Lidia Latiseva LLK
Martes, 14 de Junio de 2016

No tengas miedo de vivir tu vida

Un personaje de una novela de Dostoievski, músico sobreviviendo en una pobreza de solemnidad, cuenta a alguien que se sorprende cómo un artista de su talento no ha logrado salir adelante como un ser humano. El músico le dice que sus padres fueron muy pobres y trabajaban al servicio de un hacendado, que mantenía su propio teatro musical. Todos los cantantes y músicos que trabajaron en el teatro eran de su propiedad, sus esclavos. Él mismo ha crecido en este ambiente y ha hecho amistad con un violinista ya viejo, enfermo y alcoholizado. El niño ha pasado mucho tiempo en compañía del anciano quien hablaba con él de todo: de la vida, de Dios, de la música. Antes de morir el viejo violinista legó a su amigo niño la única posesión que tenía, su violín. 


Yo no voy a sustituir al gran Dostoievski, a contar la historia del músico, pero me gustaría resaltar una frase que él mismo dijo contando su amistad con el viejo violinista: “Por desgracia el murió antes de hacerme saber quién soy”.


Saber quiénes somos es fundamental para poder vivir nuestra propia vida sin miedo. Ver y saber que todas las vidas son válidas y no hay una vida que valga más que otra.


Pero para llegar a este punto de entendimiento hacen falta unas enseñanzas, unos ejemplos, unos maestros, y es mejor más cerca que en el Tibet, y ‘haberlos hailos’.


Luego de nacer, necesitamos que el mundo nos reconozca, nos acoja y nos designe nuestro propio sitio poco a poco, pero desde el principio mismo. Porque antes que Virginia Woolf reclamase el derecho a habitación ‘propia’, muchos niños han reclamado el derecho a cuna propia. Estos mismos niños, luego de viejos, siguen reclamando ese reconocimiento, las celebraciones de sus pequeños-grandes triunfos en un asombroso y desconocido mundo de los adultos. Pero gracias a esto, o a pesar de esto, tenemos que buscar y encontrar nuestro propio ser. Es allí donde siempre podemos acudir en búsqueda de apoyo y ayuda para poder vivir nuestra propia vida sin miedo, sabiendo que nuestras elecciones siempre serán correctas.


Escribo esto y me doy cuenta que no he perdido mi afán de aleccionamiento. Pero tengo que reconocer que yo misma nunca doy en la diana, fallo siempre y estoy castigada por no acertar. Nadie me consuela prometiéndome que para la vez siguiente lo conseguiré. Parece que esta otra vez no me concierne, mi esfuerzo es vano. Busco donde nada hay, doy algo que no tengo a alguien que no es, tan solo un reflejo en el espejo. He perdido los puntos de referencia anteriores y no acierto a encontrar otros nuevos.


“Yo ya no soy ni un hombre ni una mujer, soy un viejo”, constató una vez un hombre mayor con mucho acierto. A partir de una cierta edad la vida ya no se abre hacia los horizontes nuevos y el único punto de referencia lo hace tu propia vejez.


Dice un proverbio japonés: “Siempre hay que vivir con una persona vieja y si no la tienes cómpratela”. Yo me he puesto en oferta.

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