Gustavo Bueno. La montaña mágica
![[Img #23577]](upload/img/periodico/img_23577.jpg)
Lo vi en persona alguna vez y tengo la sensación de haber visto a un hombre como ya no veré. Daba la conferencia de pie, rígido, sin mover otra cosa que las manos y la boca en toda la sesión, con un traje de color indeterminado y sin corbata, pero con la camisa abrochado hasta el último botón, como si siempre se acabase de quitar el adorno de una forma simbólica.
Empezaba ya enfadado, no se sabía muy bien por qué, y, aunque decía cosas ingeniosas y sarcásticas que procaban la risa, él nunca dejaba de estar serio.
Algunas opiniones que le escuché me impactaron y las he tomado por buenas, como por ejemplo que ninguno de los pensadores de hoy se puede hacer llamar filósofo, pues ninguno ha creado un sistema como Platón, Hegel o Kant. También le presté atención cuando decía alguna de las barbaridades últimas, que eran prácticamente insultos lanzados con una gran agresividad que respondía a unas urgencias que yo ni siquiera percibía. Me impresionó cuando llegó a decir que mataría a un terrorista con sus propias manos porque no se trataba con él ya de un hombre.
En una ocasión me hospedé en una casa rural propiedad de uno de sus muchos hijos, en Asturias. Estaba en la cima de un monte cuyo silencio era tan grande que se oía masticar a las ovejas en el campo. El hijo le había puesto por nombre 'La montaña mágica' en honor al libro que más le había gustado a su padre, Gustavo Bueno. Los salones de las distintas casas tenían la biblioteca y la repisa sobre las chimeneas llenas de versiones y ejemplares de ese libro. Siempre he imaginado que a él le gustaba por lo que tiene de filosofía precisamente, de enfrentamiento de sistemas filosóficos en los diálogos de algunos personajes y siempre pensé que a mí me gusta por motivos distintos a los suyos.
El hijo de Gustavo Bueno criaba unos caballos en peligro de extinción y no sé por qué se me metió en la cabeza dar una vuelta montado en ellos. Cuando se lo pedí envió a un muchacho a por ellos que salió corriendo hacia el monte. Casi hasta el anochecer no volvió con ellos.
Hoy, día en el que el viejo filósofo nonagenario e irreductible ha muerto, dos días después que su esposa, recuerdo aquel paseo a lomos de aquel caballo en peligro de extinción mientras una nube gris iba entrando con la noche por la punta del monte de 'La montaña mágica', pensando que los hombres como él se extinguen pero no las montañas mágicas, que por distintos motivos nos reúnen en torno al pensar.
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Lo vi en persona alguna vez y tengo la sensación de haber visto a un hombre como ya no veré. Daba la conferencia de pie, rígido, sin mover otra cosa que las manos y la boca en toda la sesión, con un traje de color indeterminado y sin corbata, pero con la camisa abrochado hasta el último botón, como si siempre se acabase de quitar el adorno de una forma simbólica.
Empezaba ya enfadado, no se sabía muy bien por qué, y, aunque decía cosas ingeniosas y sarcásticas que procaban la risa, él nunca dejaba de estar serio.
Algunas opiniones que le escuché me impactaron y las he tomado por buenas, como por ejemplo que ninguno de los pensadores de hoy se puede hacer llamar filósofo, pues ninguno ha creado un sistema como Platón, Hegel o Kant. También le presté atención cuando decía alguna de las barbaridades últimas, que eran prácticamente insultos lanzados con una gran agresividad que respondía a unas urgencias que yo ni siquiera percibía. Me impresionó cuando llegó a decir que mataría a un terrorista con sus propias manos porque no se trataba con él ya de un hombre.
En una ocasión me hospedé en una casa rural propiedad de uno de sus muchos hijos, en Asturias. Estaba en la cima de un monte cuyo silencio era tan grande que se oía masticar a las ovejas en el campo. El hijo le había puesto por nombre 'La montaña mágica' en honor al libro que más le había gustado a su padre, Gustavo Bueno. Los salones de las distintas casas tenían la biblioteca y la repisa sobre las chimeneas llenas de versiones y ejemplares de ese libro. Siempre he imaginado que a él le gustaba por lo que tiene de filosofía precisamente, de enfrentamiento de sistemas filosóficos en los diálogos de algunos personajes y siempre pensé que a mí me gusta por motivos distintos a los suyos.
El hijo de Gustavo Bueno criaba unos caballos en peligro de extinción y no sé por qué se me metió en la cabeza dar una vuelta montado en ellos. Cuando se lo pedí envió a un muchacho a por ellos que salió corriendo hacia el monte. Casi hasta el anochecer no volvió con ellos.
Hoy, día en el que el viejo filósofo nonagenario e irreductible ha muerto, dos días después que su esposa, recuerdo aquel paseo a lomos de aquel caballo en peligro de extinción mientras una nube gris iba entrando con la noche por la punta del monte de 'La montaña mágica', pensando que los hombres como él se extinguen pero no las montañas mágicas, que por distintos motivos nos reúnen en torno al pensar.






