La juventud de Cordero en Santiago de Millas (II)
Continuación de la visita del obispo Guillermo Martínez Riaguas, obispo de Astorga de 1819 a 1824, a Santiago de Millas y la posible conversación que trabó con el maragato Cordero acerca del modo de administrarse la parroquia
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Pero ahora el Maragato recordaba y comentaba luego con el obispo el aire de sermón que dijo por dos veces en Santiago de Millas, en la Parroquial y en San Miguel:
- Los curas no deben dejar de predicar sino es por el tiempo del verano. Entonces sí, la misa puede ser una ‘misilla’. Pero la misa del pueblo ha de ser bien explicoteada de evangelio. Y antes de misa a confesar un rato largo. Es más, en domingos y festivos, en el adviento y por la cuaresma hasta el cumplimiento pascual, el cura de Santiago de Millas o sus vicarios darán a conocer la doctrina cristiana. Los feligreses se situarán en dos filas una de varones y otra de mozas y niñas. No dejar el rosario para antes o después y para esto concedo indulgencias.
El Maragato contestaba:
- Nosotros en lo que podemos evitamos la murmuración en el filandón y en las casas de trasnoche y como vuestra reverencia quiere rezamos el rosario en familia, casi como de real orden y enseñamos diariamente, como usted ha dicho “los padres a los hijos, los amos a sus criados, los tutores y los curadores a sus pupilos”. Lo hacemos en el tiempo de invierno. Claro que sobre todo nuestras mujeres, porque nosotros ya sabe, siempre por caminos, ventas y a ‘limpiacaballo’.
- Dígame si no hay libertad excesiva ahora. Mismamente eso de dormir personas de distinto sexo en la misma habitación, no siendo marido y mujer y los niños, mismamente. Habría que utilizar hasta el brazo secular para que no corran los abusos de cohabitación marital entre los que solo son esposos por palabras de futuro. ¿Qué me dice de los impedimentos ocultos, aquí entre ustedes donde casi todos son familiares y hasta la ignorancia de los necios que acuden al matrimonio? Tengo que mandar un cura que corrija todo esto que me duele. Si es que el mal es para ellos. Sí, muchos listos, pero esos ‘babosillos’ que vimos ¿qué?
El maragato asentía en parte, mientras volvían en la tatartana hacia el pueblo. Tras un silencio Don Guillermo continuaba al tiempo que el reverbero de la amatista seducía al Maragato.
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-No, no. El párroco no debe de permitir las sales picantes en las bodas. ¡Es que hay cada cantecillo en las bodas!
-No es para tanto señor obispo.
-¿Qué me dices de las supersticiones y de la entrada en la habitación de los novios el día de bodas, para llevarles alimento por si estuvieran exhaustos . ¡Sí es que todo eso es escándalo!
Cordero se quitaba su sombrero de maragato. Le ampliaban las bragas:
-No es para tanto como usted dice, que yo me casé hace siete años y no creo que fuera para tanto. Ahora que si usted lo ve así póngalo en el acta de la visita.
El obispo Guillermo veía como apuntaba la primavera en los negrillos del regato.
- Lo de la muerte lo hacen bien. El testamento, las palabras mejores, la campanilla de la extremaunción por la calle, el nombre de María la Virgen. Pero dígame ¿Usted cree que el sacristán o el mayordomo de la parroquia barren la sacristía una vez por semana?
- Eso deberían hacerlo las chicas, pero yo recuerdo que mi madre lo hacía, Don Guillermo. Estoy de acuerdo en lo que dice de las cortinillas interior y exterior del sagrario. Se las regalo a la iglesia. También es una charrería el que las hostias tengan tantos dibujos y filigranas, con una cruz le basta y sobra, como dice su señoría. Y su forma que sea redonda y no cuadrada y la renovación del santísimo habrá de hacerse cada ocho días en verano y cada quince en invierno.
Luego el obispo tartaneando seguía platicando de la lámpara del sacramento y de los subsidios para encenderla.
- ¿Qué me dice de los clérigos? Anda cada cual vestido como le place. Y lo que hay que conseguir es que asistan a los divinos oficios y a las conferencias morales. Y los ve usted en bailes y en bodas que no son de sus parientes. Y otras veces en las tabernas y mercados: “Mel ab ore profluit, mens est plena fellis ; non est totum melleum, quod est instar mellis…” Hay algunos que guardan en casa mujeres sospechosas y les mando que los clérigos no vayan con mujeres desde el mercado a casa y menos que estén juntos en el mercado o feria. ¿Qué me dice usted de los libros parroquiales y de las cofradías? Ni cuentas se han hecho desde hace siete años. Estono puede seguir así, amigo Alonso Cordero; tendré que mandar un cura que lo subsane y haga de Santiago de Millas una patena.
- Se lo agradeceremos mucho nosotros, sobre todo los que andamos errantes por la piel del toro de España adelante. ¿Saben ustedes los foros, los bienes muebles, los censos que tienen? Quizá en lo que más hincapié ha hecho usted hoy ha sido en las representaciones de obras escénicas un tanto abusivas por obscenas o en las palabras revolucionarias. La verdad es, señor Obispo, que yo quisiera saber en que podríamos servirle. Uno sabe algo de cuentas.
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- Mire, en cuanto mande a Don Patricio, usted y el señor Celada y algún otro a ver si le ayudan a toda la mano. Es muy buen cura, inteligente e instruido. Por lo que toca a cuanto hemos visto, he advertido que tanto las imágenes de nuestra Señora de la Asunción, en el altar mayor, La Virgen del Carmen, Santa Bárbara, Santa Lucía son tan buenas tallas que con los alamares que las han cubierto las estropean. Por tanto, convencer al pueblo de que hay que quitarles esas ropas y mantenerlas limpias de polvo en su talla. Los dijes y corales de la Virgen del Rosario a venderlos, que buena falta harán sus dineros para otras cosas, como un vestido nuevo porque es de palitroque. Y que su retablo se asee y se levante hermoso. En cuanto a la imagen de Santa Ana es demasiado fea como para que continúe en el altar de San Ramón. Por tanto a enterrarla que es lo justo.
- Pero hay otros que…
- Sí, sí querido joven amigo. Ya sé, sin ir más lejos el Santo Cristo pequeño del Barrio de Arriba y el Santo ese que vimos ahora y cuyo nombre desconocemos, al cementerio igualmente.
- Usted cree que nuestro gusto es definitivo. ¿Y si aquello fuera demasiado bueno para que usted y yo nos equivoquemos? Bueno, lo que usted diga. Claro que el san Miguel del Barrio de Abajo.
- Evidentemente, adecentar y limpiar el altar, dorar por dentro el sagrario, encortinillarlo, forrar de lienzo el ara, doble sabanilla y mandar retocar la cara de Santo Tirso y echarle mano al manco de Santo al manco de Santo Domingo y componer el techo de la sacristía. También la ermita de San Pedro de ese mismo barrio y para evitar desórdenes que no se celebren misas siempre que hubiere más gente que la que pueda caber en el interior. Porque últimamente ha sido un escándalo. ¿Para qué más de tres lámparas? Aquello parece el palacio de Dolmabahçe, con la lámpara el Cristo, la del Rosario, la del Santísimo, y además colocadas sin cuidado, de manera que pingan y estropean los vestidos de quienes acuden al templo, que de eso se han quejado. Habrá que hacer también un solemne entierro general de todos los huesos del osario. Usted con Don José Bardón ha de tratar de poner las cuentas al día desde el año 1814. Son demasiados años de incuria, caramba. Mejor cuando venga el párroco antes de cuatro meses.
Al fin se despidieron. El Maragato se quitó el sombrero y en su cintura se leía ‘viva mi dueño’. Fue a ver a sus niños y a darles un beso. Había que salir a escape monte arriba hacia Santiago de Compostela.
Pero ahora el Maragato recordaba y comentaba luego con el obispo el aire de sermón que dijo por dos veces en Santiago de Millas, en la Parroquial y en San Miguel:
- Los curas no deben dejar de predicar sino es por el tiempo del verano. Entonces sí, la misa puede ser una ‘misilla’. Pero la misa del pueblo ha de ser bien explicoteada de evangelio. Y antes de misa a confesar un rato largo. Es más, en domingos y festivos, en el adviento y por la cuaresma hasta el cumplimiento pascual, el cura de Santiago de Millas o sus vicarios darán a conocer la doctrina cristiana. Los feligreses se situarán en dos filas una de varones y otra de mozas y niñas. No dejar el rosario para antes o después y para esto concedo indulgencias.
El Maragato contestaba:
- Nosotros en lo que podemos evitamos la murmuración en el filandón y en las casas de trasnoche y como vuestra reverencia quiere rezamos el rosario en familia, casi como de real orden y enseñamos diariamente, como usted ha dicho “los padres a los hijos, los amos a sus criados, los tutores y los curadores a sus pupilos”. Lo hacemos en el tiempo de invierno. Claro que sobre todo nuestras mujeres, porque nosotros ya sabe, siempre por caminos, ventas y a ‘limpiacaballo’.
- Dígame si no hay libertad excesiva ahora. Mismamente eso de dormir personas de distinto sexo en la misma habitación, no siendo marido y mujer y los niños, mismamente. Habría que utilizar hasta el brazo secular para que no corran los abusos de cohabitación marital entre los que solo son esposos por palabras de futuro. ¿Qué me dice de los impedimentos ocultos, aquí entre ustedes donde casi todos son familiares y hasta la ignorancia de los necios que acuden al matrimonio? Tengo que mandar un cura que corrija todo esto que me duele. Si es que el mal es para ellos. Sí, muchos listos, pero esos ‘babosillos’ que vimos ¿qué?
El maragato asentía en parte, mientras volvían en la tatartana hacia el pueblo. Tras un silencio Don Guillermo continuaba al tiempo que el reverbero de la amatista seducía al Maragato.
-No, no. El párroco no debe de permitir las sales picantes en las bodas. ¡Es que hay cada cantecillo en las bodas!
-No es para tanto señor obispo.
-¿Qué me dices de las supersticiones y de la entrada en la habitación de los novios el día de bodas, para llevarles alimento por si estuvieran exhaustos . ¡Sí es que todo eso es escándalo!
Cordero se quitaba su sombrero de maragato. Le ampliaban las bragas:
-No es para tanto como usted dice, que yo me casé hace siete años y no creo que fuera para tanto. Ahora que si usted lo ve así póngalo en el acta de la visita.
El obispo Guillermo veía como apuntaba la primavera en los negrillos del regato.
- Lo de la muerte lo hacen bien. El testamento, las palabras mejores, la campanilla de la extremaunción por la calle, el nombre de María la Virgen. Pero dígame ¿Usted cree que el sacristán o el mayordomo de la parroquia barren la sacristía una vez por semana?
- Eso deberían hacerlo las chicas, pero yo recuerdo que mi madre lo hacía, Don Guillermo. Estoy de acuerdo en lo que dice de las cortinillas interior y exterior del sagrario. Se las regalo a la iglesia. También es una charrería el que las hostias tengan tantos dibujos y filigranas, con una cruz le basta y sobra, como dice su señoría. Y su forma que sea redonda y no cuadrada y la renovación del santísimo habrá de hacerse cada ocho días en verano y cada quince en invierno.
Luego el obispo tartaneando seguía platicando de la lámpara del sacramento y de los subsidios para encenderla.
- ¿Qué me dice de los clérigos? Anda cada cual vestido como le place. Y lo que hay que conseguir es que asistan a los divinos oficios y a las conferencias morales. Y los ve usted en bailes y en bodas que no son de sus parientes. Y otras veces en las tabernas y mercados: “Mel ab ore profluit, mens est plena fellis ; non est totum melleum, quod est instar mellis…” Hay algunos que guardan en casa mujeres sospechosas y les mando que los clérigos no vayan con mujeres desde el mercado a casa y menos que estén juntos en el mercado o feria. ¿Qué me dice usted de los libros parroquiales y de las cofradías? Ni cuentas se han hecho desde hace siete años. Estono puede seguir así, amigo Alonso Cordero; tendré que mandar un cura que lo subsane y haga de Santiago de Millas una patena.
- Se lo agradeceremos mucho nosotros, sobre todo los que andamos errantes por la piel del toro de España adelante. ¿Saben ustedes los foros, los bienes muebles, los censos que tienen? Quizá en lo que más hincapié ha hecho usted hoy ha sido en las representaciones de obras escénicas un tanto abusivas por obscenas o en las palabras revolucionarias. La verdad es, señor Obispo, que yo quisiera saber en que podríamos servirle. Uno sabe algo de cuentas.
- Mire, en cuanto mande a Don Patricio, usted y el señor Celada y algún otro a ver si le ayudan a toda la mano. Es muy buen cura, inteligente e instruido. Por lo que toca a cuanto hemos visto, he advertido que tanto las imágenes de nuestra Señora de la Asunción, en el altar mayor, La Virgen del Carmen, Santa Bárbara, Santa Lucía son tan buenas tallas que con los alamares que las han cubierto las estropean. Por tanto, convencer al pueblo de que hay que quitarles esas ropas y mantenerlas limpias de polvo en su talla. Los dijes y corales de la Virgen del Rosario a venderlos, que buena falta harán sus dineros para otras cosas, como un vestido nuevo porque es de palitroque. Y que su retablo se asee y se levante hermoso. En cuanto a la imagen de Santa Ana es demasiado fea como para que continúe en el altar de San Ramón. Por tanto a enterrarla que es lo justo.
- Pero hay otros que…
- Sí, sí querido joven amigo. Ya sé, sin ir más lejos el Santo Cristo pequeño del Barrio de Arriba y el Santo ese que vimos ahora y cuyo nombre desconocemos, al cementerio igualmente.
- Usted cree que nuestro gusto es definitivo. ¿Y si aquello fuera demasiado bueno para que usted y yo nos equivoquemos? Bueno, lo que usted diga. Claro que el san Miguel del Barrio de Abajo.
- Evidentemente, adecentar y limpiar el altar, dorar por dentro el sagrario, encortinillarlo, forrar de lienzo el ara, doble sabanilla y mandar retocar la cara de Santo Tirso y echarle mano al manco de Santo al manco de Santo Domingo y componer el techo de la sacristía. También la ermita de San Pedro de ese mismo barrio y para evitar desórdenes que no se celebren misas siempre que hubiere más gente que la que pueda caber en el interior. Porque últimamente ha sido un escándalo. ¿Para qué más de tres lámparas? Aquello parece el palacio de Dolmabahçe, con la lámpara el Cristo, la del Rosario, la del Santísimo, y además colocadas sin cuidado, de manera que pingan y estropean los vestidos de quienes acuden al templo, que de eso se han quejado. Habrá que hacer también un solemne entierro general de todos los huesos del osario. Usted con Don José Bardón ha de tratar de poner las cuentas al día desde el año 1814. Son demasiados años de incuria, caramba. Mejor cuando venga el párroco antes de cuatro meses.
Al fin se despidieron. El Maragato se quitó el sombrero y en su cintura se leía ‘viva mi dueño’. Fue a ver a sus niños y a darles un beso. Había que salir a escape monte arriba hacia Santiago de Compostela.