Secretos
Con este cuento enigmático de Eloísa Otero finaliza nuestra sección veraniega 'Relatos de la fresquera'. El hilván común y comunicante de todos ellos han sido las ilustraciones de Nuria Cadierno. Tal vez debiéramos de invertir la apuesta, y que para el invierno, al encender el calentador, nos encontremos cada fin de semana con una ilustración sin cuento, que pida a estos narradores/as den buena cuenta de ella. Quedan aquí todos emplazados
![[Img #24128]](upload/img/periodico/img_24128.jpg)
No tenía que habértelo dicho. Hay cosas que es mejor callar, cosas que es preferible que otros no conozcan, porque no aportan nada bueno y encima prenden una llama de sospecha capaz de arrasar con todo y con todos.
No pensé que tú fueras la yesca, la verdad. Te lo conté porque tenía ganas de soltarlo, no quería seguir viviendo con aquellos hechos aciagos latiendo en mi memoria.
Simplemente pensé que había llegado la hora de pasarle a alguien el testigo y que tú, tan fuerte y tan sensata, sabrías qué hacer con ello.
En aquel momento sentí que me quitaba un peso de encima, pero a ti te cayó a bomba y me explotó en la cara. La incertidumbre sobre las consecuencias de aquella maldita revelación no duró mucho.
-¿Por qué has tenido que contármelo? No te lo perdonaré nunca-, dijiste con un hilo de voz después de un largo silencio. Y empezaste a relatar la parte de la historia que te atañe, y yo a atar cabos… y luego te fuiste.
Ahora, mientras me calzo las botas que olvidaste en el armario, entiendo que no quisieras compartir la vida con alguien incapaz de guardar un secreto, aunque también sepas, y lo sabes, que el tuyo se irá conmigo a la tumba.
No tenía que habértelo dicho. Hay cosas que es mejor callar, cosas que es preferible que otros no conozcan, porque no aportan nada bueno y encima prenden una llama de sospecha capaz de arrasar con todo y con todos.
No pensé que tú fueras la yesca, la verdad. Te lo conté porque tenía ganas de soltarlo, no quería seguir viviendo con aquellos hechos aciagos latiendo en mi memoria.
Simplemente pensé que había llegado la hora de pasarle a alguien el testigo y que tú, tan fuerte y tan sensata, sabrías qué hacer con ello.
En aquel momento sentí que me quitaba un peso de encima, pero a ti te cayó a bomba y me explotó en la cara. La incertidumbre sobre las consecuencias de aquella maldita revelación no duró mucho.
-¿Por qué has tenido que contármelo? No te lo perdonaré nunca-, dijiste con un hilo de voz después de un largo silencio. Y empezaste a relatar la parte de la historia que te atañe, y yo a atar cabos… y luego te fuiste.
Ahora, mientras me calzo las botas que olvidaste en el armario, entiendo que no quisieras compartir la vida con alguien incapaz de guardar un secreto, aunque también sepas, y lo sabes, que el tuyo se irá conmigo a la tumba.