Astorga
![[Img #22693]](upload/img/periodico/img_22693.jpg)
Por fin el sol viene a veranear, y caerán de tarde en tarde lluvias cálidas que traen un aire de ruptura, de desamor, de sopa y de Hostal. El sol desmemoriado descubrirá de nuevo las calles que llegó a olvidar, y Astorga se perderá otra vez en sus barrios girando sobre la cara y la cruz de la nada, sostenida por la columna vertebral de un aire veraniego que huele a hierba recién regada, a pequeño comercio, a tardes interminables y, en otro tiempo, a cine y a pipas.
El mismo sol que dimitió a finales del Agosto se esconde ahora cansado de sí mismo tras nubes oblicuas que dibujan un laberinto de calles construido de vida y de literatura. La vida en Astorga es el sonido de las campanas, el cielo aturdido de vencejos, las voces de los amigos, las aceitunas picantes del Jardín. Exactamente igual que la literatura. Astorga es lo que significa, pero significa mucho más de lo que la ciudad cree. Astorga es un paisaje, un recuerdo, un amor, una Estación. Es viento, cielo, nubes y campanas. Es un frío sacramental y definitivo que uno siente más allá de sí mismo y que, como las golondrinas o el sonido del tren, constituye un código secreto que nadie ha podido descifrar. Quizás por eso Astorga es, a la vez, lo que es y lo que no es. Quizás por eso callamos tan bien lo que sentimos, y tal vez por eso nos expresamos a veces con un elocuente silencio en voz alta que desconcierta a los que no son de aquí.
A diferencia del resto de ciudades del mundo, Astorga se cierra hacia fuera y se abre hacia dentro. Es la Astorga exterior e interior, cálida y gélida, nuestra y de todos y tan simple y compleja a la vez. Una eterna contradicción en la que todas las historias son posibles. Hecha precisamente de historias, Astorga se sobrevive a sí misma al margen del tiempo: un día en Astorga equivale a millones de años en otro planeta, y es bien sabido que en una tarde astorgana se extinguen los dinosaurios, aparecen los primeros seres humanos y, antes de que caiga la noche, el homo sapiens ha pisado la luna. Y, sin embargo, Astorga acontece siempre en presente, como la literatura, el cine, la música y la pintura, los otros materiales con los que la ciudad está edificada.
Astorga sucede en eterno presente y permanece dentro de ti, de forma que, aunque no seas consciente de ello, estás lleno de tardes, de calles, de nombres, sabores y lugares. Eres la Muralla, el Jardín, la Plaza, el León y el Águila, San Andrés o Rectivía. Eres la ciudad entera, un sentimiento, un color. Dentro de ti está el lejano azul del Teleno, las puestas de sol, el color líquido de los ríos, los ocres de la maragatería, los verdes y los amarillos.
Hay muchas ciudades en la ciudad. Vivimos sobre nosotros mismos, sobre lo que fuimos. La voz de Astorga surge del suelo y se eleva hasta el cielo. Somos un estado de ánimo, una forma de ser, un camino. Nuestras pequeñas cosas nos hacen grandes y, vistas desde lejos, adquieren una dimensión universal.
En Astorga puedes ser la persona que soñaste. Solo debes saber lo que seguramente ya sabes, que los vencejos son pensamientos con alas; que las murallas no separan, unen; que comer al revés es comer en el orden correcto, y que toda la sabiduría del mundo cabe en ese pequeño plato de mollejas.
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Por fin el sol viene a veranear, y caerán de tarde en tarde lluvias cálidas que traen un aire de ruptura, de desamor, de sopa y de Hostal. El sol desmemoriado descubrirá de nuevo las calles que llegó a olvidar, y Astorga se perderá otra vez en sus barrios girando sobre la cara y la cruz de la nada, sostenida por la columna vertebral de un aire veraniego que huele a hierba recién regada, a pequeño comercio, a tardes interminables y, en otro tiempo, a cine y a pipas.
El mismo sol que dimitió a finales del Agosto se esconde ahora cansado de sí mismo tras nubes oblicuas que dibujan un laberinto de calles construido de vida y de literatura. La vida en Astorga es el sonido de las campanas, el cielo aturdido de vencejos, las voces de los amigos, las aceitunas picantes del Jardín. Exactamente igual que la literatura. Astorga es lo que significa, pero significa mucho más de lo que la ciudad cree. Astorga es un paisaje, un recuerdo, un amor, una Estación. Es viento, cielo, nubes y campanas. Es un frío sacramental y definitivo que uno siente más allá de sí mismo y que, como las golondrinas o el sonido del tren, constituye un código secreto que nadie ha podido descifrar. Quizás por eso Astorga es, a la vez, lo que es y lo que no es. Quizás por eso callamos tan bien lo que sentimos, y tal vez por eso nos expresamos a veces con un elocuente silencio en voz alta que desconcierta a los que no son de aquí.
A diferencia del resto de ciudades del mundo, Astorga se cierra hacia fuera y se abre hacia dentro. Es la Astorga exterior e interior, cálida y gélida, nuestra y de todos y tan simple y compleja a la vez. Una eterna contradicción en la que todas las historias son posibles. Hecha precisamente de historias, Astorga se sobrevive a sí misma al margen del tiempo: un día en Astorga equivale a millones de años en otro planeta, y es bien sabido que en una tarde astorgana se extinguen los dinosaurios, aparecen los primeros seres humanos y, antes de que caiga la noche, el homo sapiens ha pisado la luna. Y, sin embargo, Astorga acontece siempre en presente, como la literatura, el cine, la música y la pintura, los otros materiales con los que la ciudad está edificada.
Astorga sucede en eterno presente y permanece dentro de ti, de forma que, aunque no seas consciente de ello, estás lleno de tardes, de calles, de nombres, sabores y lugares. Eres la Muralla, el Jardín, la Plaza, el León y el Águila, San Andrés o Rectivía. Eres la ciudad entera, un sentimiento, un color. Dentro de ti está el lejano azul del Teleno, las puestas de sol, el color líquido de los ríos, los ocres de la maragatería, los verdes y los amarillos.
Hay muchas ciudades en la ciudad. Vivimos sobre nosotros mismos, sobre lo que fuimos. La voz de Astorga surge del suelo y se eleva hasta el cielo. Somos un estado de ánimo, una forma de ser, un camino. Nuestras pequeñas cosas nos hacen grandes y, vistas desde lejos, adquieren una dimensión universal.
En Astorga puedes ser la persona que soñaste. Solo debes saber lo que seguramente ya sabes, que los vencejos son pensamientos con alas; que las murallas no separan, unen; que comer al revés es comer en el orden correcto, y que toda la sabiduría del mundo cabe en ese pequeño plato de mollejas.




