Samuel Yebra Pimentel
Miércoles, 24 de Agosto de 2016

¡Los baches de dios!

 

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Algo habría cambiado de verdad si un día el alcalde de una ciudad como Astorga, su concejal de tráfico y el jefe de la Policía Local convocaran una rueda de prensa para decir que habían determinado humanizar las calles y que harían lo que fuera para defender el privilegio de los peatones sobre el tráfico rodado, para que los niños ya desde muy pequeños pudieran ir solos al cole y que todos los ciudadanos mejorararan su salud por ir a pie a sus lugares de costumbre.

 

Francesco Tonucci ha dedicado gran parte de su vida profesional a investigar el comportamiento de los niños en el ámbito de la escuela y la ciudad. Su proyecto, ‘Un camino seguro’, no es solo un camino sin baches. Sería, aplicado a Astorga, un camino por el que pudieran transitar los niños, los ancianos de una acera a otra y que a los impedidos de cualquier especie les fuera posible circunvalar el adarve de la muralla (otro bache o aerolito mental largamente diferido).

 

Astorga ahora bien recebada por un concejal que se preocupaba de ello sigue sin despejar multitud de aerolitos del pasado, los decora con zahorra y sin pegapepa, los obvia. Es el caso de la memoria histórica real, bien diferida y silenciada con salvas de artillería o mediante el tiro al plato. Es el caso de la distribución de los espacios, de las vías de circulación, del diseño de las aceras, de los pasos de peatones ideados todos ellos en beneficio de intereses espúreos del comercio o de los supermercados, sin pensar por un momento en la salud de los viandantes. Se eliminan los baches para que los vehículos no pierdan velocidad, cuando lo propio sería elevar los pasos de cebra a la altura de las aceras y que los que saltaran de nivel fueran los coches. Tal vez algún tipo de bache debiera impedir su cochinero trote.

 

En España hay ya más de veinte municipios que se han adherido al programa de Tonucci, ‘La ciudad de los niños’: Gandía, Pontevedra, Alzira... En estos programas están comprometidos comerciantes, ancianos y niños. Los comercios que participan poseen un distintivo en su puerta y allí puedes solicitar un vaso de agua, refugiarte de un aguacero o utilizar su cuarto de baño.

 

Es cierto que todo cambio genera protestas, muchas veces de los pusilánimes que no alcanzan a ver la nueva oportunidad. Si a lo que parece queremos convertir nuestra ciudad en un 'oasis turístico' deberíamos de pensar en la lentitud, en el silencio hoy tan anhelado, en el beneficio que supondrían las Zonas 30 o Zonas 20 dentro del espacio intramuros; en la prohibición de la circulación al tráfico rodado en los aledaños de la Catedral, del Palacio, en las dos plazas y en la zona del Seminario.

 

No sé quién ordena, pero no es el pueblo y menos los niños cuyas ideas se desprecian y están tan alejadas del poder. Queda una revolución pendiente tras tanta reivindicación igualitaria que nos deja el fin del siglo XX y es la reivindicación de la infancia. Una ordenación de los espacios ciudadanos que tuviera en cuenta las opiniones de los niños sería, no me cabe duda, con mucho más humana, atendería a los intereses vitales en detrimento de los postulados de las 'sociedades de riesgo'.¿Quién me explique las razones de que los niños mayores de siete años, edad a la que la iglesia concedía el juicio, no puedan opinar sobre los temas que les incumben y dieran su voto en unas elecciones?

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