Catalina Tamayo
Domingo, 01 de Mayo de 2016

A propósito de Charlie Hebdo

Catalina Tamayo, palentina, es una de nuestras colaboradoras habituales en las opiniones de la 'Tercera columna'; licenciada en sociología, ha realizado una tesis sobre la vida en el laboratorio y la construcción de la verdad. Es una mujer proteica y gusta de travestirse con los ropajes de esa multiplicidad que defiende. Aquí mismo manifiesta que "como dijo el endemoniado a quien Jesús exorcizó, cada uno de nosotros somos legión".
En este artículo realiza una reflexión de lo que todavía puede significar la racionalidad heredera de la ilustración, ante los intentos de los fanáticos de imponer su verdad única.  

 

El problema del mundo es que los locos  y los fanáticos están siempre llenos de certezas mientras que los sabios están llenos de dudas

Bertrand Russell

 

[Img #21703]

 

Lo de Charlie Hebdo, aunque hace ya tiempo que sucedió, a mí aún me sigue dando que pensar. Los yihadistas atentaron en enero de 2015 contra este medio de comunicación francés porque había publicado caricaturas de Mahoma. Ante este hecho terrible, que tuvo como resultado la muerte de varios dibujantes, se creó el coro 'Yo soy Charlie'. Pero en Occidente no todos se sintieron Charlie y hubo quienes no se sumaron a él. Desde algunos sectores de la izquierda, atormentados por un sentimiento de culpabilidad, salieron voces como “algo habremos hecho” o “más mata Occidente con sus bombardeos”.

 

Tampoco una parte de la iglesia católica quiso unirse a ese coro. Despechada con este semanario, porque también había publicado otras caricaturas, como la de Benedicto XVI sodomizando a niños, alegó, tras condenar el atentado, que con las caricaturas de Mahoma se había ofendido a la comunidad musulmana; por ejemplo, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, escribió por aquellos días de la tragedia: “Yo solo soy cristiano. Por eso condeno esta matanza, al tiempo que leo con agrado a los que tienen la lucidez de condenar los execrables atentados que han acabado con estas vidas, y tienen la libertad de denunciar también la violencia que entraña siempre el insulto, el desprecio, la mofa, la ridiculización, la blasfemia, todo lo que injustamente hiere hasta la ofensa a los sentimientos y las creencias de las personas que los tienen y las profesan, porque esto a su modo también es violencia”. Entre esos que monseñor lee con agrado está un artículo, publicado también por entonces en otra revista francesa, L’homme nouveau, que, frente al eslogan 'Yo soy Charlie', dice: “Yo no soy Charlie: la libertad de expresión y la libertad de prensa no dan derecho a insultar, despreciar, blasfemar, a pisotear o burlarse de la fe o de los valores de los ciudadanos, ni a atacar de modo sistemático a las comunidades musulmanas o cristianas… Yo no soy Charlie, pero soy cristiano. No he pensado ni por un solo instante que tenían que morir, o que habían encontrado lo que merecían. Paz a sus almas y que Dios les acoja, si ellos quieren, en su misericordia. Pero yo no soy Charlie”.

 

Seguramente, muchos musulmanes se sintieron ofendidos con la publicación de las viñetas de Mahoma. Pero estas viñetas no son más que una crítica a la religión musulmana; solo que a algunos cuando se les critica se ofenden y se toman la crítica como un insulto, incluso como un ataque violento. Ciertamente, a nadie le gusta que le critiquen. Pero, claro, no se puede dejar de criticar ni de hacer pública la crítica por temor a que alguien se sienta ofendido. Porque la crítica, aunque no agrade, es lo que impide caer en el dogmatismo, lo que hace mejorar las cosas, lo que nos hace avanzar. En realidad, el atentado contra Charlie Hebdo fue un atentado contra la crítica, contra el pensamiento crítico-racional. Este pensamiento es el fundamento mismo de la cultura de Occidente. Sin él no habría ciencia ni democracia; no podríamos viajar de esta manera tan rápida y tan cómoda, comunicarnos con esta inmediatez o curarnos de ciertas enfermedades y alargar nuestra vida hasta límites que no hace tanto eran inimaginables. No seríamos ciudadanos, sino que seguiríamos siendo súbditos. Entonces, tampoco podríamos elegir a nuestros gobernantes ni convivir conforme a leyes que nosotros mismos nos hemos dado. De ninguna manera nos estaría permitido vivir como nos diera la gana. Nuestro mundo no sería como es ni nosotros viviríamos como vivimos.

 

Pero parece que algunos no acaban de darse cuenta de esto y no ven que con este atentado y otros similares se está queriendo destruir eso mismo que les permite vivir como viven. Otros, en cambio, sí se dan cuenta, solo que les agrada que ese pensamiento crítico racional salte por los aires, y todo porque, como no ha cumplido sus promesas, entienden que ha fracasado y que es hora de que sea reemplazado por algo mejor. Entre estos, están los fundamentalistas católicos. Para ellos la razón crítica no ha cumplido su promesa de realizar en esta vida ese paraíso que las religiones prometen para la otra; pues, a su juicio, no solo no ha suprimido la pobreza, la injusticia o la desigualdad, sino que además ha generado otros nuevos males como el deterioro del medio ambiente, el riesgo casi inminente de una guerra nuclear que pondría fin a todo y –cómo no– el relativismo que nos aboca a la degradación moral del 'todo vale'.

 

[Img #21706]

 

El incumplimiento de esta promesa ha producido, sobre todo en quienes más padecen estos males, sentimientos de frustración, desencanto, incertidumbre y miedo. No se puede negar –es verdad– que son muchos los que tienen la sensación de naufragio, de ir a la deriva o de haber quedado ya varados. Ante esta situación, algunos, como Heidegger, proclaman con la desesperación de un no creyente el apocalipsis: “Solo un dios nos puede salvar”. En cambio, los fundamentalistas católicos responden con la certidumbre de la religión y dicen que “solo Dios nos puede salvar y nos salvará”. Este fundamentalismo, ante su consideración del fracaso del pensamiento crítico, propone la religión como solución. De esta manera, para algunos católicos las opiniones que la Iglesia católica tiene sobre sexualidad, matrimonio, anticoncepción, aborto, eutanasia, manipulación genética, pornografía y educación han de convertirse en leyes del Estado, obligando a su cumplimiento a todos los ciudadanos, tanto a sus creyentes como a los creyentes de otras religiones y a los no creyentes.

 

Esta obligatoriedad se justifica en el argumento que recurre a Dios y dice que es obligatorio obrar así porque “Dios lo quiere”. Pero este argumento, que es válido para los que creen en Dios, como los católicos, sin embargo, no lo es para los que creen en otro dios o no creen en ningún dios. A quien no cree en este Dios le resulta imposible reconocer este argumento como correcto. Entonces, ¿qué ocurre con aquellos que no comparten estas opiniones y no creen en la existencia de Dios? Pues, o se les impone la obligatoriedad o se busca otra justificación

 

La primera solución ya no parece acertada para estos nuevos tiempos. Así que lo que se hace es recurrir a otro argumento: el argumento de la naturaleza. Este argumento dice que todos –católicos, fieles de otras religiones y no creyentes– estamos obligados a ajustarnos a estas leyes porque estas leyes son leyes naturales y no cumplirlas no solo sería ir contra la voluntad de Dios sino también contra la misma naturaleza. Por ejemplo, la ley antiabortista ha de regir para cualquier hombre, independientemente de sus convicciones religiosas, ya que es una ley natural, y si alguien, infringiéndola, practicara el aborto, estaría realizando un acto no solo herético sino contra natura, que lo pondría en conflicto con la Iglesia pero también fuera de la colectividad humana. De esta manera, la naturaleza se convierte en criterio de moralidad: lo bueno es vivir conforme a la naturaleza y lo malo es desviarse de ella.

 

[Img #21704]

 

Pero ¿qué es la naturaleza? Lo que es la naturaleza no lo determinan los individuos sino la Iglesia, que se ha erigido en la única instancia autorizada para definir lo que es natural y lo que no. La iglesia determina que la ley natural es la verdad objetiva que Dios mismo al crearnos ha grabado en nuestros corazones. El resultado es que la ley natural coincide con la ley divina: lo natural es la voluntad de Dios. Pero ¿qué es lo que Dios quiere? Eso solo lo sabe la Iglesia porque únicamente sus autoridades cuentan con la llave que permite acceder a la voluntad divina. De esta manera, en el fondo el argumento de la naturaleza se reduce al argumento de Dios: porque “Dios lo quiere”. Con lo cual, la iglesia, al pretender convertir sus opiniones morales en leyes positivas, está pretendiendo imponer un catolicismo a los que tienen otras creencias religiosas y a los que no creen, porque estos, puesto que no creen en Dios, no pueden reconocer como válido el argumento con el que trata de justificar esa conversión. Esta imposición anula la libertad de conciencia entendida como libertad de opinión, lo cual resulta inadmisible en el marco de la democracia liberal.

 

Por esta razón, frente a este fundamentalismo católico, se propone preservar el pensamiento crítico-racional, que, si bien no ha cumplido todo lo que prometió, algo sí ha cumplido, pues el mundo es manifiestamente mejor de lo que era, y todavía puede cumplir más, aunque seguramente no todo, ya que la imperfección va implícita en la condición humana. Este pensamiento pretende crear un espacio público en el que creyentes de una y otra religión y no creyentes pueden exponer libremente sus propias opiniones para ser sometidas al examen crítico de la razón, donde solo cuentan los argumentos racionales, porque son los únicos a los que todos, puesto que todos tienen la facultad de razonar, pueden acceder y ver si son o no correctos, independientemente de la religión que profesen.

 

[Img #21705]

 

Es en este espacio de la crítica y de la libertad, que define tan bien esa declaración de Voltaire que dice: “Detesto tu  opinión, pero pelearé con todas mis fuerzas para que tengas derecho a expresarla”, donde es posible que cualquiera pueda profesar la religión que quiera y no es posible que una determinada religión imponga sus opiniones a los que profesen otras religiones o no crean en ninguna. Por esto, y por otras razones ya aducidas, yo sí digo: 'Yo soy Charlie'. Ser Charlie me permite ser más cosas: cristiano, por ejemplo. Pero yo no soy solo cristiano, soy también otras cosas, porque, como dijo el endemoniado a quien Jesús exorcizó, cada uno de nosotros somos legión.  Así, soy cristiano y soy Charlie, las dos cosas a la vez. Charlie es la garantía de que cualquiera pueda ser cristiano, o judío, o musulmán, o hindú, o ateo, y de que nadie esté obligado a ser lo que no quiere ser. De que todos podamos convivir siendo lo que cada uno quiere ser. 
 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.