El complejo de superioridad
Ayer fui a comprar flores y me encontré con un ‘floristero’ muy alterado con las finanzas de nuestro país. Yo iba con un poco de prisa pero el ímpetu de su airada verborrea me detenía un minuto, y otro, y uno más. Estaba enfadadísimo de cómo llevan la economía los ecónomos de la nación. Resulta, decía, que en esta ciudad (lo reducía al ámbito más doméstico) hay un colectivo de inmigrantes del norte de Africa, “¿sabes por qué no se casan?” me preguntaba, yo, ni idea, “pues porque así cobran dos subvenciones: él por estar en paro y ella por ser madre soltera. Entre los dos se sacan al mes unos 1000 euros; más a ella por cada niño escolarizado le dan 300 euros. Y todo esto sin trabajar. ¡¡Quién va a trabajar si te regalan ese dinero!! Además van trayendo a sus familiares por lo de la reagrupación familiar.¡¡ Más cargas sociales para nosotros!! ¡¡No trabajan, ni quieren trabajar!! Te voy a contar otra cosa”, me decía con cierto secretismo, “las mujeres van a parir a su país, con su familia de allá, pero los gastos de la clínica de allí se los pasa a nuestra Seguridad Social, porque son ciudadanas españolas. ¡Es una barbaridad!, y nosotros, los autónomos no tenemos ni derecho al paro. Y ¿sabes qué fecha le han dado a mi mujer para el dermatólogo? ¡para marzo del 2017! Mientras nosotros estamos alimentando a vagos”.
Me fui con el pensamiento un poco trastocado. Llegué a la frutería ensimismada en reflexiones sobre la información que acababa de asaltarme. Ella, la frutera, siempre atenta y sonriente, me saluda hoy con un semblante más reluciente y me comenta, toda contenta, que dentro de un mes se jubila. Adelanta dos años su jubilación porque ya no puede más, está muy cansada, aunque le quiten un tanto por ciento (no me acuerdo cuánto me dijo) por adelantarse le compensa. “Llevo 35 años cotizando de autónomos y me van a quedar unos 600€ al mes, o algo menos”. Estaba contenta por la decisión que había tomado, pero, a mí, esa alegre información se sumó a la que traía del anterior vendedor y aderezó tristemente mis reflexiones.
En casa encuentro al obrero que me está haciendo una chapuza y está muy alterado porque ha tenido un problema con unos gitanos. Y se despacha a gusto con este colectivo porque, dice, les conoce bien. Trabajó para el Ayuntamiento poniendo baños y chimeneas en todas las casas del edificio que les proporcionó el Consistorio. Prácticamente todos cobraban el subsidio de desocupados y todos vagueaban y trapicheaban. Los azulejos que ponía en el cuarto de baño un día al siguiente ya no estaban. El inquilino decía con todo descaro que se lo habían robado por la noche. “Mucha chulería”, dice que tenían. En el Ayuntamiento le decían: “Pobres, tenemos que darles oportunidades. Tienen que aprender…”. Estaba enfadadísimo. Recordaba que cuando él emigró a Alemania, le exigían un control sanitario e ir con la S.Social cubierta, y les hacían trabajar bien duro. “Aquí regalamos el dinero. Yo trabajo sin descanso y gano menos que esos que no hace más que chupar del bote”.
Con todo este coktel de información que de pronto me abordó en cuestión de veinticuatro horas, me hace pensar que claramente hay un problema. Algo falla en algún lado.
Pienso que quizás el problema esté en la existencia de un profundo y abstruso ‘complejo de superioridad’ instalado en los extremos de esta nuestra sociedad.
Así deduzco que al final tenemos a muchos de los de arriba (cada vez más por lo que vemos) que como están arriba despliegan su ‘complejo de superioridad’ en la faceta de chupar y chupar de las arcas del estado porque consideran que a ellos les corresponde engullir por estar arriba. Y además practican cierta generosidad hacia abajo con esa interesada condescendencia vertical que les hace sentirse buenos y superiores cuando actúan magnánimamente sobre el inferior.
Luego tenemos a muchos de los de abajo (también parece que cada vez más) que como están abajo, y son conscientes de esa debilidad vanidosa, de ese complejo de superioridad de los que están arriba, han aprendido a aprovecharse de él concienzuda y convenientemente. Consideran que tienen que chupar y chupar del bote social porque la sociedad tiene que amparar su falta de capacidad y de ambición. No faltaría más.
Y finalmente están todos los de en medio que, muy a su pesar, son los que sostienen cándidamente a los de arriba y a los de abajo. Son en realidad los verdaderos desamparados. Trabajan y trabajan y cada vez tienen menos. Ellos son los succionados.
Últimamente detecto, en la gente de en medio con la que hablo, un rabioso crecimiento de xenofobia pero un acomodado descontento con las mamarrucias. Sin duda consecuencias de los ajenos complejos de superioridad.
Oh tempora, oh mores.
Ayer fui a comprar flores y me encontré con un ‘floristero’ muy alterado con las finanzas de nuestro país. Yo iba con un poco de prisa pero el ímpetu de su airada verborrea me detenía un minuto, y otro, y uno más. Estaba enfadadísimo de cómo llevan la economía los ecónomos de la nación. Resulta, decía, que en esta ciudad (lo reducía al ámbito más doméstico) hay un colectivo de inmigrantes del norte de Africa, “¿sabes por qué no se casan?” me preguntaba, yo, ni idea, “pues porque así cobran dos subvenciones: él por estar en paro y ella por ser madre soltera. Entre los dos se sacan al mes unos 1000 euros; más a ella por cada niño escolarizado le dan 300 euros. Y todo esto sin trabajar. ¡¡Quién va a trabajar si te regalan ese dinero!! Además van trayendo a sus familiares por lo de la reagrupación familiar.¡¡ Más cargas sociales para nosotros!! ¡¡No trabajan, ni quieren trabajar!! Te voy a contar otra cosa”, me decía con cierto secretismo, “las mujeres van a parir a su país, con su familia de allá, pero los gastos de la clínica de allí se los pasa a nuestra Seguridad Social, porque son ciudadanas españolas. ¡Es una barbaridad!, y nosotros, los autónomos no tenemos ni derecho al paro. Y ¿sabes qué fecha le han dado a mi mujer para el dermatólogo? ¡para marzo del 2017! Mientras nosotros estamos alimentando a vagos”.
Me fui con el pensamiento un poco trastocado. Llegué a la frutería ensimismada en reflexiones sobre la información que acababa de asaltarme. Ella, la frutera, siempre atenta y sonriente, me saluda hoy con un semblante más reluciente y me comenta, toda contenta, que dentro de un mes se jubila. Adelanta dos años su jubilación porque ya no puede más, está muy cansada, aunque le quiten un tanto por ciento (no me acuerdo cuánto me dijo) por adelantarse le compensa. “Llevo 35 años cotizando de autónomos y me van a quedar unos 600€ al mes, o algo menos”. Estaba contenta por la decisión que había tomado, pero, a mí, esa alegre información se sumó a la que traía del anterior vendedor y aderezó tristemente mis reflexiones.
En casa encuentro al obrero que me está haciendo una chapuza y está muy alterado porque ha tenido un problema con unos gitanos. Y se despacha a gusto con este colectivo porque, dice, les conoce bien. Trabajó para el Ayuntamiento poniendo baños y chimeneas en todas las casas del edificio que les proporcionó el Consistorio. Prácticamente todos cobraban el subsidio de desocupados y todos vagueaban y trapicheaban. Los azulejos que ponía en el cuarto de baño un día al siguiente ya no estaban. El inquilino decía con todo descaro que se lo habían robado por la noche. “Mucha chulería”, dice que tenían. En el Ayuntamiento le decían: “Pobres, tenemos que darles oportunidades. Tienen que aprender…”. Estaba enfadadísimo. Recordaba que cuando él emigró a Alemania, le exigían un control sanitario e ir con la S.Social cubierta, y les hacían trabajar bien duro. “Aquí regalamos el dinero. Yo trabajo sin descanso y gano menos que esos que no hace más que chupar del bote”.
Con todo este coktel de información que de pronto me abordó en cuestión de veinticuatro horas, me hace pensar que claramente hay un problema. Algo falla en algún lado.
Pienso que quizás el problema esté en la existencia de un profundo y abstruso ‘complejo de superioridad’ instalado en los extremos de esta nuestra sociedad.
Así deduzco que al final tenemos a muchos de los de arriba (cada vez más por lo que vemos) que como están arriba despliegan su ‘complejo de superioridad’ en la faceta de chupar y chupar de las arcas del estado porque consideran que a ellos les corresponde engullir por estar arriba. Y además practican cierta generosidad hacia abajo con esa interesada condescendencia vertical que les hace sentirse buenos y superiores cuando actúan magnánimamente sobre el inferior.
Luego tenemos a muchos de los de abajo (también parece que cada vez más) que como están abajo, y son conscientes de esa debilidad vanidosa, de ese complejo de superioridad de los que están arriba, han aprendido a aprovecharse de él concienzuda y convenientemente. Consideran que tienen que chupar y chupar del bote social porque la sociedad tiene que amparar su falta de capacidad y de ambición. No faltaría más.
Y finalmente están todos los de en medio que, muy a su pesar, son los que sostienen cándidamente a los de arriba y a los de abajo. Son en realidad los verdaderos desamparados. Trabajan y trabajan y cada vez tienen menos. Ellos son los succionados.
Últimamente detecto, en la gente de en medio con la que hablo, un rabioso crecimiento de xenofobia pero un acomodado descontento con las mamarrucias. Sin duda consecuencias de los ajenos complejos de superioridad.
Oh tempora, oh mores.






