Historia de la compasión
Está por hacer una Historia de la Compasión. Hasta que Nietzsche la encontró molesta para alcanzar la realización del superhombre, cuya plenitud habría de lograrse al desprenderse de los débiles y su tiranía impuesta por dar pena, ningún semoviente inteligente había reparado en que ponerse en el lugar del que sufre, ayudarle, fuera malo. Muy al contrario la caridad, el acogimiento, la reparación, la curación, la compañía o el consuelo eran aspectos indiscutiblemente positivos de la condición humana y siempre se veían escasos. Hasta tal punto su prestigio fue alto que tales acciones y sentimientos fueron incorporados a las religiones y acogidos en los estamentos más poderosos como parte de un compromiso social.
No obstante algo de razón puede tener Federico Nietzsche porque la compasión es una debilidad para el fuerte, una que efectivamente le quita energía, detiene su marcha, enlentece sus actos productivos. Tal vez por eso aquellos individuos más improductivos, las amas de casa, los religiosos, los solteros, eran los que administraban la limosna, la hospitalidad, el cuidado de los enfermos y, a veces, los necesitados también, los solitarios.
Un débil que sienta compasión por otros débiles, sin duda, desfallecerá al sufrir por lo suyo y por lo de los otros.
Está por hacer una Historia de la Compasión pero, no obstante, tenemos buenas fábulas, la magnífica película de Buñuel, Viridiana, entre ellas. En ella se ve la compasión por los desafortunados nacida desde la ingenuidad más pura, ajena a la realidad. Esta se encuentra con los desamparados instalados plenamente en la brutalidad y el único resultado es la destrucción.
Está por hacer una Historia de la Compasión. Hasta que Nietzsche la encontró molesta para alcanzar la realización del superhombre, cuya plenitud habría de lograrse al desprenderse de los débiles y su tiranía impuesta por dar pena, ningún semoviente inteligente había reparado en que ponerse en el lugar del que sufre, ayudarle, fuera malo. Muy al contrario la caridad, el acogimiento, la reparación, la curación, la compañía o el consuelo eran aspectos indiscutiblemente positivos de la condición humana y siempre se veían escasos. Hasta tal punto su prestigio fue alto que tales acciones y sentimientos fueron incorporados a las religiones y acogidos en los estamentos más poderosos como parte de un compromiso social.
No obstante algo de razón puede tener Federico Nietzsche porque la compasión es una debilidad para el fuerte, una que efectivamente le quita energía, detiene su marcha, enlentece sus actos productivos. Tal vez por eso aquellos individuos más improductivos, las amas de casa, los religiosos, los solteros, eran los que administraban la limosna, la hospitalidad, el cuidado de los enfermos y, a veces, los necesitados también, los solitarios.
Un débil que sienta compasión por otros débiles, sin duda, desfallecerá al sufrir por lo suyo y por lo de los otros.
Está por hacer una Historia de la Compasión pero, no obstante, tenemos buenas fábulas, la magnífica película de Buñuel, Viridiana, entre ellas. En ella se ve la compasión por los desafortunados nacida desde la ingenuidad más pura, ajena a la realidad. Esta se encuentra con los desamparados instalados plenamente en la brutalidad y el único resultado es la destrucción.




