Tomás-Néstor Martínez Álvarez    
Domingo, 18 de Septiembre de 2016

Negro no era el color en septiembre

Carlos Fidalgo nació en Bembibre. Ha escrito previamente las novelas 'El agujero de Helmand' y 'La sombra blanca'. Periodista del Diario de León, donde escribe cada jueves la columna 'Cuarto creciente', es autor además de varios libros de relatos. 'Septiembre negro' ha sido galardonado con el' XXV Premio Tiflos de Cuento'

 

Septiembre negro; Carlos Fidalgo. Edhasa; castalia Ediciones, 2016

 

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Reunión de relatos que corren ágiles con velocidad narrativa –medallistas olímpicos o no- y tan profundamente humanos que llevan al lector a adentrarse en interiores no imaginados de quienes realmente dan vida a unos Juegos Olímpicos, de épocas tan distantes como las que van de Estocolmo (1912) a Pekín (2008). Fidalgo maneja la escritura con tal habilidad que sobrepasa y va más allá del encendido de la llama; al extinguirse esta comienza otra lectura de lo no escrito: es una puerta abierta para que el lector prosiga ya sin el apoyo material de un texto. Realidad y literatura se entreveran; esta (des)viste la realidad olímpica hasta sus vergüenzas, sin desmentirla; decide el autor que ambas se parezcan, pero es todo literatura.

 

“Comenzó a correr. Calzaba zapatillas de la beneficencia. Llegaba el primero a la meta [... ] en cuanto se quitaba la medalla del cuello volvía a ser un negro”. Tommie Smith había trabajado en los campos de algodón; soportaba desprecios constantes. Nieto de esclavos era Jesse Owens, cuatro medallas en el Berlín hitleriano; Roosevelt no quiso recibirlo en la Casa Blanca tras sus triunfos; el multiatleta “recuperó su oficio de botones en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York. “Había sufrido el sarampión, la escarlatina, las paperas y una doble neumonía y ahora aquel hombre les decía que la poliomielitis la dejaría coja con tan solo cinco años”: Wilma Rudolph representó a EE.UU. en los Juegos Olímpicos de Melbourne, en los de Roma; se convirtió en la mujer más rápida del mundo. Y otros nombres: Prefontaine, Coe, Florence Griffith, Mariano Haro, Jim Thorpe, Zátopek …  

     

Historias emocionantes que el autor de El agujero de Helmand  o de La sombra blanca enhebra superando la oscuridad de los hechos hasta iluminarlos y convertirlos en literatura. No olvidemos que Septiembre Negro es ficción aunque se parezca a la realidad. “Llego a pensar, recuerda Carlos Fidalgo, que la literatura cuenta a veces mejor la realidad que el periodismo”; él sabe muy bien de lo que habla. Recoge de los relatos finales el título del libro: el grupo terrorista Septiembre Negro que durante los Juegos Olímpicos de Munich asaltó la villa Olímpica y asesinó a atletas israelíes

 

 

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Con su estilo claro, casi níveo, conciso, de periodos cortos pero intensos y muy elaborados, (re)crea la vida en ascenso y caída hasta tocar fondo de quienes fueron admirados por momentos y tuvieron que regresar a una cotidianeidad impuesta por unos coetáneos que se escondían tras el olvido y ejercitaban como gimnasia la opresión. Con breves pinceladas mueve a los personajes y los presenta de tal forma que el lector los ve, están ahí a la vista, ante él. Inteligente y fina es la ironía que fluye en estos relatos, salpimentada con toques líricos que resaltan entre tanta épica. Símbolos y gestos se presentan en entrelíneas de la escritura. Los diferentes comportamientos de tiempos convulsos y sociedades diversas reflejadas en los textos permiten leerlos como ensayo sociológico. En épocas como la actual, de tanta vacuidad y fluorescencia pasajera, de ídolos inútiles de papel cuché conviene detenerse y leer Septiembre Negro. No tiene contraindicación alguna.

 

                                                                         

        

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