Mi primer coche
![[Img #23633]](upload/img/periodico/img_23633.jpg)
Acababa de cumplir los dieciocho años, mi aspecto era homologable al de un Tintín sin Malú, y por aquello de tener coche, porque decían que se ligaba más, lo primero que hice fue sacar el carnet de conducir. Lo del ligue no era tanto como se decía.
Permitan que me remonte al año 1975 para hablar de mi primer coche. Era un Renault 6 color granate, de segunda, tercera o cuarta mano, quién sabe, pero aquella sensación de entrar en mi castillo todavía la recuerdo hoy. Era mi cubículo, con manchas de nicotina en el techo y olor a tabaco, mezclado con el ambientador de pino que colgaba del espejo retrovisor. En él se podían encontrar cosas, muchas cosas, que solían coincidir con las que había en el de mi amigo Manolo o en el Mini Morris de Carlos. En realidad eran cosas que no podían faltar en los coches de los 70 y 80.
Todo coche que se preciara debía llevar el perro en la bandeja trasera moviendo la cabeza incansablemente y el pomo de la palanca de cambios lo más llamativo posible. El de Carlos llevaba una calavera a la que le brillaban los ojos y el mío era de algo parecido a una resina transparente con unas conchas dentro. A Manolo su madre le había regalado una figura de la Virgen del Pilar, que llevaba pegada junto al radio cassette; la mía me puso en el salpicadero de plástico, un portafotos de varios compartimentos en el que San Cristóbal, como no podía ser de otra manera, ocupaba un lugar destacado en el centro del artilugio con una frase que decía “no corras”.
No me pregunten la razón, pero de repente fueron legión los retrovisores delanteros de nuestro parque automovilístico de los que “aparecieron” colgando unos grandes dados, generalmente de peluche; a los que sigo sin encontrarle sentido. Sé muy bien lo que significa hortera y quien es un hortera, pero eran finales de los 70 y ¿quién no le puso alguna vez una peluda y frondosa funda al volante de su coche?. Aunque sin lugar a dudas la estrella de todas las fundas era la de piel de leopardo, y nuestros coches tenían que ir como apuntaban las modas.
A los tres nos habían regalado una pegatina de la discoteca Anuska, que se ponía en el cristal delantero del coche, cubriendo una pequeña franja superior. Creo recordar que las letras eran plateadas. Por si no iban suficientemente llamativos, en los cristales traseros llevábamos otra de la discoteca Ramsés II, de La Bañeza, con las letras y el logotipo en color negro. Si tenemos en cuenta que a mayores iban plagados de multitud de pegatinas pequeñas de todas las formas y colores anunciando lugares o cosas que nunca logramos conocer, podemos decir sin miedo a equivocarnos que nuestros vehículos eran lo más parecido a un “coche anuncio”. Pero era la moda, había que llevar el coche como era debido si no…no había nada que hacer. Y la música… Todo coche debía llevar el repertorio adecuado en sus cassettes: Los Diablos, Formula V, Los Pop Tops, Mari Trini, Nino Bravo, José Feliciano, Los Canarios… Arevalo, Esteso…
Cualquier viaje se convertía en una aventura. Bien apretujados en el asiento trasero podían caber cuatro o cinco personas. Eso sí, si se avistaba a la Guardia Civil debían agachar la cabeza para intentar pasar desapercibidos. Problemas de cinturones de seguridad no había ya que muchos coches ni los tenían y en todo caso solo eran obligatorios en los asientos delanteros. Pero la aventura seguía ya que cuando a nuestro vehículo no le fallaba el delco eran las bujías, el carburador o el alternador… convirtiendo estas situaciones en algo cotidiano.
Recuerdo con cariño aquellos objetos, otrora indispensables en nuestros coches de los años setenta y ochenta, que de repente pasaron a la historia, saliendo de nuestras vidas y nuestra memoria para perderse en el infinito…Hoy he querido rescatar algunos de ellos y de paso recordar varias aventuras, incontables algunas de ellas, a bordo de mi flamante Renault 6.
Acababa de cumplir los dieciocho años, mi aspecto era homologable al de un Tintín sin Malú, y por aquello de tener coche, porque decían que se ligaba más, lo primero que hice fue sacar el carnet de conducir. Lo del ligue no era tanto como se decía.
Permitan que me remonte al año 1975 para hablar de mi primer coche. Era un Renault 6 color granate, de segunda, tercera o cuarta mano, quién sabe, pero aquella sensación de entrar en mi castillo todavía la recuerdo hoy. Era mi cubículo, con manchas de nicotina en el techo y olor a tabaco, mezclado con el ambientador de pino que colgaba del espejo retrovisor. En él se podían encontrar cosas, muchas cosas, que solían coincidir con las que había en el de mi amigo Manolo o en el Mini Morris de Carlos. En realidad eran cosas que no podían faltar en los coches de los 70 y 80.
Todo coche que se preciara debía llevar el perro en la bandeja trasera moviendo la cabeza incansablemente y el pomo de la palanca de cambios lo más llamativo posible. El de Carlos llevaba una calavera a la que le brillaban los ojos y el mío era de algo parecido a una resina transparente con unas conchas dentro. A Manolo su madre le había regalado una figura de la Virgen del Pilar, que llevaba pegada junto al radio cassette; la mía me puso en el salpicadero de plástico, un portafotos de varios compartimentos en el que San Cristóbal, como no podía ser de otra manera, ocupaba un lugar destacado en el centro del artilugio con una frase que decía “no corras”.
No me pregunten la razón, pero de repente fueron legión los retrovisores delanteros de nuestro parque automovilístico de los que “aparecieron” colgando unos grandes dados, generalmente de peluche; a los que sigo sin encontrarle sentido. Sé muy bien lo que significa hortera y quien es un hortera, pero eran finales de los 70 y ¿quién no le puso alguna vez una peluda y frondosa funda al volante de su coche?. Aunque sin lugar a dudas la estrella de todas las fundas era la de piel de leopardo, y nuestros coches tenían que ir como apuntaban las modas.
A los tres nos habían regalado una pegatina de la discoteca Anuska, que se ponía en el cristal delantero del coche, cubriendo una pequeña franja superior. Creo recordar que las letras eran plateadas. Por si no iban suficientemente llamativos, en los cristales traseros llevábamos otra de la discoteca Ramsés II, de La Bañeza, con las letras y el logotipo en color negro. Si tenemos en cuenta que a mayores iban plagados de multitud de pegatinas pequeñas de todas las formas y colores anunciando lugares o cosas que nunca logramos conocer, podemos decir sin miedo a equivocarnos que nuestros vehículos eran lo más parecido a un “coche anuncio”. Pero era la moda, había que llevar el coche como era debido si no…no había nada que hacer. Y la música… Todo coche debía llevar el repertorio adecuado en sus cassettes: Los Diablos, Formula V, Los Pop Tops, Mari Trini, Nino Bravo, José Feliciano, Los Canarios… Arevalo, Esteso…
Cualquier viaje se convertía en una aventura. Bien apretujados en el asiento trasero podían caber cuatro o cinco personas. Eso sí, si se avistaba a la Guardia Civil debían agachar la cabeza para intentar pasar desapercibidos. Problemas de cinturones de seguridad no había ya que muchos coches ni los tenían y en todo caso solo eran obligatorios en los asientos delanteros. Pero la aventura seguía ya que cuando a nuestro vehículo no le fallaba el delco eran las bujías, el carburador o el alternador… convirtiendo estas situaciones en algo cotidiano.
Recuerdo con cariño aquellos objetos, otrora indispensables en nuestros coches de los años setenta y ochenta, que de repente pasaron a la historia, saliendo de nuestras vidas y nuestra memoria para perderse en el infinito…Hoy he querido rescatar algunos de ellos y de paso recordar varias aventuras, incontables algunas de ellas, a bordo de mi flamante Renault 6.