejo, por supuesto todo todavía puede ser peor, pero yo siempre miro en dirección 'Hacia Mejor'. Y ahí ni me veo tan estupenda como promete ese ejercicio mental, más bien me siento ridícula, ni tampoco a mi lado hay gente que me quiere, aunque haberlas ailas.
Tengo que ir en busca de estas personas que me pueden querer si me conocen, tengo que encontrar a esa gente que rebosa de felicidad y me la puede engendrar. Me pongo de moda a su lado y me confundo con ellos, pero la frustración ya aparece en casa, en mi armario no veo los colores que marcan la moda de esta primavera: “azul sereniti y rosa cuarzo, ligeros y frescos que reconfortan con un efecto calmante incluso en épocas turbulentas”. Tampoco soy una partidaria de chandalismo fuera de las pistas deportivas. Dicen que este año la lencería toma la calle, qué bien, pero tengo que reconocer que la mía no es tan rebelde, no tengo nada de 'prints floral', ni 'Wax prints africanos', ni siquiera tengo unos 'stikers' o 'smileys' para personificar mis accesorios. Me visto con lo de siempre: Telaci (Plaza de España 9, Astorga) y así, sin ningún camuflaje me lanzo a la ciudad en busca de gente feliz, aunque mi atuendo no es de lo más 'fashion' quiero tener una actitud moderna yendo a tomar un 'brunchs' en el bar Correos.
La primera persona que encuentro en el camino es una amiga-conocida que me gusta siempre encontrar. Tiene un aspecto sano, movimientos equilibrados y mirada viva, ella misma toma la iniciativa para saludarme cruzando la calle: “cómo estás”, pregunta, “mal”, contesto, “tan mal no estás si has llegado hasta aquí”, razona ella, “por qué no tomamos algo?”, trato de agarrarme a su felicidad, “no puedo, he salido de yoga, tengo todas los chacras abiertos y alineados, quiero aprovechar esto para recibir un masaje 'metamorfio', me alegro mucho de verte, cuídate”, se despide.
En el bar Correos tomo el brunchs: una tapa de tortilla de patata y un vino bien estructurado, profundo, con un toque de grosella negra en el paladar y con unas chispas de asterismas al final. Animada por tan excelente maridaje me acerco a un amigo-conocido, de estos hombres que tienen ese je-ne- sais-quoi en el modo de anular el foulard aunque ya está jubilado. Algún tiempo atrás él fue un amigo para compartir algún café o vino hablando de libros y literatura coincidiendo en la opinión que aunque la literatura es la vida la vida no es literatura, también hemos compartido algunas lecturas y depresiones. “Mucho tiempo sin vernos, cómo estás”, pregunta; “mal”, contesto, “qué va, te veo muy bien”, sigue, “¿por qué no tomamos algo juntos?”, me agarro al pasado, “no puedo he estado en 'reiki', tengo todas las energías ordenadas, y voy a tocar un poco el clarinete, sabes, estoy aprendiendo a tocarlo, después voy a clase de inglés, desde que me he jubilado no paro”, “pero cómo estás”, insisto, ”te veo un poco estancado intelectualmente”, comento, “qué va, qué cosas se te ocurren, estoy como nunca”, contesta sin mirarme a los ojos, “estoy también participando en un teatro amateur”, y un poco disgustado se despide de mí “cuídate mucho”.
Miro con esperanza hacia tres mujeres amigas conocidas que entran en el bar muy animadas. No pueden entretenerse conmigo aunque se alegran de verme, han salido del gimnasio y van a una charla sobre las dietas. Todas ya tienen una. Siento apuro el confesar que yo sigo sólo la dieta mediterránea, paso del aceite de oliva virgen a la manteca 'coloraa' que me mandan unos amigos andaluces a cambio de chocolate a la taza de Astorga. Las mujeres se despiden de mí corroborando que me ven bien, como todos los demás. Salen del bar con el paso de gimnastas a la calle.
Entra un grupo de gente desconocida y de género fluído (un día soy una dama con polvos de arroz en la cara y otro un caballero de barba y espada) probablemente ya hay personas que han tomado en serio un mensaje de Alessandro Mieshele de Guchi: “las chicas hoy quieren ser las diosas de la calle y de la ternura, completamente ambiguas”. Supongo que es esto lo que quiere él, ya que han pasado a las pasarelas los hombres ambiguos con el estilo 'gender blending' que trata de suprimir la noción de las fronteras de género. Ya casi tenemos que jugar a la gallinita ciega para adivinar palpando ‘quién es quién’.
El último grupo que ha entrado en el bar es de gente que ha salido a la hora del café de tiendas, oficinas o bancos aledaños. Son indefinidos, neutros, no se puede adivinar si son felices o no, yo no les conozco, ellos a mi tampoco, probablemente es gente que ahora mismo está de moda, son nuevos felices. Salgo del bar y todavía cruzo con la gente de ambos sexos que están dudando entre hacer footing o taller de memoria, todos deseando mantenerse en forma y activos a base de esfuerzo de voluntad. Y mi voluntad para estar feliz como ellos empieza a mermar. En sus ojos y palabras hay una angustia latente porque no han tenido, ni tiempo, ni libertad, ni silencio para descubrir quienes son, sólo quieren estar felices porque estar feliz está de moda.
A mí me sentó bien acercarme a esa gente que quiere estar feliz, no he podido compartir con ellos mi malestar para no perturbar su sentido de bienestar. A lo mejor yo también hago un esfuerzo para estar feliz empezando por hacer 'parkour' por Astorga que es un deporte callejero muy sugerente, pero esto será en un futuro no muy lejano.
De momento seguiré releyendo 'La conjura de los necios', ahí espero aprender ser más tolerante con la gente que se siente feliz y con la otra que lo intente. Yo misma soy feliz sólo que no siempre lo estoy.