Mª Jesús Fernández Cordero
Viernes, 03 de Junio de 2016

Violetas a los tejados

La semana pasada se presentaba en la Comunal del Val de San Lorenzo el libro de narraciones 'Violetas a los tejados' cuya autora es María José Cordero. En ella participaron María Jesús Fernández y Luis Miguel Alonso. Esther González, que leyó 'Las cosas que se mueven', uno de los relatos y Juan José Collado que acompañó a la guitarra las lecturas y las coplas que María José tuvo a bien interpretar.
Publicamos ahora la sugerente intervención de María Jesús Fernández que nos abre vías y genera puentes para una lectura atenta

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Muchas gracias, Mª José, por confiar en una simple lectora como yo para presentar tu libro. Un libro que consta de 28 relatos; hoy estamos a 28 de mayo y quien les habla nació un día 28… ¿Hay quien dé más? Por supuesto que sí, estarán pensando algunos: '¡Hoy, precisamente hoy, el mundo se para porque la champions se viene a Madrid!' Y los que aplaudimos, además y sobre todo, el ‘talante cervantino’, celebramos que el reloj, sin duda encantado, nos haya reservado un hueco para los amantes de la palabra como arte. Un hueco con prólogo y epílogo, como el libro de Mª José; un espacio en una tarde plena como la de hoy, que se abrió en Los Alpes con una etapa decisiva del Giro y se rematará con la final entre los dos grandes equipos madrileños. Miguel Torga debe de estar bendiciendo tanta confluencia de vida sin fronteras, ni geográficas ni mentales, tan buena concordia entre lo local y lo universal.

 

Así que, ¡pongámonos manos a la obra! Prestemos atención al continente antes de penetrar en los tesoros que envuelve. De inmediato nos reciben tres representantes de la cortesía, con un rasgo común: la delicadeza y la capacidad sugeridora. Eso percibimos en la acuarela de Luis Miguel Alonso Guadalupe, en el título ‘Violetas a los tejados’ y en la exquisita suavidad que nos regala este libro cuando lo tenemos entre las manos; un regalo añadido tan grato y cargado de silenciosa elocuencia que llevaría al propio Bill Gates a reafirmarse aún más en su paradójica preferencia por el libro en papel.

 

Pues bien, en feliz armonía, las tres presencias parecen decirnos: “Adelante, pasad y sentíos como en vuestra casa”. Y es que el halo de misterio que las envuelve se complementa con una promesa de abierta y sorprendente pluralidad, tanto en temas y enfoques como en estilo; vamos a encontrarnos con un empleo del idioma polifacético y acomodado a los diversos contenidos: sutil, ingenioso, humorístico, poético, delicado, ágil, sosegado, irónico, inmediato, sugestivo…

 

 

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Mª José lanza violetas a los tejados y yo me atreveré a trazar puentes; pero lo haré, como diría Berceo, “en román paladino” (recuerden: no soy más que una lectora).

 

¿Y de qué puentes estoy hablando? Aplazaré un poco la respuesta, porque quizás sea éste el momento adecuado para insertar una información complementaria y relacionada no con el libro en sí, sino con su creadora, Mª José Cordero López. Y es que considero necesario e interesante que se conozcan, al menos, dos de las orillas que acompañan al río de su vida; orillas permanentemente comunicadas, porque Mª José se encarga de que el puente que las une soporte, gozoso, un tránsito fluido e incesante: si se lleva tan bien con la música como con la palabra, se debe no sólo a una cuestión vocacional, sino a los estudios que realizó tanto de Música como de Periodismo; estudios que realizó y completó. Se trata de dos lenguajes que, en el caso de Mª José, se mantienen fecundamente hermanados y en un continuo y feliz afán de enriquecimiento mutuo. Ello explica, por ejemplo, que sea capaz de trasladar a Platero desde Moguer hasta Ponferrada para que sus alumnos del Conservatorio disfruten con él; y, gracias a su capacidad creadora, versificar y musicalizar momentos especiales de la obra juanramoniana que los niños, encantados, llevarán al escenario.

 

Esa misma confluencia entre palabra y música explica que consiga compenetrarse con la poesía de Panero, Gelman, Pereira, Gamoneda, Valente o Neruda y enriquecerla con versiones musicales por ella compuestas.

Y ahora sí, ahora puedo, si lo desean, guiarlos por algunos de los puentes que la lectura del libro me ha sugerido. Cada puente nos llevará desde una orilla hasta su complementaria, en un juego de contrastes y confluencias; en un homenaje a ese “talante cervantino” que les mencioné al principio (gracias, Fco. Rico).

 

Si nos movemos en busca de un sentido iluminador para nuestros pasos cotidianos, el puente que va de ‘Fugados’ a ‘Cuando vuelvas a Ítaca’ puede ser un buen aliado.

 

En el caso de nos atraigan por igual la palabra y la música, deberemos optar por el puente que une ‘Locura por el Fado’ y ‘El que escribe’. En el transcurso nos  encontraremos con Amalia Rodríguez y con un sinfín de situaciones y personajes invitándonos a compartir historias, sueños, aventuras como las que pueblan El Lazarillo, Pedro Páramo, El Quijote, El principito y un largo etcétera.

 

 

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Un tercer puente nos llevará, zigzagueando entre fantasía y realidad, de Suecia a Maragatería, pasando por Argentina. Es el puente de ‘El sombrero de Harriet’.

 

El cuarto nos conducirá de ‘La hora del rayo’ a ‘Por la ruta de las especias’: de amores rústicos a altamente refinados.

 

Una buena ocasión para transitar entre el desparpajo pícaro y un erotismo suave, cuasi-místico,  la tendremos al leer ‘La vocera del nosocomio’ y ‘La Bohême’.

 

¿Y el ritmo, que vive en y, también, fuera de la música? Nos lo ofrece el puente que une ‘Las cosas que se mueven’ y ‘Cuando vuelvas a Ítaca’.

 

Al trenzar humor con religiosidad, surge un nuevo puente, curioso y desprejuiciado: el que permite que  ‘La llamada de Dios’ vaya al encuentro de  ‘Más limpio que la patena’.

De viajes nos hablan ‘Retomando la huella’ y ‘Últimas anotaciones’. Dos orillas tan reales como interiormente distantes. Ensimismada y temblorosa una; acelerada y pendiente de las cosas y el reloj, la otra. En el puente de la duda, insospechadamente, convergen.

 

Inteligencia, desparpajo, discreción: antónimos necesitados de complementariedad. Sorpresas, humor. Todos estos ingredientes los saborearemos si vamos de la orilla de ‘Café de medianoche’ a la de ‘Las pícaras del trampantojo’.

 

‘Para Beatriz’ y ‘Miradas’ justifican el puente que va del desamor y la crueldad a la ternura y la fe en el ser humano.

 

 

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Inevitablemente, ‘Nunca duerme la noche’ y ‘Gato con lluvia’ estaban predestinados a encontrarse en un puente habitado por fantasmas, humor y un toque de dulzura.

 

‘El quiebro del destino’ bien podría dialogar con los ‘Doce micro-relatos útiles para relatos’: gracias a este puente, la imaginación del lector y la de Jacinto hallarán, seguro, sorpresas más que interesantes.

 

Saben también nuestros puentes de esperas y silencios. ‘Esperan palabras’ y ‘Violetas a los tejados’ parecen dispuestos a alimentar, desde una humildad atenta, el ahondamiento respetuoso en el yo y en el otro.

 

En el pórtico del libro puede leerse: “El tiempo no perdona lo que se hace sin contar con él”. Mª José valora especialmente esta afirmación de Nicolás Poussin y a mí me corresponde expresarles mi gratitud a ambos. También a todos ustedes. Les devuelvo ya su tiempo y les deseo muy buenas tardes.

 

 

 

 

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