Mercedes Unzeta Gullón
Lunes, 11 de Julio de 2016

El poder de la infancia

 

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Inglaterra ha celebrado con grandes festejos el aniversario en honor de su longeva reina. Ha cumplido nada menos que 90 años en el trono, todo un record de vida, un record de reinado y un record de salud. Su estado es estupendo. Porque hoy en día 90 años los cumple cualquiera pero el estado físico y mental no lo mantiene cualquiera. ¿Será la vida palaciega que conserva? Los interminables pasillos que se tienen que recorrer para llegar a cualquier estancia obligan, sin duda, a mantener en forma el estado físico de sus habitantes.


Pero lo que quiero expresar es más bien otra cosa que la salud de la reina. La reina Isabel ll, da una imagen de frialdad y distancia. Si, claro, la distancia y la frialdad de la realeza (se puede pensar); pero no necesariamente ha de ser así, porque hay otras reinas en el mundo que no emiten ese alejamiento, esa insensibilidad, ese desapego con el resto del mundo, como la reina de Holanda, se me ocurre, por ejemplo. En verdad esta real señora no se significa especialmente por suscitar alegres simpatías sobre su persona. A mí, especialmente, ninguna.


Entiendo que a nadie le importe si me cae bien o mal la Reina de Inglaterra, incluso ni a mí, pero la exposición de esta apreciación me sirve para dar rienda suelta a lo que quiero significar.


Cayó en mis manos la biografía documentada de esta ilustre dama escrita por su institutriz. Cartas, fotografías e innumerables datos sobre la vida de la princesa Isabel desde los 6 años hasta su boda. Muy Interesante. Su lectura ha producido en mí un cambio radical en mi juicio sobre la nonagenaria alcanzando un nivel de estimación más que considerable. Incluso se me ha despertado cierto cariño por esa niña que junto con su hermana han vivido tan aisladas del mundo y de la relación con otros niños, en grandes palacios muchas veces nada cómodos; nada como imaginamos ‘los palacios de Oriente’ llenos de glamur. Una vida austera, muy reglamentada, rodeada tan solo de personas mayores, sin relación con otros niños. Una niña que ya creció con un sentido del deber y de la severidad, pero una niña amable, honesta y noble. Leyendo su infancia y adolescencia se entiende perfectamente el cómo y el porqué de su madurez.

 
Indudablemente la vida nos va haciendo, nos va formando, pero la infancia nos marca casi como el hierro ardiendo marca a las reses. La infancia es mucho más importante de lo que aparentemente nos suponemos. Alguien dijo: “Un buen recuerdo de infancia puede salvar un suicidio”. Y yo estoy convencida de que hasta ese punto es importante. Es fundamental crear buenos y felices recuerdos a los niños para abonar la tierra de su crecimiento y, además, puedan servirles de flotador cuando estén cansados de boquear.
Así que ahora miro a la Reina Isabel ll de otra manera, con mucha más simpatía y esto me ha hecho pensar: ¿si conociéramos la infancia de cada quien seríamos más comprensibles y amables con el prójimo? Estoy segura de que sí. 


Oh témpora Oh mores

 

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