Delibes
A partir del 4 de mayo podrá accederse libremente en la Red a gran parte de los 14.352 documentos que conforman en archivo de Miguel Delibes después de dos años de trabajo de identificación, organización y digitalización por parte de la Fundación que lleva su nombre. Con este motivo, el autor del presente artículo realiza una semblanza del escritor vallisoletano a partir de dos episodios poco conocidos de su trayectoria.
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Hay un episodio de la vida de Miguel Delibes que quizás no sea demasiado conocido por el gran público pero que, cuando falleció hace ahora seis años, se echó en falta su recordatorio en todo el espacio que entonces le dedicaron los diversos medios. Tal vez sea una historia insignificante y en absoluto la más importante de su biografía, sin embargo, de algún modo, nos deja un retrato bastante fiel del hombre y del escritor.
En septiembre de 1945 veía la luz en Valladolid el primer número de la revista poética Halcón, comandada por Luis López Anglada y Manuel Alonso Alcalde. Editar una revista en aquellos oscuros años de la primera posguerra, incluso de algo tan aparentemente inofensivo como podía ser la poesía, no era tarea nada sencilla. Quien lo intentaba asumía que su publicación sería escudriñada con microscopio por los mismos organismos oficiales que la subvencionaban con el fin de que la Delegación de Prensa y Propaganda del Movimiento pudiera, de alguna manera, controlarla.
Los responsables de Halcón sabían esto y también que la censura se iba a valer del mínimo resquicio legal para cerrar cualquier publicación desafecta a la oficialidad. El caso es que en aquel tiempo, gracias a la intermediación de la poeta Carmen Conde, López Anglada y Alcalde habían tenido acceso a unos textos inéditos de Miguel Hernández entre los que estaban las hermosas ‘Nanas de la cebolla’, que el de Orihuela había dedicado a su hijo. Ellos sabían que publicar poemas de alguien que había fallecido de una penosa tuberculosis en una de las sórdidas prisiones del franquismo unos años antes, en 1942, podría acarrear el cierre de la revista. Por otra parte, sabían también que para obtener el permiso de edición correspondiente, uno de los trámites requeridos por la exhaustiva y vigilante burocracia del régimen era que tenía que estar al frente de la publicación un escritor con el carné oficial de periodista, cosa que ninguno de ellos poseía. Por eso, tuvieron que recurrir a un, entonces joven y anónimo, cronista de El Norte de Castilla y profesor en la Escuela de Comercio llamado Miguel Delibes, quien les cedió generosamente su nombre (a partir del número 6, febrero de 1946) quedando en los trámites oficiales como director, aunque, incluso él mismo lo reconocería modestamente años después, no tuviera nada que ver con aquella publicación. No sé si su intervención fue tan decisiva o no, pero podría decirse que, en cierto modo gracias a su ayuda, en el número 9 de Halcón (mayo de 1946) pudieron ver la luz, ocupando las dos páginas centrales, las ‘Nanas de la cebolla’, con el título de “Nana a mi niño”, y cuatro textos hernandianos más.
![[Img #21701]](upload/img/periodico/img_21701.jpg)
La anécdota –ya lo dije al inicio– puede ser baladí, pero retrata como pocas esa elegante sencillez que siempre caracterizó a Miguel Delibes, esa discreción y esa austeridad, esa “filosofía con los pies en el suelo y repleta de valores éticos”, como recordó en su día Gonzalo Santonja, que también se refleja en su obra y que está asociada a su estirpe castellana. Sin duda el compromiso ético y estético de este autor se muestra en todos sus libros. Cuando escribió La primavera de Praga, uno de los menos conocidos, pero más sorprendentes, viajó al otro lado del ‘telón de acero’ con el fin de mostrar, a través de un supuesto diálogo lleno de ironía con los lectores, la situación de apertura que se estaba viviendo en Checoslovaquia y, de paso, echar abajo muchos tópicos sobre aquella Europa que entonces parecía tan lejana. Su descripción de la libertad que se respira por las calles, en la prensa o en las conversaciones cotidianas parece hecha más en contraste con la situación de su propio país en aquel momento, que conocía demasiado bien, que con la Checoslovaquia anterior a la primavera de Praga. El resultado de aquel viaje comenzó a publicarse, significativamente, en mayo del 68 en la revista Triunfo. Hoy en día merece la pena releer el prólogo al volumen editado por Alianza unos meses después y datado el 22 de agosto de aquel incluso año, justo al día siguiente de la invasión soviética.
![[Img #21700]](upload/img/periodico/img_21700.jpg)
Como nos recordaron los medios en los días de su muerte, Delibes era, como pocos de sus contemporáneos generacionales, el escritor total, tanto en sus crónicas periodísticas como en sus libros de viajes o en sus obras puramente literarias. En todos ellos muestra siempre su irreductible compromiso con los humildes, con los derrotados, con los desfavorecidos... El escritor murió –según él, ya lo había hecho tras la operación de cáncer que superó en 1998–, nos quedan sus obras, el constante reflejo de su concierto con la vida y la literatura.
Hay un episodio de la vida de Miguel Delibes que quizás no sea demasiado conocido por el gran público pero que, cuando falleció hace ahora seis años, se echó en falta su recordatorio en todo el espacio que entonces le dedicaron los diversos medios. Tal vez sea una historia insignificante y en absoluto la más importante de su biografía, sin embargo, de algún modo, nos deja un retrato bastante fiel del hombre y del escritor.
En septiembre de 1945 veía la luz en Valladolid el primer número de la revista poética Halcón, comandada por Luis López Anglada y Manuel Alonso Alcalde. Editar una revista en aquellos oscuros años de la primera posguerra, incluso de algo tan aparentemente inofensivo como podía ser la poesía, no era tarea nada sencilla. Quien lo intentaba asumía que su publicación sería escudriñada con microscopio por los mismos organismos oficiales que la subvencionaban con el fin de que la Delegación de Prensa y Propaganda del Movimiento pudiera, de alguna manera, controlarla.
Los responsables de Halcón sabían esto y también que la censura se iba a valer del mínimo resquicio legal para cerrar cualquier publicación desafecta a la oficialidad. El caso es que en aquel tiempo, gracias a la intermediación de la poeta Carmen Conde, López Anglada y Alcalde habían tenido acceso a unos textos inéditos de Miguel Hernández entre los que estaban las hermosas ‘Nanas de la cebolla’, que el de Orihuela había dedicado a su hijo. Ellos sabían que publicar poemas de alguien que había fallecido de una penosa tuberculosis en una de las sórdidas prisiones del franquismo unos años antes, en 1942, podría acarrear el cierre de la revista. Por otra parte, sabían también que para obtener el permiso de edición correspondiente, uno de los trámites requeridos por la exhaustiva y vigilante burocracia del régimen era que tenía que estar al frente de la publicación un escritor con el carné oficial de periodista, cosa que ninguno de ellos poseía. Por eso, tuvieron que recurrir a un, entonces joven y anónimo, cronista de El Norte de Castilla y profesor en la Escuela de Comercio llamado Miguel Delibes, quien les cedió generosamente su nombre (a partir del número 6, febrero de 1946) quedando en los trámites oficiales como director, aunque, incluso él mismo lo reconocería modestamente años después, no tuviera nada que ver con aquella publicación. No sé si su intervención fue tan decisiva o no, pero podría decirse que, en cierto modo gracias a su ayuda, en el número 9 de Halcón (mayo de 1946) pudieron ver la luz, ocupando las dos páginas centrales, las ‘Nanas de la cebolla’, con el título de “Nana a mi niño”, y cuatro textos hernandianos más.
La anécdota –ya lo dije al inicio– puede ser baladí, pero retrata como pocas esa elegante sencillez que siempre caracterizó a Miguel Delibes, esa discreción y esa austeridad, esa “filosofía con los pies en el suelo y repleta de valores éticos”, como recordó en su día Gonzalo Santonja, que también se refleja en su obra y que está asociada a su estirpe castellana. Sin duda el compromiso ético y estético de este autor se muestra en todos sus libros. Cuando escribió La primavera de Praga, uno de los menos conocidos, pero más sorprendentes, viajó al otro lado del ‘telón de acero’ con el fin de mostrar, a través de un supuesto diálogo lleno de ironía con los lectores, la situación de apertura que se estaba viviendo en Checoslovaquia y, de paso, echar abajo muchos tópicos sobre aquella Europa que entonces parecía tan lejana. Su descripción de la libertad que se respira por las calles, en la prensa o en las conversaciones cotidianas parece hecha más en contraste con la situación de su propio país en aquel momento, que conocía demasiado bien, que con la Checoslovaquia anterior a la primavera de Praga. El resultado de aquel viaje comenzó a publicarse, significativamente, en mayo del 68 en la revista Triunfo. Hoy en día merece la pena releer el prólogo al volumen editado por Alianza unos meses después y datado el 22 de agosto de aquel incluso año, justo al día siguiente de la invasión soviética.
Como nos recordaron los medios en los días de su muerte, Delibes era, como pocos de sus contemporáneos generacionales, el escritor total, tanto en sus crónicas periodísticas como en sus libros de viajes o en sus obras puramente literarias. En todos ellos muestra siempre su irreductible compromiso con los humildes, con los derrotados, con los desfavorecidos... El escritor murió –según él, ya lo había hecho tras la operación de cáncer que superó en 1998–, nos quedan sus obras, el constante reflejo de su concierto con la vida y la literatura.