Mercedes Unzeta Gullón
Miércoles, 01 de Junio de 2016

Los premios

Me atrevo a comentar algo sobre los premios tomando como referencia el pensamiento de Samuel Yebra sobre un premio periodístico.

 

Hace tiempo que los premios ya no son premios, son concesiones, son compensaciones dados por conveniencias. Ya sean periodísticos, literarios, o de cualquier otra materia, los premios perdieron hace mucho tiempo su verdadera esencia, aquella de ser un galardón por ‘la cosa bien hecha’.

 

La desvirtualización de los premios en el mundo se incorporó al ritmo de la vida cuando desaparecieron del planeta la mayoría de los valores de la sociedad que mantenían su equilibrio y su dignidad como sus códigos de rectitud personal y su intachable sentido del deber,  y nuevas fuerzas transformadoras entraron con ímpetu  para instalarse sin compasión. La primera mitad del siglo XX,  con sus dos grandes guerras, acabaron con lo bueno y lo malo del pasado y aportaron, entre otras muchas cosas, dos fieros impulsos al espíritu del ser humano: la ambición y el arribismo.

 

El mundo se cubrió de gente sin personalidad y la ambición, de cualquier tipo, sobre todo económico y de influencia, personal o institucional, se instaló con una determinación inamovible de crecimiento sin límites.  A partir de entonces ha avanzado en intensa progresión el ‘todo vale’ en aras del rédito.

 

Los más prestigiosos premios literarios de este país (e imagino de todos los países) son concertados de antemano e incluso encargados para ese fin dependiendo de si interesa un hombre o una mujer en ese momento social determinado, de si interesa un tema u otro dependiendo de la oportunidad de la utilización popular…, en ningún momento el premio es dado por la valía literaria. La editorial da premios no por su carácter altruista, ni por descubrir nuevos valores, no, que nadie sea tan ingenuo. Las editoriales dan premios pensando en la repercusión mediática y en que van a recuperar con creces el dinero invertido en el susodicho premio. Prima la estrategia del márketing ante el valor de la calidad, y, por supuesto, la ganancia.

 

Y siguiendo por ese camino. Ni los Oscars, ni los Nobel están exentos de una carga de interés. Siempre hay un país que interesa favorecer o una multinacional que oprime sus tentáculos para acaparar mercado y aumentar sus ya inmensos beneficios.

 

Así que, teniendo en cuenta este panorama internacional de premios y premiados, no es de extrañar, aunque a algunos nos escandalice siempre y a pesar de todo, que a nivel doméstico se reproduzcan los mismos parámetros de funcionamiento: “el premio se lo doy a quien yo quiera”, y, además, tengo el descaro de notificarlo.  Esta actitud entra dentro de esos alarmantes valores que irrumpieron el siglo pasado y que van prosperando y engordando los grises espíritus bizantinos. Podríamos referirnos a la mayor parte de la humanidad.

 

Ya no existe el pudor, ni la vergüenza de exponerse al público. Sólo cuenta si llego más alto o me quedo en el camino. Si soy más hábil que el otro o me gana el otro porque ha sido más zorro que yo.

 

Así las cosas sólo una catástrofe como la que acabó con los dinosaurios podría restablecer el equilibrio de maneras impecables.

 

Oh tempora Oh mores

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