Javier Domingo Martín
Martes, 17 de Mayo de 2016

Cervantes "en el pico de la lengua"

"El Quijote de Cervantes vive en los detalles" es una de las frases que siempre recordaré de las clases de literatura española del siglo XVII. Y es, quizá, una de las claves para entender su pervivencia hasta este IV centenario de la muerte de su autor. Más allá de una serie de episodios icónicos, bien conocidos tanto por sus lectores como por los afortunados que todavía no se han acercado a esta gran obra —todavía pueden vivir una primera lectura (Rico dixit)— el Quijote es una novela que se disfruta en sus recovecos. En ese caminar pausado del hidalgo y su escudero que conforma una defensa, mucho más que de la libertad (uno ya está un poco cansado de que se cite el famoso párrafo), del diálogo como modo de estar en el mundo, en cuanto que nos acerca a los demás.

 

Por eso, uno de mis momentos preferidos es aquel en que, tras haber llegado a un alto grado de cercanía, gracias a la acción del miedo y el humor en la aventura de los batanes, don Quijote no puede más que decirle a Sancho:

 

"Y está advertido de aquí adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado conmigo: que en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mía: tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en más".

 

El escudero obedece, y prosiguen su camino. Pero el Quijote es, ante todo, la novela del diálogo, y sus personajes no pueden permanecer callados demasiado tiempo. Así, finalmente, Sancho no se contiene más y explota:

 

"Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? Que después que me puso aquel áspero mandamiento del silencio se me han podrido más de cuatro cosas en el estómago, y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querría que se mal lograse". 

 

En un poema de Juan Luis Panero —'Tema de amor y lluvia o carta a la amada móvil', incluido en el libro de 1975 Los trucos de la muerte, afirmaba: "“Ámame japonesa”, escribió Rubén (antes de su centenario)". Señala al vuelo, con la ironía de la que casi siempre van teñidos sus paréntesis, esa tendencia nuestra al centenario, a la celebración a partir de ese criterio arbitrario de la cronología.

 

Ciertamente, tiene algo de absurdo, sobre todo cuando los homenajeados son los políticos que organizan el evento y no los propios autores y sus obras. Pero no siempre es negativo, claro. En ocasiones se organizan actos que de verdad tienen como centro el texto literario o, al menos, que sirven para indagar en él, para subrayar la importancia de ciertos autores y que posibles nuevos lectores se interesen por ellos. Actos centrados en el diálogo y planteados desde el entusiasmo que debe suponer una conversación sobre una de las cumbres de nuestra literatura, para que nada se nos quede, como a Sancho, "en el pico de la lengua".

 

 

 

 

 

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